• martes, 30 de abril de 2024
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Opinión / San Fermín

La foto de San Fermín del cuatro de abril: José Roldán

En 1914, hace más de un siglo, el fotógrafo pamplonés José Roldán obtuvo esta icónica fotografía en plenos Sanfermines. 

1914. Los ‘Blusas blancas’ o la denominada ‘Juventud del Llavín’ posan con su cartel en la plaza del Castillo. (Foto Roldán, Colección Arazuri, Archivo Municipal U0080415)

La primera sociedad recreativa pamplonesa, denominada El Trueno, data de 1852. Desde entonces se crearon otras cuyos objetivos no eran exclusivamente el divertimento en fiestas. Durante los Sanfermines de principios de siglo XX afloraron una serie de cuadrillas efímeras que fueron producto de la espontaneidad y la improvisación, no tenían estatutos, ni generaron documentación.

Lo más significativo de aquellas cuadrillas es que fueron el germen de las peñas actuales que nacieron, por lo general, 40 años más tarde. En 1901 surge la sociedad La Alegría, al año siguiente La Veleta y en 1905 un grupo de artesanos metalistas que trabajaba el bronce creó Los de Bronce que desapareció cuatro años más tarde. La peña que hoy conocemos con esta denominación es una refundación posterior de 1950. De inicios de siglo son también Los Iruñshemes, La Cuatrena y La Sequía. La decana de las peñas actuales es La Única que reivindica su nacimiento en 1903.

Para hablar de los usos y costumbres de los mozos pamploneses de aquella época, debemos evocar la novela El Barrio Maldito de Félix Urabayen, publicada en 1925; aunque el leitmotiv es el aislamiento al que fueron sometidos los agotes en el barrio de Bozate en Arizcun, el autor describe en tres capítulos aspectos de las fiestas de San Fermín.

Téngase en cuenta que esta novela es anterior a Fiesta (The Sun Also Rises) de Hemingway; Barrio Maldito es, por tanto, la primera obra de ficción que describe las fiestas patronales de Pamplona. Como se ha dicho en repetidas ocasiones, Urabayen siente los Sanfermines como algo suyo, sus descripciones, desde el punto de vista etnográfico, son más completas y certeras; mientras que Hemingway aporta una visión externa: la de un turista.

El autor navarro describe dos detalles interesantes de las iniciales peñas. En primer lugar, cuando narra la escena del Riau-riau “La gente joven, en mangas de camisa o con largas blusas blanquísimas, marchaban en cuadrillas o grupos, siguiendo el ritmo del vals… Con sus fajas de colorines arrolladas a la cintura, y al cuello el pañuelo de tonos chillones, daban una nota de alegría y juventud sana y primitiva”. Concluimos pues que en el atuendo ya se incluía la blusa blanca por ser económica y fácil de conseguir. Ahora bien, el pañuelico y la faja de color rojo es una costumbre posterior.    

La otra cuestión que aborda Urabayen es sobre las pancartas: “Todas llevan grandes cartelones rotulados con grueso humorismo. En una de ellas, encabezada por enorme bota, se lee: ‘La Marea. Sociedad anónima de baile, enemiga de la ley seca’. Otro cartelón reza: ‘Los chicos de La Ochena necesitan nodrizas. Inútil presentarse de mala leche’. La Sequía pregonaba un tercer lienzo blanco—. ‘Sociedad antialcohólica de 19 grados en adelante. Fuentes permanentes en Mañeru y Artajona.’ Y por el mismo estilo desfilan La Capuchaca, La Olada, Las Quiliquis y docenas más de cuadrillas que despiertan estruendosas carcajadas a su paso”. En resumen, Urabayen denomina cartelón a lo que hoy llamamos pancarta.

En la narrativa de Fiesta no encontramos una descripción concreta de las cuadrillas, sin embargo, inventa una ficticia “asociación de bailarines y bebedores” de Pamplona, la versión original en inglés es “the dancing and drinking society”; la traducción al castellano queda ridícula, por eso hay quien lo traduce como “sociedad de Baile y Bebida”. Lo inverosímil, sabiendo como eran las arcaicas peñas, es que el premio nobel hace volar su imaginación fantaseando en que dicha sociedad tenía representantes y miembros en Tafalla, Tudela, Estella y Sangüesa.

Otro célebre escritor español, Francisco Grandmontagne, periodista y articulista de El Sol de Madrid, realizó una crónica de los Sanfermines de 1923 en la que relata el ambiente de música y ruido, pero no contribuye con datos sobre lascuadrillas. José María Iribarren cita para el año 1924 cuatro cuadrillas: La Marea, La Olada, La Sequía y La Cuatrena. Esta última tiene similitud en nombre con La Ochena de primeros de siglo; son dos visiones económicas de lo duro que suponía el ahorro durante todo el año, ochena a ochena, para fundirlo en fiestas.

En definitiva, exceptuando Urabayen, el resto de escritores nos aportan poca información de las cuadrillas. En realidad, todo lo que sabemos de éstas es a partir de las fotografías de la época que dan fe de su existencia y de los carteles.

Así, tenemos constancia de que en la segunda década del siglo XX aparece en 1914 La Marea con un cartel diferente al descrito por Urabayen: “La sociedad La Marea os saluda muy cordial a todos los forasteros y a Pamplona en general. Ya han llegado las fiestas del glorioso San Fermín, ánimo, jóvenes, ánimo a gozar y a divertir”.

Del mismo año, a través de una instantánea de Foto Roldán hemos sabido de Los Blusas Blancas o la sociedad de El Llavín, en cuyo cartel reza “La juventud del Llavín, saluda a los forasteros dando un ¡Viva S. Fermín, a las chicas y a los toreros!”. La característica que da nombre al grupo es que uno de ellos acarreaba una llave gigantesca -como se aprecia a la izquierda- rellena de vino que escanciaba a través de una espita. Los agraciados bebían a “morro” o llenaban vasos y botas. Por si fuera poco el vino de la llave, algunos miembros llevan bota.

1914. Los ‘Blusas blancas’ o la denominada ‘Juventud del Llavín’ posan con su cartel en la plaza del Castillo. (Foto Roldán, Colección Arazuri, Archivo Municipal U0080415)
1914. Los ‘Blusas blancas’ o la denominada ‘Juventud del Llavín’ posan con su cartel en la plaza del Castillo. (Foto Roldán, Colección Arazuri, Archivo Municipal U0080415)

Si nos fijamos bien, la fotografía de Roldán desvela dos mundos distintos: uno sombrio y triste, con boinas pequeñas, el de los mirones; otro alegre y resplandeciente, los de El Llavín con enormes chapelas (uno con canotier) y blusas blancas. Dos de éstos llevan pañuelo, uno oscuro y otro una inmensa pañoleta blanca.

De todos modos, lo más singular es la vestimenta que protegen con blusas y guardapolvos, denotan un toque de distinción por las corbatas, alguno con pajarita, e incluso varios de ellos llevan cuello duro en el no va más de la elegancia. Todo parece indicar que hay un origen social distinto que refleja el fuerte contraste entre los tristes observadores y la gozosa cuadrilla, inmersa en la fiesta, que dilapida el vino.

De las cuadrillas de aquellos tiempos podemos sacar varias conclusiones, en general los cartelones eran muy ingenuos, transmitían un sincera bienvenida a los forasteros, señal inequívoca de la cordial hospitalidad que se dispensaba a los de fuera. Con los años, cuando las peñas se fueron consolidando y nació la Federación, las pancartas fueron sarcásticas con los mandatarios locales, posteriormente evolucionaron a la crítica política.

Con la fotografía del escalón de hoy de Foto Roldán rendimos homenaje a los pioneros de la fotografía, gracias a los cuales hemos podido reconstruir una parte de la historia de las primigenias peñas de Pamplona abocada al olvido. No debemos olvidamos de aquellos cuyas copias forman parte de archivos y colecciones, sin que su autoría haya sido reconocida. Esos fotógrafos desconocidos, desde el anonimato, también han contribuido a esclarecer una parte de la historia de los Sanfermines.

La escalera fotográfica de 2024

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