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Blog / Capital de tercer orden

Cuando no saber euskera te quita puestos de trabajo

Por Eduardo Laporte

Todos estamos a favor del euskera, pero cuando nos jugamos las habichuelas la cosa cambia.

Manifestación convocada por Kontseilua bojo el lema _Bide eman euskarari_ (Dad paso al Euskera). MIGUEL OSÉS_2
Manifestación convocada por Kontseilua en Pamplona bajo el lema Bide eman euskarari. (Dad paso al Euskera). MIGUEL OSÉS.

A Baroja, que tildaba de «lengua antigua» al euskera, su primer curro le llegó gracias a su conocimiento. Hablaba el vascuence como los curas en los sermones, leemos en ‘La otra vuelta del camino’ de Daniel Ramírez, pero con el nivel suficiente para defender su plaza de médico rural en la Cestona, Guipúzcoa, de 1894.

Para la plaza vacante, el Ayuntamiento expuso entre las condiciones la de que fuera «…circunstancia preferente la de poseer el idioma vascongado», aunque la palabra preferente se tachó por necesaria. Se impuso así a otro candidato gracias a su conocimiento de euskera. ¿Diskriminazioa? No.

En un entorno en el que el euskera era la lengua habitual, en el que los pacientes iban a precisar comunicarse en su lengua propia, natural, era preferente y necesario que el médico rural conociera la lengua del país, sobre todo cuando muchos de esos lugareños podían tener problemas en hablar castellano. Y no es tontería no poder hacerse entender cuando estás a punto de palmarla o cuando te pueden sacar el hígado en lugar del riñón.

En la Pamplona medieval, cuenta Juan José Martinena en ‘Historias del viejo Pamplona’, también se seleccionaban sacerdotes con conocimientos de euskera ya que la grey quería y pedía confesarse en esa lengua. Era una demanda real.

En 2018, según datos recientes de Soziolinguistika Klusterra, el uso del euskera en Navarra se extiende a un 6,7% de la población, con un «pequeño descenso» desde el año 1993.

Es decir, el euskera es una lengua minoritaria en Navarra, así como en su capital. Dando por hecho que la lingua navarrorum fuera el vascuence —sólo aparece registrada como tal una vez, en un documento de 1167—, me temo que hoy sigue siendo la lengua de unos pocos y no la de «todos los navarros», que es para quien se supone que se gobierna.

SIN PLAZA POR CASTELLALDÚN

El euskera es patrimonio de Navarra como lo son las hayas de la Selva del Irati pero, ¿no conocer la lengua debe perjudicarte en la carrera hacia un puesto público? Una amiga, que se ha quedado a las puertas de un puesto de arquitecto en el Ayuntamiento de Pamplona, me manifestaba su decepción al respecto.

Más navarra que la melena de la estatua de los Fueros, le daba rabia no haber podido acceder a las listas de contratación por no saber euskera. Nacida a finales de los setenta, cuando las ikastolas eran pocas, no recibió formación en euskera, a diferencia de otros competidores, sobre todo muchos compañeros de carrera, del País Vasco, que se presentan a las pruebas con esa ventaja añadida.

Nadie se quejaría de nada si saber euskera fuera como sacarse el CAP, un curso de unos meses y a correr, pero estamos hablando de una de las lenguas más complicadas del Sistema solar y sin presencia global; recuerdo que en una academia de inglés y euskera, el contenido de la lengua de Shakespeare comprendía 6 unidades temáticas, mientras que los futuros eukalberris tenían que enfrentarse a 12 unidades.

«Es una ventaja que marca la diferencia», me comenta mi resignada amiga. Porque la parte teórica cuenta un 75% de la nota y la práctica un 25%, a lo que se añaden 10 puntos si tienes el C1 de euskera, y 8 con el B2.

El inglés suma 8 puntos (C1) y 6,4 (el B2). Habrá quien diga: «¡Es la lengua de nuestra tierra y es de ley que se exija para una plaza pública!».

¿De qué tierra? Julio Caro Baroja habla del ager y el altus, el mundo agrario del sur y el montañoso del norte, que definen por otra parte la historia de Navarra, con sus trashumancias de arriba para abajo. ¿Compite en igualdad de condiciones un opositor de Lesaka, que ha mamado el euskera desde niño, con una opositora de Ablitas, prácticamente ajena a la cultura vasca?

Lagunak, esto se llama discriminación: no por sexo, color de piel o raza, sino por lengua. Habrá quien diga que, yo qué sé, tener la carrera de arquitecto es requisito fundamental para sacarte tal plaza, ¡se discrimina a los no licenciados! A lo que diré que como alguien te diseñe una casa sin saber dónde van las vigas, apaga y goazen. El euskera, en cambio, no parece un requisito sine qua non para levantar un proyecto de viviendas de protección oficial en Sarriguren. El latín tampoco.

Premien el euskera, fomenten el euskera, divulguen la lengua, organicen ciclos de cine en euskera. Que cobre más quien lo habla, que se refleje en la nómina del funcionario público ese valor, ese conocimiento de una de las lenguas cooficiales. ¡Si es cooficial, los empleados públicos deberían hablarla y que si Suiza y que si los Países Bajos!, alegarán otros.

En teoría, es lo suyo y te lo puedo comprar en la zona vascófona para determinados puestos de trabajo, pero no en Pamplona-Iruña. En la práctica, es una medida que favorece a unos pocos: los nacidos y educados en el País Vasco y los euskaldunes, un grupo reducido que no debería tener privilegios sobre el resto.

Porque, como me decía mi amiga, nadie es menos navarro por no hablar euskera. A no ser que haya una persecución al castellaldún y un premiar a «los nuestros» mediante una política lingüística que no refleja una realidad social sino una ingeniería cultural excluyente.

Por todo ello, iré a la manifestación del 2 de junio. Y porque, cuando menos instrumentalizada está una lengua, mejor suena.

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