• domingo, 28 de abril de 2024
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Opinión / A mí no me líe

Mañana en la batalla piensa en mí, Olga Carmona

Por Javier Ancín

Marca el gol de la victoria, es nombrada mejor jugadora de la final en la que España se proclama campeona del mundo de fútbol femenino y cuando está celebrándolo, en plena euforia, le cuentan que su padre había muerto dos días antes.

Imagen de archivo de la jugadora en un partido en El Sadar. EFE/Jesús Diges
Imagen de archivo de la jugadora en un partido en El Sadar. EFE/Jesús Diges

Me abstraigo del ruido. Cada vez necesito más silencio. Antes podía convivir con el enjambre de voces, opiniones, menciones, juicios y prejuicios que en España algunos episodios privados, aunque se den en la esfera pública, propician. Pero ya no es mi guerra porque me aburre. A estas alturas ya todos están al tanto de la polémica. Si no hay consentimiento para ese beso es delito, si hay consentimiento no nos incumbe a ninguno. Sus motivos tendrá, tendrán, como para meternos ahí en medio de dos adultos a pedirles explicaciones. Quien debe de considerar el asunto es la jugadora, y no tiene por qué verse obligada a hacer pública su decisión para calmar el ego de desconocidos con sus "ves, tenía yo razón".

No es de nuestra incumbencia si ella no lo considera un delito, como parece que así ha sido, buscar un delincuente por nuestra cuenta y riesgo. Si ella no se considera víctima nadie tiene derecho a considerarla víctima. Y por eso yo me aparto y miro por otro lado. A otro drama, el de la jugadora Olga Carmona, más literario, y por lo tanto más humano.

Marca el gol de la victoria, es nombrada mejor jugadora de la final en la que España se proclama campeona del mundo de fútbol femenino y cuando está celebrándolo, en plena euforia, le cuentan que su padre había muerto dos días antes. Y eso lo he leído en algún sitio, pienso, y todo de repente se me vuelve shakespeariano, a la madrileña, cuando caigo en ello.

Algo de eso narró Javier Marías en su "Mañana en la batalla piensa en mí", cómo hubieran afectado a los acontecimientos presentes, la realidad, si hubiéramos sido conocedores de la noticia de que uno que aún creíamos vivo ya está muerto. En ese espacio de tiempo entre el fallecimiento y conocerlo, en ese lapso de existencia, es donde se desarrolla la historia.

Javier Marías, que escribe como yo como el yogur, rebañando en la condición humana, sacando cada molécula, cada átomo, arañando ruidosamente con la cuchara las paredes del envase de lo que somos las personas, nos pone frente a la tesitura de cómo lidiaríamos nosotros con ello.

¿Me hubiera gustado conocer la noticia de la muerte de mi padre un día antes de jugar la final de un mundial? En esa pregunta nos enredamos unos amigos cuando nos enteramos de la tragedia. Algunos decían que sí. Otros en igual numero, lo contrario. Yo era de los que no, porque jamás habría sido capaz de competir con todas mis fuerzas. Habría perdido, añadiendo más drama al drama, sin el consuelo de poder ofrecérselo a mi padre fallecido, además, cambiando el curso de los acontecimientos.

Nunca hay una respuesta correcta o al menos, práctica. Ni tomando la misma decisión. En la novela, uno de los protagonistas, de haber sido conocedor del fallecimiento de un allegado, podría haber evitado otra tragedia que se produce en ese espacio temporal entre saber y no saber, entre ser o no ser. En nuestra final, a Olga Carmona, quizás le habría producido conocer la notica otra tragedia añadida, que consiguió evitar al retrasarle su familia el fatal to be or not to be.

Pero eso siempre lo sabemos después, cuando ya hemos cerrado la historia, cuando ya le hemos puesto al asunto toda la literatura posible y hemos juzgado como si fuéramos dioses a nuestros semejantes humanos. Ay, qué puñetera es la vida. Pobrecilla... lo siento y enhorabuena. Y, sobre todo, un abrazo inmenso, que con ese no te equivocas nunca. Y eso es todo.


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Mañana en la batalla piensa en mí, Olga Carmona