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Opinión / A mí no me líe

El día que Sánchez lamentó la muerte de un etarra

Por Javier Ancín

Ayer, sin ir más lejos, un último episodio nos sacudió a muchos todas las tristezas. El presidente del gobierno lamentó profundamente la muerte de un violador múltiple. Se ha suicidado.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, comparece ante el Pleno del Senado, tras el parón estival, en Madrid (España), a 8 de septiembre de 2020. Sánchez comparece a petición propia en la Cámara Alta para explicar las líneas generales de actuación del Gobierno en dos líneas generales: la gestión de la pandemia del coronavirus y su apuesta por aprobar los presupuestos del año que viene.

08 SEPTIEMBRE 2020

8/9/2020
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, aplaudido por la bancada socialista tras intervenir en el Senado, donde lamento la muerte de un terrorista asesino de ETA.

La melancolía, esa bruma en el alma como tres puntos suspensivos, ese sonido metálico de las hojas secándose, quizás ya muertas, agitadas por un viento frío de septiembre. La melancolía en nada hará que caigan.

El final del verano siempre trae un torrente de tristeza. ¿Dónde arranca esa desazón, donde tiene su nacedero del Urederra, su fuente del Nilo? Yo es el primer sentimiento que recuerdo, con dos, tres, dudo que cuatro años, mirando los cuerpos como muertos de los niños -decían que estaban drogados- que las mujeres que se apoyaban en la verja de los jardines de la diputación, hace cuarenta años a practicar la mendicidad, llevaban en brazos. La tristeza de verlos, la melancolía de recordarlos y la angustia futura de no querer pasar de nuevo frente a los niños como muertos de final de verano.

Luego llegaron los libros, que es más de lo mismo pero enmascarados por un tono cultureta quizás excesivo. Siempre somos los mismos críos desnudos ante la pesadumbre que jugábamos en el patio del colegio, no hay que olvidarlo, aunque tengamos de edad cien años de soledad y alguien quiera hacer la crónica de nuestra anunciada muerte.

"El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo".

No hay nada más triste que el anuncio de que ya estás muerto, ya solo importa de tu existencia el momento en el que caerás fulminado, llegando incluso a impacientarse muchos lectores porque avanza la historia y no terminas, Santiago, de morirte. Cuando te matan, Santiago, la gente lo recibe casi con alivio, porque el libro se terminaba y no se veía por ningún lado el desenlace prometido.

"Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo".

Y entonces recordé, hoy que la melancolía me fusila en pelotón desde ese pasado, que tras aquellos paseos tristes por la avenida de San Ignacio, mi padre también me enseñó el hielo... en forma de corte de nata en la heladería Nalia del Paseo de Sarasate. Qué cosas, terminar entrelazado con García Márquez por la magia del realismo, que siempre es desolador, haciendo esquina con la pamplonesa calle Comedias.

Ayer, sin ir más lejos, un último episodio nos sacudió a muchos todas las tristezas. El presidente del gobierno lamentó profundamente la muerte de un violador múltiple. Se ha suicidado. Vete tú a saber los motivos, quizás puede que sea hasta un suicidio contra los suyos, a los que responsabiliza de vivir como Dios a costa de sus crímenes. Y se lo suelta en el Senado al partido con el que tiene firmado pactos el PSOE y que justifica las violaciones múltiples de ese violador, que homenajea a ese múltiple violador, a cientos de violadores más. El único pésame concreto, con nombre y apellidos, que se le ha escuchado a Sánchez en meses, en un año que tantos muertos buenos han muerto, es para un terrorista.

Pobres víctimas, que solas se quedan siempre. Otra vez Sánchez les ha vuelto a helar la sangre, en su hoyo, besando de rodillas el bollo de los etarras que están más vivos que nunca. En este punto tan deprimente estamos. Y eso es todo.


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El día que Sánchez lamentó la muerte de un etarra