• sábado, 27 de abril de 2024
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Opinión / A mí no me líe

De vermú, distancia

Por Javier Ancín

"Hay un poco de felicidad en perderle el pulso a las cosas, no estar a la última, dejarse ir, que tomen las riendas otros como las cogimos nosotros antes. Moverse un poco por la vida como Bill Murray por Tokio en Lost in traslation, sin entender nada pero caminando por el mundo que conoces".

Librería Deborah Libros en la calle de la Media Luna de Pamplona. IÑIGO ALZUGARAY
Librería Deborah Libros en la calle de la Media Luna de Pamplona. IÑIGO ALZUGARAY

Vuelvo a tener la misma sensación que tuve hace años en un viaje a Chile. Me di una vuelta por la calle Huérfanos, en Santiago, que era la de las librerías, me metí en una y ahí estaba mi mundo, las pilas de libros, las editoriales españolas con sus formatos reconocibles, pero cuando me acerqué a husmear, no era capaz de reconocer prácticamente ningún autor y desde luego que ningún título. Todo estaba como tenía que estar, pero nada era lo esperado.

Una sensación de irrealidad extrañísima, como si en las fotos que tienen tus padres desperdigadas por el salón, todo fuera como tiene que ser, las poses, las ropas, los paisajes... menos las caras de los fotografiados, cambiadas por otras que no reconocieras.

Un poco como cuando en Regreso al Futuro, Marty Mcfly, tras una de sus correrías temporales, algún cable toca que no debía, y regresa, no a su presente, sino a otro alternativo, donde los escenarios son los mismos pero las personas que los ocupan son distintas.

Salí, me fumé un cigarro, probé suerte en otra librería y la sensación, obviamente, fue la misma. No supe qué comprar, desistí de meterme en más y me fui paseando, tranquilamente, con un libro del chileno Jorge Edwards bajo el brazo que llevé desde Pamplona y que fui leyendo en ese viaje. “El inútil de la familia”, una especie de crónica real de su familia ficcionada muy agradable.

Últimamente eso mismo me pasa por Irroña, que me meto en alguna librería de las de batalla -salvo Walden no sé si queda alguna otra más de ese estilo en la ciudad porque hace mucho que ya ni busco-, me pongo frente a las mesas de novedades, miro, remiro, vuelvo a mirar escudriñando y no veo nada. Es un territorio que conozco pero por el que ya no sé andar porque en realidad es todo como nuevo pero peor. Ya no reconozco ni las editoriales, porque algunas como Anagrama que antes era acierto seguro, ahora son una más... o una menos. Y las nuevas, a muchas no les acabo de pillar el aire todavía. Ese todavía que será, empiezo a sospechar porque siempre ocurre cuando te haces mayor, un para siempre.

Me pillo la última novela de Jabois, a la que me aferro como un náufrago que ve que su mundo se va a pique, dispuesto a pasar los últimos minutos como buenamente pueda, en mitad de un océano oscuro. Hasta aquí llegó la riada.

Hay algo en eso más que triste, melancólico, pero también hay algo de tomar distancia con la realidad que hace que vivas más tranquilo, mejor, refugiándote en tus cosas y en libros de tu biblioteca que a lo mejor llevan comprados décadas. Me ha pasado con Marías, que estaba ya ahí hace tres o cuatro mudanzas, cuando vuelves a meter en cajas todo ese papel que almacenas como los salvavidas cuelgan en los perímetros de las piscinas, y ha sido ahora cuando me lo he devorado como un yonki prácticamente entero.

Hay un poco de felicidad en perderle el pulso a las cosas, no estar a la última, dejarse ir, que tomen las riendas otros como las cogimos nosotros antes. Moverse un poco por la vida como Bill Murray por Tokio en Lost in traslation, sin entender nada pero caminando por el mundo que conoces: solo han cambiado los actores, los operarios de las luces, los técnicos de sonido... y sin hacer nada por intentar comprender ni la relación que pudiera llegar a entablar con Scarlett Johansson.

Por fin he llegado a ese estado de plenitud que veía de adolescente en mi padre, cuando le preguntaba por tal grupo de música del momento o cual película de éxito, y me contestaba con una pachorra que yo entonces pensaba que era pose, es imposible que no conozca este cantante, que no tenía ni idea de quién le hablaba. Y eso es todo.


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De vermú, distancia