• domingo, 28 de abril de 2024
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Opinión / A mí no me líe

Los chalados del amanecer

Por Javier Ancín

"Yo pensaba que a estas horas solo me cruzaría con gente equilibrada, gente sana, gente sensata... pero lo que me he dado cuenta es que cualquier momento del día esto está lleno de gente con su pedrada particular".

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Me ha dado últimamente por ver amanecer, a mi edad, pero no como antaño, pasando la noche de juerga, sino después de haber dormido, con las zapatillas de correr calzadas, la pantaloneta puesta, que hace muchos años ya que no es de loneta sino de un material plástico indeterminado -técnico le dicen porque no saben cómo llamarlo para cobrártelo más caro- y echándome al mundo después del clic del pulsómetro. Hoy han caído 12 kilómetros. Qué maravilla la agonía del deporte, pudiendo estar dormido. En fin. Una chaladura como otra cualquiera.

Lo que son los prejuicios, tú. Yo pensaba que a estas horas solo me cruzaría con gente equilibrada, gente sana, gente sensata... pero lo que me he dado cuenta es que cualquier momento del día esto está lleno de gente con su pedrada particular. Si miras y empiezas a contar, hay tantos tronados al amanecer como al anochecer.

Quienes no vamos con nuestro sobrepeso a buscar el ictus de par de mañana, se ponen a fumar frenéticos, por ejemplo, buscando el infarto, por diversificar la urgencia clínica. La de gente que fuma de forma compulsiva antes de que den las ocho. Pobres. Ya ni me acordaba de qué era eso. De esa cárcel me libré hace años. Dejar de fumar es lo único sensato que he hecho en mi vida.

A otros que tampoco se les ve muy cuerdos son a los que van con su perro, que tampoco saben ni a dónde van. La de perros que hay, por cierto, no os podéis hacer una idea, es una cosa de locos. Algunos gruñen y te apartas, acojonado. Que no hacen nada, te dice el dueño, casi mosqueado, hasta que uno se me lanzó a la pierna, mordiéndome el talón de la zapatilla y tirándome al suelo y ya hacen algo. Entonces el dueño cambia de discurso, constaté, por uno en el que casi el responsable del tarisco eres tú también: pero si nunca había hecho nada.

Qué bien, oye, pues estupendo, te pido perdón por haber puesto aquí mi pie. La próxima vez pisaré por otro lado y tu perro no se verá obligado a volver a desequilibrarme hasta hacerme rodar por las baldosas, con el calcetín desgarrado.

Y no son a los únicos que últimamente he pedido perdón, que yo ahí fuera tengo unos modales exquisitos, de niño de colegio de pago. Yo no sé que les han dado a los ciclistas urbanos que se han vuelto unos impertinentes y unos completos majaderos, aún más, desde que alguien les hizo creer que son los buenos de la película, la suya.

Van varios días que yendo por la acera, sin carril bici a la vista, un chalado barra chalada empieza a darle al timbre como un energúmeno barra energúmena para tampoco sé exactamente qué, porque yo voy por mi lado derecho, siempre derecho, como la gente de orden, recto, dejando vía libre para que delincan por más de tres cuartas partes del ancho total.

Perdón, perdón, le he contestado a alguno, no se volverá a repetir este escándalo de que un peatón vaya por la acera, mañana mismo me bajo a la carretera para que puedas ir tranquilo barra tranquila con tu bici por aquí, corrigiendo semejante anomalía. Faltaría más. Las calles para los ciclistas. A los demás, que nos zurzan.

Estoy por desertar de todo contacto humano y hacer como una tipa que veo cada día, que con una silla de camping, se sienta en mitad de una rastrojera y se pone cara al sol, con perdón, a ver cómo asciende el astro por encima del horizonte. La más lista de todos. Sin que le moleste nadie, a su bola, sola con su pedrada ritual matutina. Feliz. Y eso es todo.


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Los chalados del amanecer