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Opinión / A mí no me líe

Carmen es navarra y Sherlock Holmes admiraba a Sarasate

Por Javier Ancín

De estas historias que podríamos sacarle chicha en Navarra tenemos algunas de una potencia descomunal pero lamentablemente nadie les hace ni puñetero caso.

Libros apilados encima de una mesa. ARCHIVO
Libros apilados encima de una mesa. ARCHIVO

Me preguntaba el otro día en Tuiter cuántos en Navarra sabrán que la Carmen de la novela homónima de Mérimée y posterior ópera de Bizet, personaje arquetípico de lo racialmente español, era del pueblo navarro de Echalar y que el otro personaje principal de esa tragedia, José Lizarrabengoa, también era navarro, de Elizondo.

No tardó en apostillarme alguien, como para sacudirse de encima esa responsabilidad -aparta de mí este cáliz cultural del que podríamos beber grandes tragos-, que no era de Echalar, que fingía serlo, como si eso tuviera alguna transcendencia en una obra de ficción... el fingimiento. Yo también finjo que soy de Pamplona en la realidad, sin literatura de por medio, cuando todo el mundo que me conoce sabe que soy un caribeño -sobre todo de cintura para abajo-, encerrado en el cuerpo de un pamplonés. Y qué.

De estas historias que podríamos sacarle chicha en Navarra tenemos algunas de una potencia descomunal pero lamentablemente nadie les hace ni puñetero caso.

¿Cuántos saben que en una de los relatos de Arthur Conan Doyle, La liga de los pelirrojos, Sherlock Holmes invita a Watson a un concierto del violinista pamplonés Pablo Sarasate en St. James’s Hall de Londres?

A donde yo quería llegar es a otro asunto menos metafísico y más real, los dineros, las perras con las que comer hoy. ¿No podríamos hacer nada con esos regalos que nos hicieron estos autores y sacarle rentabilidad turística al asunto? Una ruta cultural, un pequeño recorrido por los dos pueblos, una tienda de pipas elemental querido Watson en Pamplona, una placa, un algo que la gente pueda llevarse a las redes sociales... lo que sea, si da lo mismo, si lo importante es darle a la gente un motivo para que te visite.

Anda que no hay holmesianos por el mundo para sacarle jugo a este otro regalo del escritor inglés y atraerlos hasta nuestra ciudad para conocer las calles en las que nació el músico, este sí de carne y hueso, convertido en atrezzo literario.

En Verona tienen montada una aprovechando el Romeo y Julieta de Shakespeare, por ejemplo, de dar terror, que te enseñan el balcón de Julieta, sí, sí, la famosísima escena se desarrolla aquí, créanme, miren, miren, contemplen... oh, saquen el móvil y cuelguen en Instagram la instantánea, que nadie se quede sin visitar esa ciudad italiana. 

Qué más da que ese balcón fuera colocado ahí en una restauración de los años treinta del siglo pasado, lo importante es que la gente vaya, pula la teta de la escultura de bronce de la chavala Capuleto, se haga la foto y vuelvan felices a sus anodinas vidas creyendo haber visto un escenario real de una obra de teatro eterna. Cling, cling, caja y que pase el autobús siguiente.

Por cierto, Shakespeare en su texto no menciona nunca la palabra balcón, para que vean lo que importa la realidad en la fantasía que todos estamos dispuestos a disfrutar. Y eso es todo.


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