• martes, 19 de marzo de 2024
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Opinión / Editor del Grupo Diariocritico.

Pero bueno: ¿es o no es Cataluña independentista?

Por Fernando Jauregui

La respuesta a la pregunta con la que se titula este comentario no puede ser unívoca. Es, más bien, equívoca. Si atendemos al Centro de Estudios de Opinión, que depende más o menos de la Generalitat catalana, el independentismo pierde fuelle, y los no secesionistas ganan a los que sí lo son por un 48'5 por ciento frente al 44'3 por ciento.

Datos que, obviamente, hay que tomar con toda cautela, porque las 'tripas' de las encuestas son, como las entrañas de los gansos, materia de mucha reflexión y, reconozcámoslo, de algo de improvisación. Un arcano que los gurús interpretan a su aire y cuyas conclusiones nunca pueden ser definitivas: hace un lustro, ni la mitad de los catalanes que ahora se proclaman independentistas lo eran.

Lo que quiere decir que la opinión pública es, como la publicada, una veleta de difícil control. Depende de los vientos externos. Y ahora esos vientos soplan desfavorablemente para la idea de la independencia, como antes, merced a una serio de errores graves de las fuerzas políticas nacionales, se convirtieron en semillero de separatistas.

Lamentablemente, no puedo presumir de ser un experto en la sociología de mis compatriotas -sí, compatriotas, porque españoles son, como yo- los catalanes. Pero de mis observaciones y conversaciones con representantes de casi todas las partes implicadas deduzco una desmoralización generalizada ante la marcha del 'procés'.

Primero, porque la seguridad política es una raya discontinua, que hace que las formaciones cambien sus nombres y sus alineaciones casi cada seis meses; así, no ha sido solamente Convergencia Democrática la que ha cambiado de nombre, quizá para morir próximamente con su nueva denominación; es que la histórica Unió ha desaparecido, y en el campo de Podemos nadie se aclara acerca de cómo quedará configurado ese magma de 'comunes' y 'podemitas'.

Para no hablar ya, claro está, de la aparición de ese fenómeno, tan atípico y tan nocivo para el progreso político, que es la CUP.

En segundo lugar, da la impresión de que la corrupción está --¡por fin!- haciendo mella en la piel social catalana.

Que el mismísimo ex presidente de la Generalitat, Artur Mas, haya admitido, en sede parlamentaria, que quizá no se fue del todo escrupuloso con su financiación el partido que durante décadas ocupó el poder, es ya todo un dato.

Sobre todo cuando esta confesión sigue a las declaraciones judiciales por el 'caso Palau' y la patente involucración en negocios corruptos de dos de los más cercanos asesores de Pujol, Prenafeta y Maciá Alavedra. Por no citar otros muchos nombres, claro está.

¿Qué más tiene que suceder en Cataluña, aparte de la inestabilidad política, de los escraches de la CUP y de la corrupción rampante de casi toda una clase política, para que el sesgo de las encuestas se incline hacia el no-independentismo? Pues está claro: hay que utilizar, en lo posible, la zanahoria de los Presupuestos más que el palo judicial; el bálsamo de la negociación política mucho más que la amenaza de un artículo 155 de la Constitución que de nada valdría.

Hay que saber poner en armonía el respeto a la ley con la flexibilidad y la tolerancia, incluso para cambiar leyes que causan más perjuicio que beneficio a la unidad de la nación.

Y hay que utilizar todos los recursos, los internacionales, los dialécticos y hasta los históricos, para dar luz a las razones y a las verdades de quienes no somos en absoluto independentistas.

Y el principal de estos recursos será dotar a España de una vez de un gran proyecto como nación, que es algo de lo que básicamente carecemos.

Ahora solo falta saber si con los mimbres políticos actuales, tan preocupados de los pedrosanchez de turno, los murcianos y los otros, se podrá levantar el armazón de este gran proyecto.

Y me temo que, en estos momentos, ni en Madrid ni en Barcelona hay ideas claras sobre cómo afrontar el enorme, vital, reto que supone definirnos y actuar en consecuencia.


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Pero bueno: ¿es o no es Cataluña independentista?