• martes, 19 de marzo de 2024
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Blog / Cartas al director

Pamplona no es Iruña ni Lizarra viene de Estella: así manipula la toponimia navarra el nacionalismo vasco

Por La voz de los lectores

Una vez ocupado el imaginario colectivo, liquidando el origen de los pueblos, se llega a la justificación de la generalización de la euskaldunización allí donde nunca se ha hablado.

Cartel de bienvenida a Pamplona con la nomenclatura en bilingüe de Pamplona Iruña ARCHIVO
Cartel de bienvenida a Pamplona con la nomenclatura en bilingüe de Pamplona Iruña. ARCHIVO

La toponimia es el nombre que determina el origen de una localidad o enclave. Por tanto, tiene un carácter descriptivo de la evolución genuina de una gens, o grupo humano con sentido antropológico, cultural o histórico. Es la marca que nos permite identificar de dónde venimos para saber qué somos.

Si se modifica caprichosamente esa denominación, se mutilan partes de la historia del lugar, de su simbología, su ethos. Es una amputación de una parte fundamental del ser y existir de una colectividad. Y se convierte en una manipulación cognitiva cuyos fines suelen ser de interés político para llevar a una sociedad hacia un determinado fin y destino, normalmente de carácter nacionalista.

La finalidad suele ser cambiar la cosmovisión de las personas para que piensen de una determinada manera que propicie las estrategias y dinámicas separatistas, y dejar la impronta en personas ignorantes de su pasado de desvinculación con España. Las palabras modulan el pensamiento y lo condicionan. Quien maneje el lenguaje y la definición de las cosas perfila la forma de pensar de las personas.

Por eso, el mundo nacionalista vasco tiene tanto interés en ocultar la realidad de las cosas y manejar la información, siempre de forma tendenciosa, sin un atisbo de imparcialidad y objetividad, creando mitos y situaciones irreales, ficticias. Lo han hecho hasta llegar al esperpento y el absurdo en el País Vasco, y lo tratan de hacer en Navarra, sin que los navarros muestren una clara resistencia a ello.

Una vez ocupado el imaginario colectivo, liquidando el origen de los pueblos, se llega a la justificación de la generalización de la euskaldunización allí donde nunca se ha hablado, con la simple razón falaz de que esos territorios, a los que se le modifica su nombre originario, es vascón; y, por tanto, la lengua propia de ellos es el euskera.

Hay que partir de la cuestión de que ni el euskera ni ninguna lengua es propia de ningún territorio, pues las lenguas pertenecen a sus hablantes, pero aún así, se da la paradoja de que, por ejemplo, en Álava nació el castellano y se acepta el hecho de que el euskera es lengua propia alavesa, cuando eso es completamente falso. Tanto en vastas extensiones del País Vasco actual como en Navarra nunca se ha hablado el euskera o, simplemente, se perdió al menos hace dos siglos, lo cual desvanece la idea de que fue Franco el que eliminó el euskera de esas zonas.

Cuando el instrumento de la lengua está controlado por los nacionalistas, la manipulación cognitiva y la modelación de la forma de pensar de las comunidades está bajo dominio de los manipuladores de las masas al servicio de sus objetivos.

El nacionalismo ha puesto en marcha un proceso para modificar el nombre de nuestros pueblos y enclaves basándose en cinco criterios.

1.- Modificar la grafía del topónimo introduciendo caracteres que corresponden al batua o euskera oficial que aglutina a los diferentes dialectos del vasco. Con lo cual se vulnera el principio del respeto al origen del topónimo y a su tradicional escritura.

2.- Compatibilizar en doble denominación un topónimo con un asentamiento anterior a la fundación de la villa o puebla de origen medieval, remontándose a los antecedentes al hecho fundacional de esa población. De tal manera que también se modifica ex novo la forma tradicional de denominar el enclave o la villa o población fundada por un rey sea navarro o castellano.

3.- Traducir al euskera el término castellano, modificando el origen del topónimo y su uso tradicional a lo largo de siglos, mientras que, paradójicamente, no se hace lo propio con los topónimos de origen eúscaro.

4.- Eliminar uno de los dos términos del sintagma nominal con el que se nombra el topónimo, de tal manera que se desfigura su origen medieval y su fundación real.

5.- Inventarse, sin más otra denominación que no tiene ninguna raigambre ni uso en los tiempos pretéritos hasta hoy, entendiendo por hoy los últimos 40 años.

Veamos algunos ejemplos concretos en el caso de Navarra. Y debemos tener en cuenta que solamente son ejemplos ya que hay una multitud de casos que no se citan por cuestiones de espacio:

Estella

La ciudad fue fundada en el año 1090 por Sancho Ramírez, monarca de Pamplona y Aragón, cerca del primitivo burgo de Lizarra, que había sido reconquistado según unos historiadores por Sancho Garcés I en el año 914. El primitivo Lizarra no es Estella, es otro poblado abandonado.

Pamplona

Tradicionalmente se ha creído que la ciudad fue fundada en el 74 a.C. por el general romano Pompeyo como Pompaelo o Pompelo sobre un poblado preexistente, de supuesto origen vascón, quizá denominado Bengoda, aunque ninguna fuente histórica clásica recoge este dato. Estrabón sí alude, sin precisar detalles, que la fundación de Pamplona fue obra de Pompeyo. Es evidente que el origen es latino, por haber sido romano. Iruña era un enclave previo a la fundación y no tiene nada que ver con ésta.

Sangüesa

Al primitivo asentamiento conocido como Sangüesa la Vieja que se ubicaba en Rocaforte, el rey Sancho Ramírez concedió hacia el año 1090 el fuero de Jaca y Alfonso I el Batallador lo extendió en el año 1122 al denominado Burgo Nuevo, el cual se desarrolló en el emplazamiento actual de la ciudad. El título de ciudad lo obtuvo en 1665 tras una merced real y el pago de 6.000 ducados. En euskera, Zangoza no tiene ninguna relación con el hecho de la fundación y fuero.

Villava

En el siglo XII, el rey Sancho VI el Sabio funda junto a la aldea de Atarrabia una villa a la que concede los fueros del burgo nuevo de Pamplona. Como era costumbre en la época, el rey bautiza a la villa con un nombre y le concede el de Villa noua (Villa Nueva). Se trata por tanto de un nombre romance similar al que tienen otras muchas localidades de Europa, aunque la fundación se realizará en una zona vascófona de Navarra. El actual nombre de Villava es fruto de una evolución de este nombre original (Villanova, Villaova, Villava). Obviamente, Atarrabia no era Villava, era otra cosa sin relación alguna. Es un mortuorio.

Burlada

Según Julio Caro Baroja el nombre de esta localidad proviene de la voz brustulare del Bajo latín ("quemar") y su significado etimológico sería por tanto el de Quemada. En un documento del Monasterio de Leyre datado a finales del siglo XI es mencionado como ''Buruslata" y "Bruslata". Otros nombres antiguos que se conservan son "Brusalada", "Bruslada" (siglo XII) y "Burllada" (siglo XV). El nombre evolucionó hasta quedar fijado como Burlada en castellano. Traducir esta denominación al euskera (Burlata) es absurdo ya que no tiene un origen vascófono.

En cualquier caso, queda probado el dolo. Es decir, la voluntad manipuladora del nacionalismo vasco, invasor del espacio navarro, y de sus colaboradores necesarios de una izquierda desnortada, con claras pretensiones de cambiar la realidad de las cosas y modificar la verdad para crear mitos.

Ernesto Ladrón de Guevara, doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación. CEDIDA

Ernesto Ladrón de Guevara: Los nombres robados (Manipulación, falsificación y rediseño de los topónimos vascos). Letras Inquietas, 2019.

Ernesto Ladrón de Guevara es Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación. Fue procurador en la Juntas Generales de Álava por el PSOE y Unidad Alavesa, partido del que fue fundador. También es miembro del Foro de Ermua y de la Asociación Hablamos Español.

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