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Blog / Capital de tercer orden

El Encuentro con José Luis Alexanco

Por Eduardo Laporte

Fue, junto con Luis de Pablo, uno de los dos organizadores del mayor evento de las artes que tuvo lugar en Pamplona.

Imagen de José Luis Alexanco extraída del libro de los Encuentros. PÍO GUERENDIÁIN
Imagen de José Luis Alexanco extraída del libro de los Encuentros. PÍO GUERENDIÁIN

Acabó mayo con un sabor a despedida de personajes que uno quisiera inmortales. Franco Battiato y poco después Cristóbal Halffter, compositor de la Generación del 51 a la que también pertenece Luis de Pablo. Este último, nacido también en 1930 y superviviente a este mayo luctuoso, sería el responsable de levantar, junto a José Luis Alexanco, la mayor apuesta por el arte jamás vista en España, con Franco aún muy vivo.

Quién nos iba a decir, en octubre pasado, que pocos meses después me tocaría escribir su nota necrológica. Porque Alexanco falleció el pasado domingo 16 de mayo, a consecuencia de un inesperado paro cardíaco. La vida quizá sea la mayor obra de arte. Siempre impredecible, implacable, el arte apenas alcanza a ser su sombra. Luminosa sombra, un modo también de despejar la espesura en que nacemos.

Invitados por su amigo y galerista, Pedro Maisterra, y con dos buenos amigos, tuvimos el privilegio de recorrer la exposición retrospectiva que la sala Alcalá 31, en Madrid, le dedicaba: ‘Ejercicio temporal: 1964-2020’.

Hay algo en toda retrospectiva que parece insinuar tu final. La pandemia nos puso a todos en ese disparadero, pero ya digo que nadie podía intuirlo cuando Alexanco nos desgranaba sus obras, con total cercanía, con un contagioso entusiasmo. Las esculturas MOUVNT de resina que crearían tanto él como un ordenador embrionario, en ese mundo tecnológico aún en pañales, pero a cuyo carro Alexanco, como miembro del Centro de Cálculo de Madrid, se había subido con seguridad visionaria. Era el único artista que había logrado programar por sí mismo. Y crear arte con ello.

Nos contó, en presencia de los homúnculos de su ‘Soledad interrumpida’, la importancia que tuvo esa obra en lo que vendría después. «Fue una obra clave para los Encuentros», diría Pedro Maisterra, galerista navarro con presencia en ARCO cada año al frente de Maisterravalbuena. Con esos homúnculos, esculturas humanoides de PVC que se movían accionadas por aire, crearían unas ‘performance’ que entonces llamaban simplemente «espectáculo». La jerigonza artística aún no se había codificado, pero ellos ya estaban ahí. Insuflando aire manualmente a 150 esculturas que se pudieron ver, en 1971, en Buenos Aires, y cuyos ecos llegarían a los mecenas del momento: los Huarte. La familia quería organizar unos conciertos en memoria de Félix Huarte. Era el germen de lo que más tarde serían los Encuentros de Pamplona de 1972, del que en breve se cumplirán cincuenta años.

«Es un pintor ante todo». Otra cita de Pedro Maisterra de las notas que tomé aquel día de octubre de 2020, en la bóveda de la sala Alcalá 31 conquistada por las pinturas de Alexanco. Iba a cumplir ochenta años, pero se sentía joven, como demostraba esa cascada de cuadros no figurativos que había compuesto durante la pandemia. Había vivido en el 228 de West Broadway, en el SoHo neoyorquino, con Muntadas y Miralta, cuando aún tenían sentido esos viajes iniciáticos.

Una de sus obsesiones era el movimiento. El artista aspira a la quietud y él la alcanzaba con el movimiento. Y los viajes. Ya en La Retasca de la calle Ibiza, que tiene un aire al mítico HD de Guzmán el Bueno, nos hablaría de sus frecuentes escapadas a Siria, donde conoció a Adonis, y de la que se marchó, visionario de nuevo, una semana antes de que comenzara el desastre. Animados por el vino de Pago de Arínzano, el impulsor de los Encuentros de Pamplona nos relató también otro viaje. Exponían en Polonia y un amigo le recomendó unas pastillas. Eran anfetaminas, de las que se tomaban para estudiar, él no las había probado nunca. Con aquel Red Bull de la época (Bustaid, en realidad), emularía a Charles Lindbergh, pero en este caso atravesando países y fronteras comunistas uno tras otro como si nada, equivocándose de carreteras para llegar a Hungría en vez de España. El estado policial de aquel tiempo totalitario e interconectado alertaría a los propios Huarte, informados de aquel «disparatado» viaje:

—¿Tu amigo Alexanco es comunista? [le preguntarían a De Pablo].

—No, ni yo tampoco*.

Los Encuentros podían continuar.

Nos sentamos en aquella mesa a la hora de comer y salimos después de la de cenar. Alexanco, más moderado que nosotros, nos abandonó un poco antes. No quise atosigarlo a preguntas. Ya habrá más encuentros, pensé. Antes de irse, nos regaló otra anécdota. La de un Oteiza cascando con una pistola un bogavante en el restaurante Lur Maitea, aún abierto, a pesar de tamaña ‘perfomance’, de Madrid.

No recuerdo si hablamos de qué hacer en el cincuenta aniversario de los Encuentros. Está Luis de Pablo, está Prada Poole y sus cúpulas neumáticas. No sabemos que sé hará o no se hará, pero lo que se haga debería servir para lograr otro Encuentro con José Luis Alexanco.

Hasta siempre.  


Extraído del libro ‘Los Encuentros de Pamplona en el Museo Universidad de Navarra’

 

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El Encuentro con José Luis Alexanco