• martes, 19 de marzo de 2024
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Opinión / Periodista y escritora

El reto de saber envejecer

Por Rosa Villacastín

A sus 65 años y cinco hijos, Isabel Preysler sigue siendo una de las mujeres más admiradas de nuestro país.

No solo porque se ha enamorado del flamante Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, también porque ha logrado lo más difícil, el respeto de la prensa, incluso de aquellos que como Jesús Mariñas o Peñafiel, se han rendido a sus encantos, a sus modales y educación.

Es curioso que después de tantos años en el candelero, no se la conozca un mal gesto cuando es abordada por los paparazzi en la calle o a la salida de su casa o, como cuando ocurrió este verano, le cazaron en un hotel de lujo sin una gota de maquillaje, con unos sencillos leggins y una camiseta de manga corta. Señal inequívoca de que se encuentra a gusto en su propia piel, a una edad en la que la mayoría de las mujeres comenzamos a mostrar nuestra preocupación por el físico, por las secuelas de la menopausia, por las arrugas o las cartucheras.

Lo demuestra el que dos días después de que apareciera en la cena ofrecida por Rolex-Rabat, que tuvo lugar en el Florida Retiro -antiguo Florida Park- la pregunta de la mayoría de mis amigas y conocidas era: ¿Qué hace esa mujer para estar tan guapa? ¿Cuál es su secreto?. La respuesta se la ofreció Isabel a los periodistas que acudieron a la inauguración del nuevo espacio de la joyería Rabat del que es imagen: "Me encuentro en un momento muy bueno, de paz, muy feliz... estoy encantada".

Palabras que pueden sonar a un puro trámite, pero que estoy convencida de que le salen de lo más profundo de su corazón, pues no hay más que verla para comprender que se encuentra en un momento dulce de su vida. Después de dos años de sufrimiento, de entrega total a su marido y compañero de vida Miguel Boyer.

Cualquier mujer en sus circunstancias hubiera firmado por encontrar a un hombre inteligente, afectuoso, que vive pendiente de ella, a la que admira desde hace tiempo y de la que se ha enamorado locamente. Un amor otoñal que es más fuerte de lo que pudo soñar cuando en la plenitud de su madurez la adversidad se cebó con ella. En el mismo año, perdió a su hermana Beatriz y al hombre al que más ha admirado de cuantos ha conocido hasta que apareció Vargas Llosa. El mejor analgésico para un corazón herido.

Obviar que Isabel se ha sometido a algunos tratamientos estéticos sería negar la realidad, pero son muchas las mujeres que conozco que gastan ingentes cantidades de dinero para mejorar su aspecto y solo lo consiguen a medias. El secreto de Isabel es que es metódica en cuanto a alimentación y ejercicio físico se refiere. Lo que no le impide darse algún que otro atracón de chocolate cuando se reúne los viernes a comer con sus amigas.

Fiel a sus esteticistas -Maribel Yébenes y las iraníes madre e hija Massumed- luce mejor en persona que cuando aparece en alguna revista, que en su afán por quitarle años, la dejan sin apenas expresión. Una imagen que no se corresponde con la realidad, tal y como pudimos comprobar cuando apareció radiante con un vestido blanco y escote mejicano, de la marca bilbaína Sofie et voila, y zapatos de Jimmy Choo del mismo color y después, durante la cena que le ofrecieron Esteban Rabat y Cedric Muller, y a la que asistieron Jaime de Marichalar, Begoña García Vaquero y Pedro Trapote, Eugenia Ortiz Domecq y su marido Juan Melgarejo, así como los duques de Terranova y Carmen Lomana.


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