• martes, 30 de abril de 2024
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Opinión / A mí no me líe

La marcha fascista de Otegui sobre Pamplona

Por Javier Ancín

"Ahí estaba el etarra, no le faltaba nada de la la parafernalia fascista; ni la despersonalización del individuo a favor de la masa; ni la uniformidad del ejército de paraguas y capuchas negras".

Arnaldo Otegui durante la celebración del Aberri Eguna en Pamplona. EFE
Arnaldo Otegui durante la celebración del Aberri Eguna en Pamplona. EFE

Estoy pasando unos días en Roma, que es como decir que estoy en casa de los abuelos. De aquí surge nuestra civilización, nuestras costumbres, nuestros nombres, -hasta los cansalmas aberchándales apelan a Roma para poder nombrarse: fueron los romanos quienes los bautizaron como vascos y eso de Lingua Navarrorum con lo que andan obsesionados pues más latín no puede ser también-. Sin Roma, los aberchándales harían como eso que decía García Márquez en Cien años de soledad, que como el mundo era tan reciente y las cosas aún no tenían nombre se tenían que señalar con el dedo para nombrarlas.

Roma es la cuna de la Pompaelo histórica, de la Pamplona real, de la Pamplona alejada de los vahos y las nieblas de fábulas mitológicas irreales, de las fantasías aberchándales de arcadias legendarias que no son capaces nunca de demostrar. Los restos arqueológicos que hay en Pamplona y en Navarra son los de Roma.

Como Roma es infinita y yo un friki de la Segunda Guerra Mundial, ataviado con mi gorra antifascista de los chicos que desembarcaron en Sicilia para librar al mundo del fascismo -una que compré hace años en Normandía de la 82° División Aerotransportada del ejército de Estados Unidos-, en esta nueva visita la estoy dedicando a buscar escenarios de ese cisco que, una vez más, nos preparó el nacionalismo a la humanos.

La casualidad quiso que cuando pasábamos por la plaza de Venecia, escenario de esas famosas imágenes de Mussolini desde el balcón del palacio, poniendo poses y caras de gilipolllas frente a la masa, mientras buscábamos información sobre el fascismo italiano en el móvil para refrescar la memoria de todo aquello, se me apareció la noticia de Otegui con su marcha sobre Irroña ayer domingo.

Ahí estaba el etarra, no le faltaba nada de la la parafernalia fascista; ni la despersonalización del individuo a favor de la masa; ni la uniformidad del ejército de paraguas y capuchas negras -curioso guiño a la historia criminal del movimiento aberchándal-; ni los colores de las banderas, que las ikurriñas también comparten verde, rojo y blanco con las de los fascistas italianos; ni la adoración al líder, con un avejentado Otegui, soltando un discurso en la más pura tradición fascista apelando a la patria única y eterna y pura y a las monsergas xenófobas de siempre.

El Duce aberchándal, solo, sin nadie al lado, como un mesías que guía al pueblo hacia la tierra prometida, así se mostraba Otegui en la tribuna. Nada es causal, todo está preparado. Si algo cuida siempre el aberchandalato son estas cosas: los escenarios como parte primordial de su discurso.

No se dejan nada, si miras, la totalidad está ahí: el totalitarismo se abraza en sus símbolos, que los dos, el etarrismo y el fascismo, comparten no de forma casual un hacha, con la que asesinar a sus enemigos, con la que mantener prietas sus filas. Hasta el culto culto a la violencia que profesan los fascistas y aberchándales como forma de ejercer la política, que siguen llevando a sus asesinos de estandarte en sus listas electorales, no pueden negarla tampoco.

No hay como salir de casa para verlo todo aún más claro. Te alejas un poco y la distancia hace que el cuadro tome la perspectiva ideal para observarlo. Todo adquiere una nitidez como cuando a un miope le pones unas gafas graduadas, que hacen que lo difuso desaparezca, compactándose los contornos para que no quepa duda de que lo que ves es sólido, es decir, que lo que ves es lo que hay. Y aquí ya sabemos todos lo que hay con los aberchándales. Y eso es todo.


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La marcha fascista de Otegui sobre Pamplona