• martes, 19 de marzo de 2024
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Opinión / A mí no me líe

La plaza Conde de Rodezno

Por Javier Ancín

Hace un frío que pela. Anochece a esa hora donde caen todas las tristezas, las siete y media de la tarde. Busco un cajero en la parte alta de Carlos III, solo para refugiarme en algún garito y sacudirme el hielo.

Monumento a Los Caidos. PABLO LASAOSA03
Monumento a Los Caidos en la plaza de la libertad (antes Conde Rodezno). PABLO LASAOSA

Un café descafeinado, decido, para rematar la nada. Ni nieva ni llueve y a la vez las dos cosas. Cae grisura, el unico color que tiene Pamplona. Pamplona de Pompeya, hermanada, por la ceniza que nos esparcen por la cabeza, como si Dios nos espolvoreara con el Vesubio, a modo de salero. Un chirgo de ciudad. Barrillo y penitencia. Ceniza y sombras.

Saco dinero, tengo sed de calor de bar, y entro en la plaza Conde de Rodezno para cruzarla. Han abierto un sitio en la calle Aoiz que quiero visitar. Tiene sillones y wifi y si estáis leyendo este artículo es porque al final llegué.

Me gusta esta plaza. Tan brutal, tan majestuosa, tan desproporcionada, tan monolítica, tan de Pamplona siendo a la vez lo menos de Pamplona que puede haber. Me gusta mucho esta plaza, tan soviética, tan de Moscú, tan esa zona que conocí del Santiago de Chile de Allende, donde se encuentra el Palacio de la Moneda, cruzada como un tajo por la Avenida O'Higgins. Me gusta esta plaza con su estanque con fuente que juega con la lluvia, con la nieve, entre árboles altos, desnudos, como dedos de bruja de cuento.

En esta plaza aprendí cosas que te marcan para siempre. El peso del arte, por ejemplo, la trascendencia que desborda su mera contemplación, que me produjo una hipocondría de la que no he sido capaz de sobreponerme nunca, dicho sea de paso.

En esta plaza tenía la consulta mi pediatra, la doctora Oyarzabal. Entrar en esta plaza de la mano de mis padres, por los gigantes soportales, era sinónimo de que iba a tener problemas en muy poco tiempo: desnudo y torturado sobre una camilla en menos de un cuarto de hora. En la sala de espera, que daba a la plaza, calculo que año 80-81, había una reproducción del Guernica de Picasso en la pared. Contemplar ese cuadro era entrar en el infierno de Dante sin haber leído la Divina Comedia, sin saber quién era el escritor italiano, ni Franco, ni el conde de Rodezno ni Picasso ni nadie de los que quitan el sueño a los adultos. Ese cuadro era el espanto puro para mí.

Mirando el Guernica en aquella sala de espera aprendí qué era el desasosiego. Las formas desgarradas en blanco y negro, esa señora berreando con su hijo muerto en brazos, el caballo relinchando al morir, la espada rota de matar, los cuerpos moribundos de la batalla, cobraban vida por los gritos y lloros de los niños que llegaban de la consulta, más allá del allá del pasillo oscuro, que terminaba en la sala de la camilla negra con una luz blanca. Terrorífica escena. El cuadro chillaba, estando mudo.

Desde aquellos tres o cuatro años comprendo a la perfección la angustia de ese cuadro. Últimamente por Madrid he ido a visitarlo mucho, y aunque ha perdido fuerza porque a todo le descubres el truco -un collage cuarteado demasiado grande que es más una interpretación de la obra de Rubens ‘Los horrores de la guerra’ que nada relacionado con la guerra civil española- aún me golpea, aún me lleva a la plaza Conde de Rodezno de mi infancia, escuchando los gritos desgarradores en esa figura con los brazos al aire, clamando al cielo, hecha con todos los gritos de todos los niños que oí llorar a lo lejos, desde aquella sala de espera, en la consulta de mi pediatra.

Ahora el alcalde quiere tirar la plaza porque dice que es una plaza de Franco, simplista el muchacho, sin darse cuenta de que si la tira a muchos nos dejará el miedo pero no la explicación de dónde nos viene. A lo mejor es lo que merece Asirón, unas líneas en la crónica de la ciudad del estilo de “pasó a la historia este mediocre personaje no por construir algo, que no supo, impotente alcalde, sino por destruir, por dejar un solar en Pamplona”. 19 millones de euros dicen que tiene reservados para llenar Pamplona de más escombros que no dirán nada. 19 millones de euros muertos. Y eso es todo.


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La plaza Conde de Rodezno