• martes, 30 de abril de 2024
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Opinión / A mí no me líe

Hace unos días me crucé en el supermercado con un asesino

Por Javier Ancín

"Un asesino no solo acaba con su víctima, sino que la come, se adosa injustamente a ella de por vida, le arrebata toda su biografía, le arrebata todo lo que nos hace personas individuales. La víctima nunca podrá zafarse de ese siniestro abrazo de su asesino".

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Mientras estaba cogiendo unas latas de espárragos que me habían encargado para una cena con amigos en una sociedad, una mujer entró en el pasillo, desencajada, hablando alto por el móvil. Se paró a mi lado y no hacía más que repetir por teléfono que era él, el asesino, estaba aquí, me lo acabó de cruzar, no puede ser, cómo ha podido volver. Angustiada, echó una última ojeada sin dejar el teléfono en ningún momento, como un salvavidas, y salió de escena por el lado opuesto, deprisa, casi a la carrera.

Dejó el carro a medio llenar a mi lado. Y me quedé mirándolo, sin saber muy bien qué hacer. Ahí estaban los yogures, la leche, unas patatas, unos refrescos, como suspendidos ya para siempre en el tiempo. Yo aún tenía las dos latas de espárragos en la mano, asimilando la escena.

Una compra sin terminar como un testigo mudo de que los dramas no cesan nunca. Da igual dónde estés y el tiempo que haya pasado, te pueden saltar a la cara siempre, en cualquier lugar, en un acto tan cotidiano como ir al súper, por ejemplo, como un monstruo de película de terror y joderte la vida, seguir jodiéndotela cada puñetero día de tu vida. Ya no estarás a salvo en ningún sitio. El leviatán siempre estará al acecho. Nunca podrás librarte ya de esa sensación. Siempre estarás tensa esperando a los bárbaros, como en la novela del sudafricano Coetzee.

Me lo encontré eligiendo tomates. Lo reconocí al instante porque su jeto salió en los periódicos y hay caretos que nunca se olvidan. Ahí estaba, concienzudo, con su guante de plástico, su bolsita y mirándolos, sopesándolos, analizándolos cada uno, este sí, este no... y los giraba y los escrutaba por varios ángulos. Este vive, este muere.

Tenía buen aspecto exterior, como de hacer deporte habitualmente para mantenerse sano. Se habrá hecho hasta vegano el cabrón de él, pensé, concienciado contra el consumo de carne animal o para salvar a las putas focas del deshielo del ártico, yo qué sé. A lo mejor era socio hasta de alguna ONG, como creyéndose incluso buena persona, el hijoputa.

Me acordé de todos esos que dicen, estupendos, que ya ha pagado la deuda con la sociedad, que ya merece vivir en paz el criminal. Incluso alguno se pone divino y suelta un ‘¿qué más queréis?’ Pues yo, en concreto, que no vuelva a salir de la carcel nunca. Cadena perpetua.

Un asesino no deja de serlo jamás. Un asesino nunca paga lo suficiente. Cada día vuelve a asesinar a su víctima, cada día vuelve a enterrar en vida a sus familiares, amigos, conocidos...

Mientras él se pasea tranquilamente comprando lechugas, una persona ha tenido que salir corriendo a la calle con un ataque de pánico porque le faltaba el aire.

Un asesino no solo acaba con su víctima, sino que la come, se adosa injustamente a ella de por vida, le arrebata toda su biografía, le arrebata todo lo que nos hace personas individuales. La víctima nunca podrá zafarse de ese siniestro abrazo de su asesino.

Como explica el pistolero William Munny, el personaje interpretado por Clint Esstwood en Sin perdón, al matar a un hombre no solo le quitas lo que tiene, sino lo que puede llegar a tener. Y eso es todo.


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Hace unos días me crucé en el supermercado con un asesino