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Blog / La cometa de Miel

Mata Hari en cubierta

Por Pablo Sabalza

Si alguien dice que me proporcionó información secreta, el delito lo cometió él, no yo

Una imagen de Mata Hari.
Una imagen de Mata Hari.

Miércoles 15 de octubre del año 1917.

París se despertaba con unos disparos de fusiles. En el horizonte se podía divisar cómo las palomas del Sacre Coeur alzaban sus alas. Un  estruendo  teñía de luto a la ciudad de las luces.

Horas antes, la que fuese la mujer más deseada del siglo, la más exótica de su generación, aquella que se iba a convertir en leyenda era conducida desde la celda de la prisión de Saint-Lazare a citarse con la parca. Su nombre, Mata Hari.

Tenía 41 años el día que la iban a matar.

Huesos y flautas suenan en sus oídos cuando el sudor de nieve fue llegando.

Era muy coqueta. Se maquilló para danzar con la muerte. Vestía traje de dos piezas, blusa escotada y medias negras. Un abrigo azul abriga su frágil figura. Los guantes de cabritilla cubren sus manos y un sombrero de tres picos su larga cabellera pintada ya con el color del tiempo y de las nubes.

¡No vas  a la ópera, Mata Hari! ¡Te van a matar!

Estalla la I Guerra Mundial  y Alemania y Francia se disputan los favores de la bailarina o la amante y sus conjuntos. Al final sería acusada por el país galo de espionaje al tenderle una trampa el servicio de información del ejército francés.

Ha habido célebres espías a lo largo de la historia.

El español, Juan Pujol, es uno de los más reconocidos. Consiguió hacerle creer a Hitler que el desembarco aliado se produciría en Calais, a 250 kilómetros de Normandía. “Garbo”, nombre por el que se le conocía como espía, fue condecorado con la Cruz de Hierro alemana (máxima condecoración del III Reich), y con la Orden del Imperio Británico, un hecho insólito en la historia.

También hubo un célebre espía que apenas medía 58 centímetros. Sí, sí. Han leído bien.

Pero no se lo pierdan. Este pequeño espía memorizaba los mensajes que recibía y posteriormente se disfrazaba de bebé y era trasladado con una manta. Le hacían cruzar la frontera camuflado de recién nacido. En ocasiones, dejaban un carrito de bebé junto a varios oficiales para que pudiera captar conversaciones sin levantar ninguna sospecha. Murió en 1858 a los 90 años. Se le conocía como el Sr. Richebourg.

Aldrich Ames era un oficial de la CIA que se volvió espía soviético en 1985. Con toda la información que contaba de esta organización, decidió darle a la Unión Soviética muchos datos importantes. Debido a esto, fueron puestos en peligro 100 agentes de la CIA y ejecutados al menos 10. A pesar de que no fue descubierto por el detector de mentiras, era difícil ocultar las ganancias materiales como los autos lujosos y el dinero en el banco. Fue condenado a prisión en 1994.

Pues bien,  ninguno de ellos es ni será tan célebre como Mata Hari.

Se han escrito muchos libros sobre ella y se han realizado diversos filmes de su vida.

Se convirtió en un mito, en una víctima, en un misterio, en una espía.

Su muerte fue el preludio de las obras de espías que llegaron después y llenaron las estanterías de todas las librerías del mundo. El célebre James Bond de Ian Fleming o el más reciente Jason Bourne de Robert Ludlum no sólo se hicieron hueco entre millones de lectores sino que también llegaron a las grandes pantallas. Y detrás de ellas, estaba Mata Hari.

Autores como Frederick Forsyth con obras como ‘El día del chacal’ u ‘Odessa’, John Le Carré con ‘El espía que surgió del frío’  o ‘El topo’ o ‘Epitafio para un espía’ de Eric Ambler se han convertido en clásicos literarios en lo que concierne a esta vertiente. Y detrás de ellos, estaba Mata Hari.

Es la hora de morir.

Hace frío en aquella madrugada a las afueras de París. Los soldados apuran los primeros cigarros del día y el humo se funde con el vaho y la tensión del momento.

A los soldados les han dado sus fusiles y desconocen cuáles de ellos llevan las balas. No todos están cargados.

La protagonista aparece en escena. Se niega a ser atada. Tampoco quiere que le venden los ojos. Es valiente mi Mata Hari.

Lanza un beso al sacerdote que le acompañó durante sus últimas horas. Susurra unas palabras a su abogado que también es amante. Uno de tantos.

Apuntan los soldados como en el cuadro de Goya del 2 de mayo.

Una ráfaga de disparos ya están despertando a las palomas. Una bala impacta en el corazón que todos sus pretendientes quisieron.

La muerte puso huevos en la herida.

Lo demás era muerte y sólo muerte.

Nadie reclama el cadáver. Ni un amigo, ni un familiar, ni un querido.

La facultad de medicina le amputa la cabeza para exponerse en el Museo de Anatomía de París.

Con el tiempo su cabeza fue robada. Nadie sabe dónde está.

La mujer más sexy del mundo, la más exótica de todas ha fallecido.

Su leyenda ya está en todos los carteles. En todas las cubiertas.

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Mata Hari en cubierta