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Blog / La cometa de Miel

El viaje de Luna

Por Pablo Sabalza

No se trata de enseñar palabras a los niños, se trata de enseñarles a aprender palabras. Con motivo del Día Mundial de Concienciación sobre el Autismo extraigo un fragmento del libro, La cometa de Miel.

Luna viajó en avioneta después de ganar el concurso.
Luna viajó en avioneta después de ganar el concurso.

Cuentan que hace ochenta o noventa años decidieron hacer un concurso todos los lugareños con el fin de adivinar quién era el que más se aproximaba el 28 de septiembre a saber a qué hora y minuto exactos se pondría el sol en su totalidad en el horizonte. El plazo de fecha de inscripción finalizaba el 28 de julio, concretamente, dos meses justos antes de la fecha…

-¿Y el premio del concurso?-interrumpí a Guizé en plena historia.

-¿El premio? Una vuelta en avioneta por toda la isla durante una hora-apuntó-.

-¡Qué guay! –dije exultante –Sigue, sigue…¿quién ganó Guizé, quién ganó?

-Tranquilo, Miel…deja que te cuente –indicó dirigiendo su dedo índice a su boca en signo de silencio-.

En aquel entonces –continuó-había una joven que distaba mucho de relacionarse con la gente. Sufría un trastorno neurobiológico denominado trastorno del espectro autista.

Su nombre, Luna.

Sus padres le animaron a apuntarse en el concurso pero, como era costumbre, la niña no decía nada.

Jugaba con sus juguetes en su habitación, comía en la mesa, asistía a la escuela y siempre lo hacía todo en silencio.

El 28 de julio se cerró el plazo para inscribirse en el concurso y, el último nombre que figuraba en una lista de casi doscientas personas era el de Luna. Su hora, las 20:51.

Tras desplazarnos a una terraza que escogió Guizé, ya que empezaba a hacer algo de frío continuó con la historia…

-El caso es que dos meses después del cierre de la inscripción, es decir, el 28 de septiembre, todos los que se habían inscrito más los curiosos que se habían enterado más tarde, se dieron cita más o menos en la misma zona donde hemos visto el atardecer hace un rato. Las gentes se preguntaban unos a otros qué hora habían apuntado.

Las 21:03 decía el de la carnicería; las 21:07 señalaba el frutero del supermercado; las 19:35 indicaba la señora de la ferretería, y todos le recriminaban que dijese una hora tan temprana.

Así se iban reuniendo unos con otros. Los que no se habían apuntado empezaron a hacer apuestas entre ellos.

Pronto fueron las 19:00, las 20:15, las 20:30…poco a poco los que ya habían perdido iban tirando las papeletas.

En un apartado, el alcalde de la zona junto con su secretario, el presidente de Aerolíneas Gutiérrez, los que ponían la avioneta, vaya, -agregó Guizé-, y el notario que daría constancia de la hora exacta y del ganador, esperaban expectantes a que el sol se escondiese en el horizonte.

A las 20:51 exactas se escondió el sol.

-Entonces, ganó Luna, ¿no? –dije excitado-.

-No, exactamente –contestó Guizé. Había otra persona que también había anotado la misma hora.

Ni más ni menos que la mujer del alcalde. Juntaron a los dos ganadores poco después de reunirse la comitiva de alcalde, secretario, presidente de Aerolíneas Gutiérrez y el notario, y les comunicaron la noticia.

Los dos eran los ganadores pero sólo había sitio para uno en la avioneta, así que debían anotar en un papel a qué hora se escondería el sol al día siguiente.

Luna estaba callada, como siempre, mientras que la mujer del alcalde, todo eso según dicen –relató Guizé-, estaba muy nerviosa y pedía consejo al cocinero del restaurante, al cura que andaba atraído por el gentío y hasta a la señora de la ferretería. Al final decidió escribir las 20:49, dos minutos antes de la hora escrita el día anterior.

Luna, tímida y reservada, escribió la misma hora, las 20:51, con esa hora, pensó, había llegado donde había llegado, qué más daba cambiarlo ahora.

El comité decidió que se proclamaría como ganador a la persona que más se acercase a la hora de entrada del sol, caso de que no fuese la hora exacta.

Al día siguiente, la expectación era aún mayor. Había el doble o el triple de gente que el día anterior. Buena culpa de ello tenía el periódico comarcal que había apuntado la noticia en su primera página.

La mujer del alcalde estaba que no podía de los nervios, hasta le dieron un vaso de agua que temblaba en sus manos.

Luna, junto a sus padres, que a estos sí se les veía algo nerviosos, comía una bolsa de papas fritas mirando a la playa.

El día anterior y éste habían facilitado unas gafas para que a la gente no le dañase los ojos al mirar al sol.

La comitiva, así como el cura, el maestro, el sereno, el carnicero y, por supuesto, la señora de la ferretería, entre otros muchos, se pusieron las gafas expectantes al acontecimiento.

Las 20:40 y ya empezaba a meterse. Las apuestas se multiplicaban.

-Una peseta por la mujer del alcalde –decía uno.

-Dos por la niña –gritaba otro.

20:47 y aún se veía el sol; 20:48 y un poquito aún se apreciaba; 20:49 y ahí estaba el sol asomando el hocico.

A las 20:51, a la misma hora del día anterior, se escondió por completo el sol.

Sonaron los hurra por toda la playa.

-La Luna ha ganado al sol –decía uno.

-La Luna sabe cuándo se mete su compañero –apuntó el otro.

Luna voló al día siguiente por toda la isla.

…Y el piloto fue el primero en oírle decir las tres primeras palabras que nadie había escuchado salir de su boca.

Dame otra vuelta! –gritaba Luna. ¡Dame otra vuelta! –gritaba sin parar.

-¡Dame otra vuelta! –grité estirando los brazos en la silla.

Guizé y yo gritamos lo mismo.

-¡Dame otra vuelta! ¡Dame otra vuelta!

Y una voz lejana, gritó:

-¡Dame otra vuelta!

Giré la cabeza y vi a una anciana postrada en una silla con los brazos abiertos planeando.

-¿Ves a esa señora sentada al lado de la barra? –me dijo Guizé.

-Ella…es Luna.

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