Supongo que decir que un Estado fuerte es aquel que se siente orgulloso de su bandera, de su Historia, de su himno, de su unidad, sonará como algo reaccionario en el seno del Consejo Ciudadano de Estado de Podemos, que este fin de semana celebró una 'cumbre' para, en el fondo, aparcar sus divergencias sobre lo que debe ser la izquierda, y si debe serlo con el PSOE o contra el PSOE.
La explicación de Pablo Iglesias para no asistir a la recepción del Rey en el Palacio Real sólo se entiende si está fabricada para ser carne de columna, objeto de viñeta, tema de chiste. Ni siquiera es provocadora; dice textualmente: "Consideramos que nuestra presencia es más útil en la defensa de los derechos y la justicia social en este país, como hacemos a diario junto con otras personas, organizaciones e instituciones, que en este tipo de actos".
Contemplo y escucho, en los primeros informativos de la mañana del Día de la Fiesta Nacional, advocaciones a la unidad de la patria, glosas al himno, a la bandera y hasta descalificaciones, según de dónde provengan, a 'la izquierda', que, dicen, no comparte el espíritu de la jornada, 'como quedó demostrado en el rechazo público de Pablo Iglesias a acudir a la recepción del Rey'.
Cómo ha cambiado el cuento. Si en los tiempos de Pablo Iglesias (el fundador del socialismo español, cuidado con las comparaciones odiosas), la utopía era la sociedad sin clases, ahora es el reformismo pregonado por Pedro Sánchez como resorte de la campaña electoral a punto de formalizarse con la disolución de la Legislatura.
Dicen los sondeos que los podemitas se han pegado contra los alambres y que Rivera está en un tris de entrar en la liza por la Moncloa. Lo de Iglesias no dejaba de ser previsible porque era bastante obvio que en cuanto empezara a vérseles el pelaje y el personal a pensar que por darle una patada a todo se la acababan por dársela a ellos mismos iban a entrar en caída libre.