Llegan con cuentagotas las noticias de Grecia; ocupan un lugar poco destacado en los medios y ningún partido -hablo de Podemos, naturalmente- parece que tenga muchas ganas de seguir llamando "hermano" a Tsipras y menos aún de izar junto a Syriza la bandera que iba a cambiar el rostro inhumano de una Europa tiránica y capitalista hasta la desesperación. Ya nadie habla del inefable Varufakis -ni siquiera el propio Tsipras- que ya no es más que un verso suelto atractivo pero imposible.
Cuando Zapatero afirmó -mientras contaba nubes- que los acuerdos a los que llegara su sucesor Pedro Sánchez serían los mejores, me permití echarme a temblar; los augurios y los hechos del ex presidente socialista han sido sistemáticamente catastróficos y equivocados en tres direcciones: dejó al PSOE al borde del abismo, levantó los fantasmas del pasado, echó gasolina a las brasas de los nacionalismos, fue incapaz de ver la crisis y hundió en la miseria la economía española.
Resulta comprensible que la foto de una Infanta de España sentada en el banquillo de los acusados concite un lógico interés mediático porque todos los segmentos de la población esperaban este día; unos para ver si se aplicaba la doctrina Botín y otros para discutir el modelo que podría llevar para la ocasión la encausada.