• jueves, 28 de marzo de 2024
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Opinión /

Ojo a Volkswagen

Por Santiago Cervera

No haría falta llenar este artículo con las últimas novedades sobre el caso del fraude en las emisiones de los coches diésel fabricados por Volkswagen.

Lo bueno que tiene un medio digital como navarra.com es que a un click de distancia se puede disponer de cualquier análisis o información de última hora. Pero lo importante no es la morterada de datos que a estas alturas ya tenemos sobre el asunto, sino intentar valorar las repercusiones que va a tener en los próximos meses. Y, muy especialmente, cómo va a repercutir en la economía Navarra, que bien sabemos que es absolutamente dependiente de lo que produzca la factoría de la marca en Landaben. Me sorprende que a estas alturas no se hayan encendido ya unas cuantas luces rojas.

Volkswagen ha hecho mucho por democratizar el uso del automóvil. Es una marca que tomó la decisión estratégica de innovar los motores diésel para hacerlos más ligeros y eficaces. Gestó todo una revolución tecnológica convencida de que se podía poner a disposición de la gente unos vehículos robustos, de bajo consumo y con unas prestaciones comparables a los tradicionales gasolina.

Esto consistió en crear motores con materiales más ligeros, diseñar nuevos sistemas de inyección y, especialmente, dotar a los coches de sistemas de control electrónicos, el núcleo inteligente que regía las funciones mecánicas principales. Y un día llegó la tentación de enseñar a ese pequeño cerebro a que reajustara el régimen del motor si detectaba que estaba pasando un examen de emisiones, para mostrarse como ecológico cuando no lo era tanto.

Mediante una pequeña modificación del programa la empresa se ahorraba cerca de 600 dólares en ajustes adicionales para superar las pruebas oficiales de Estados Unidos, sin duda mucho más exigentes que las europeas. Y como la mentira tiene las piernas muy cortas, hoy estamos ante el mayor escándalo económico del año, y el que más va a afectar a la industria del motor en todos los tiempos.

El problema es que VW ha actuado con dolo, con una premeditación que le va a hacer acreedora de muy diversas sanciones en los próximos años. Ya no es que un grupo de ingenieros cometiera un error de diseño y que la marca haya de pagar por ello, como ocurrió con los airbags de Toyota. En este caso se puede identificar toda una mentira corporativa. Y lo malo para VW es que con algunas cosas no se puede jugar en Estados Unidos, el país que expulsa de las universidades a los alumnos que son sorprendidos copiando.

Les va a tocar afrontar una cuantiosa multa federal por fraude; los propios estados pueden interponer demandas por la contaminación ambiental producida por los vehículos: probablemente se enfrente a la temida class action por la que los consumidores van a exigir daños y perjuicios; va a tener que responder ante los propios concesionarios que distribuían sus coches; y, seguramente, será una marca que nunca más podrá aspirar a una cuota relevante del mayor mercado automovilístico del mundo. Total, una buena pasta.    

El sector del automóvil se define como de factorías inmensas de pero márgenes muy pequeños. Una marca bien gestionada apenas genera beneficios por valor del 3% de sus ventas. Intensivo en bienes de equipo, empleo y tecnología, curiosamente también es uno de los más volátiles. Por eso no es descartable que las consecuencias para la marca alemana sean dantescas.

El escándalo amenaza “la propia existencia de la empresa”, como ha reconocido su director financiero, Hans Dieter Pötsch. En mi opinión, lo que vaya a ocurrir dependerá de la habilidad con la que el consorcio actúe, y si entiende que está en un momento en el que hay que hacer de la necesidad virtud. Seguramente es el momento en el que el eficiente diésel alemán deba dar paso al anhelado coche eléctrico, antes de que éstos vehículos comiencen a llegar directamente desde California.

Pero además de eso, probablemente VW acabe troceada, única manera de salvar algunas de las marcas del consorcio en detrimento de una matriz que va a tener que apechugar con unos gastos y una pérdida reputacional inmensa.

¿Y en Navarra? Estoy sorprendido por el hecho de que al asunto no se le esté dando la importancia que merece. A tenor de las portadas de algunos periódicos vegetales, es como si nada pasara. Y pasa mucho. Sería ingenuo creer que el nivel de inversión en la planta de Landaben va a ser el mismo desde el año que viene.

De ninguna manera es descartable un severo ajuste de la producción o incluso una afección mayor fruto de las decisiones corporativas que han de llegar indefectiblemente. Por eso es desazonador ver que nadie se ha ocupado de prever el día después de un posible desastre en la marca alemana, de la que vive la economía pública de todos los navarros y la economía familiar de muchos de ellos.

Aquí, como si nada. El Plan Moderna ha sido un enorme fiasco que a pesar de su ampulosidad política y de imagen no ha resuelto el principal problema de nuestra economía local, su diversificación y apertura a nuevos mercados. Nadie está hablando del nuevo mundo de la economía digital, de la misma manera que nadie está pensando en qué podemos ser mejor los navarros en un mundo que ha cambiado mucho. Un mundo globalizado al extremo de constatar que la norma de emisiones del diésel en Estados Unidos puede acabar suponiendo el cierre la factoría de Landaben.

Creo que si algo justifica un gran pacto político y social es justamente esto. Pero parece que de momento estamos aquí hablando de banderas y de otras muchas cosas trascendentales.       


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