• martes, 19 de marzo de 2024
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Opinión / Periodista y escritora

La justicia europea penaliza el uso del velo

Por Rosa Villacastín

Leyendo el dictamen del Tribunal de Justicia de la Unión Europea sobre la utilización del velo en lugares de trabajo, no puedo por menos que mostrar mi preocupación ya que según el alto tribunal se puede prohibir siempre y cuando en una empresa exista una norma interna que impida el uso visible de cualquier signo político o filosófico.

Razón por lo cual no se puede hablar de discriminación si una joven se niega a quitarse el velo en el caso de que un empresario se lo pida. Cosa diferente es que un cliente se niegue a ser atendido por una trabajadora que lo lleve puesto: entonces sí.

Una sentencia contraria a la emitida por una juez de Mallorca que considera que la prohibición del velo vulnera el derecho a la libertad religiosa.

No quiero creer que el dictamen del Tribunal de Luxemburgo se pueda haber emitido pensando más en las amenazas y criticas de los extremistas de Le Pen o de Wilders -que basan sus políticas en el odio y en la necesidad de expulsar a los musulmanes de Europa ya que consideran a todos ellos terroristas sin paliativos-, que en la necesidad de buscar puntos de encuentro entre quienes piensan de diferente manera a nosotros.

Porque de ser así estaríamos dando munición a quienes demonizan a todos los islamistas, a todos los musulmanes sin excepción. Independientemente de que sean prestigiosos investigadores, padres amantísimos, mujeres educadas en nuestros países, pero a quienes no se les puede exigir arrancarse del ADN sus raíces.

La pregunta que me hago escuchando voces coincidentes con Le Pen o Wilders, incluso leyendo el dictamen del Tribunal de Justicia Europea es: ¿Qué pasaría si una novicia, una monja que trabaja en un hospital o en una residencia de ancianos, es obligada a quitarse la toca porque un chiflado así lo demanda? Nos parecería un disparate y lucharíamos para que pudiera lucir lo que sin duda es su signo de identidad, de su religión. Con la misma contundencia hay que actuar cuando un ciudadano cualquiera se niega a que la farmacéutica de mi calle le despache las medicinas porque lleva velo y es libanesa.

Creo que estamos llegando a un punto muy preocupante que pone en riesgo nuestra convivencia, valores que teníamos muy arraigados que nos han permitido avanzar como individuos y como nación, tanto en lo personal como en lo público. Si de algo sabemos los españoles es que el odio genera odio, que la insolidaridad genera insolidaridad, y que si renunciamos a los valores que hicieron de Europa y de España lugares de acogida, de encuentro, donde la gente quería vivir precisamente por nuestro carácter y no solo porque había oportunidades para desarrollar su talento o sus expectativas de vida, era porque se respetaban las ideas religiosas de cada uno, de los católicos, de los anglicanos y de los musulmanes, al menos hasta ahora.

En Alemania hay un movimiento en marcha en contra de quienes solo buscan el enfrentamiento, de igual manera que en muchas ciudades españolas la gente se ha echado a la calle para criticar las políticas de acogida de los refugiados por parte del gobierno de Rajoy que había negociado con Bruselas y que no ha cumplido, o cumplido poco y a regañadientes.

Luchar por nuestras libertades y derechos, supone un rayo de esperanza para quienes pensamos que no todo está perdido, que pese a la ola de extremismo que parece que está inundando Europa, hay gente dispuesta a luchar para que eso no ocurra. De ahí que miles de ciudadanos digan alto y claro ¡Basta ya!. Basta ya de inculcar el odio a nuestros hijos, a esa pobre gente que llega a nuestros países jugandose la vida, huyendo de la guerra, de la miseria, del terror. Ni Europa ni los europeos nos merecemos populismos cuyo discurso sabemos que es un caramelo envenenado.


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