• viernes, 19 de abril de 2024
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Opinión / Ha sido columnista habitual del periódico El Mundo, colaborando también con otros periódicos, revistas, programas de radio y televisión. Ha participado en el programa debate de TVE, 59 segundos.

El numerito de Iglesias

Por Rafael Torres

No ha sido muy alto ni brillante en las últimas legislaturas el nivel parlamentario en el Congreso, en parte por la severas limitaciones ideológicas y oratorias de la mayoría de los diputados y portavoces, en parte por la degradación del debate político a resultas de la mayoría absoluta y despótica del Partido Popular en los últimos tiempos, pero a la vista de la inicial aportación de alguna de las nuevas incorporaciones, sustanciada en la presente sesión de investidura, el dicho nivel puede acabar arrastrado por el suelo. 

Es más, si no ha acabado ya en el fango, a las primeras de cambio, por la intemperancia y la mala educación del todavía líder de Podemos, Pablo Iglesias, ha sido por la contención de los insultados por él y por la templanza y mano izquierda del presidente de la Cámara, Patxi López.

Si lo que pretende Pablo Iglesias con sus formas es el desprestigio de la izquierda y el constante suministro de munición a la derecha, no tiene más que perseverar en la lamentable conducta que exhibió en sus turnos de respuesta al candidato, Pedro Sánchez. Agresivo, violento, vociferante, ceñudo, retador, faltón, el que se autodesigna como único valedor de "la gente", de los carenciados y de los afligidos, de los ofendidos y humillados por un Sistema injusto y podrido, no fue capaz de controlarse, ni de reprimir su pobre pero gigantesco ego, sediento de atención y ávido de reconocimiento, ni sus vicios de profesor "majete" en la relación asimétrica y desigual con los alumnos, ni su fondo autoritario que hace añicos la pátina meliflua que lo recubre, ni el mucho resentimiento social y acaso personal que lo identifica. Eso que algún comentarista ha dado en definir como "Pablo Iglesias en estado puro", y que no es sino una criatura que desconoce sus limitaciones y los límites exigidos en el trato con los demás, ha propinado al respetable el espectáculo de un penoso numerito.

Es una pena que en las actuales circunstancias, la impostura y la puerilidad escamoteen a los españoles el remedio a cuanto les empobrece y ningunea. Ese ciudadano que da lecciones sobre todo aquello que ignora, que se arroga una superioridad moral y política de la que carece, que no sabe parlamentar sino sólo dar mítines a los afines, ha montado su numerito, el primero.


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El numerito de Iglesias