• jueves, 28 de marzo de 2024
  • Actualizado 22:41

Opinión / Ha sido columnista habitual del periódico El Mundo, colaborando también con otros periódicos, revistas, programas de radio y televisión. Ha participado en el programa debate de TVE, 59 segundos.

La guerra de los deberes

Por Rafael Torres

El trabajo de los niños es estudiar, esto es, instruirse, hacer acopio de conocimientos, prepararse para la vida futura, y su taller, su lugar de trabajo, es el colegio.

Justo y razonable parece, pues, que cuando concluye su jornada laboral, salgan del taller.

Lamentablemente, en España, cual si se tratara de un inmenso taller oriental donde se explota al obrero hasta su extenuación, esa jornada de aprendizaje, de trabajo escolar, se alarga hasta el delirio, privando a los niños de lo mejor de su irrepetible edad: jugar, correr, enredar, idear, relacionarse, explorar o, simplemente, no hacer nada sin sentimiento de culpa.

Tarde, como casi todo aquí, ha llegado la corriente, tan común en los países civilizados, de poner en solfa el castigo de los deberes en casa. Pero ha llegado. Y la reacción, representada por la inercia de una tradición indeseable, por un sistema educativo fracasado y por la galbana de algunos profesores, se ha sublevado contra la dicha corriente vivificadora y ha montado una guerra donde sólo debiera haber reflexión y debate.

No entiende la reacción que los deberes, esa suerte de horas extras sin remunerar que extienden su territorio hasta la hora de acostarse, son en España, por lo general, muchos y malos.

La cuestión es esa, que son muchos y malos. Porque una cosa es invitar al niño, fuera de su jornada laboral, a indagar sobre lo aprendido en clase, a buscar en la realidad extra-escolar conexiones con lo estudiado, a leer algún tebeo o algún libro relacionado con las materias académicas, o a ver algún documental o alguna película que contenga algún mimbre del cesto del saber, y otra, muy distinta, radicalmente opuesta, propinarle páginas y páginas, ejercicios y problemas, para su monda memorización, que es lo que habitualmente se hace.

La guerra de los deberes, pues, está servida, y uno, aunque contrario a toda guerra, querría, ya que está aquí, que la ganen los que desean que los niños disfruten plenamente de su infancia, lo que no es incompatible, sino antes al contrario, con su educación.


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