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Opinión / Ha sido columnista habitual del periódico El Mundo, colaborando también con otros periódicos, revistas, programas de radio y televisión. Ha participado en el programa debate de TVE, 59 segundos.

España no necesita un gobierno

Por Rafael Torres

 No es cierto que España necesite un gobierno: lo que necesita es un gobierno bueno.

Es más; de lo que está cansada la gente, tras dos elecciones generales consecutivas y fallidas, no es de que no haya un gobierno, circunstancia que no deja de tener sus cosas buenas, sino de que, a tenor de la escasa capacidad política y negociadora de quienes deben formarlo, éste pudiera ser tan nefasto como la inmensa mayoría de los que en España han sido desde que alcanza la memoria, particularmente el último. Lo más nefasto del último, el de Rajoy, tan abundoso en desafueros, trampas y faltas de respeto a la ciudadanía, es que, encima, pudiera ser el siguiente. A suscribir esa posibilidad turbadora han venido los sufragios de uno de cada tres votantes, a buena parte de los cuales se les infundió el pavor a una alternativa de gobierno peor si cabe, la ofertada por la heteróclita e inquietante coalición liderada por Pablo Iglesias. Es decir; que sin Podemos, sin el miedo a Podemos, al Partido Popular le habría costado mucho el 26-J enjugar un poco el brutal descalabro que sufrió, perdiendo unos sesenta escaños, en las anteriores elecciones. La realidad, en cambio, sugiere que, ni aun sacando los votos de los sondeos marcianos y de la quimérica suma de su unión con IU, Podemos habría podido formar gobierno ninguno, pues para ello tendría que haber desaparecido absolutamente el PSOE, y las cosas nunca desaparecen absolutamente. Así las cosas, con esos débiles y escasos mimbres que han brotado del temor, y no del feraz campo de las convicciones, ese partido de Rajoy (ya enteramente suyo) no sólo ha sobrevivido al albañal de corrupción y bandidaje institucional en el que han hozado tantos cargos del PP, y al repudio mayoritario de los españoles como consecuencia de ello, sino que aspira a una nueva vida, a una reencarnación con parecidas hechuras, y aspira tanto que hasta el fardo insoportable en democracia de un ministro de Interior como Fernández Díaz se le antoja liviano e irrelevante. Puede que España necesite de una puñetera vez un gobierno, pero uno bueno.


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