• viernes, 29 de marzo de 2024
  • Actualizado 13:38

Opinión / Ha sido columnista habitual del periódico El Mundo, colaborando también con otros periódicos, revistas, programas de radio y televisión. Ha participado en el programa debate de TVE, 59 segundos.

Curro Jiménez

Por Rafael Torres

Televisión Española ha tenido el buen gusto de reponer éste verano, en las sobremesas, la serie 'Curro Jiménez', dando así un merecido descanso a 'Verano Azul'.

Gracias a ello, quienes no vieron en su día el amable y sorprendente 'western' español, o quienes lo olvidaron, pueden reparar en que, si bien el bandolerismo no es cosa de ahora, lo que diferencia a los ficticios Curro, el Algarrobo, el Gitano y el Estudiante de los bandidos reales del presente, es que aquellos, los capitaneados por Sancho Gracia, eran personas honradas.

En efecto; la cuadrilla de Curro Jiménez estaría en las antípodas, en lo tocante a la decencia, de los políticos que en Valencia robaban los fondos destinados a socorro humanitario, de los que en Andalucía timaban a los parados, de los que en Madrid se volvían locos con los cohechos y las mordidas, de los que en Cataluña se llevaban comisiones hasta por toser, y de los que han llenado España, en fin, de aeropuertos sin aviones, rotondas estúpidas y emporios de hierro y cemento más estúpidos e inútiles todavía.

Aquellos bandoleros de Curro que tan poco tenían que ver con los de verdad, con los que asolaron los caminos del país durante el siglo XIX haciendo gala de un salvajismo extremo, robaban a los ricos para repartirlo entre los pobres, exactamente lo contrario que hacían la Generalitat Valenciana, la Bankia de Blesa y Rato, o los alcaldes de la Púnica.

Abonada al tópico legendario y trufada de anacronismos y libérrimas licencias de toda clase, la serie 'Curro Jiménez' era, es, sin embargo, una buena serie que supo adornarse con lo mejor: actores, localizaciones, decorados, vestuario, guiones, fotografía, música, manejo de semovientes, atrezzo...

Pintaba un tipo de bandolerismo que sólo ha existido en la leyenda, en la necesidad popular de algo valiente y benéfico en lucha contra los abusos y exacciones de un Estado casi siempre delincuencial y adverso. Hoy, lo más parecido a aquellos caballistas son los jueces. No la Justicia, lenta, caduca y sin recursos, sino los jueces. Sublime paradoja.


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