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Opinión / Tribuna

Navarra, el epicentro de la disidencia de ETA

Por María Jiménez

La disidencia agazapada ha encontrado en Patxi Ruiz el detonante que necesitaba para sacar a la luz su trabajada capacidad de movilización.

Fermín Sánchez Agurruza durante una de las protestas ilegales llevadas a cabo en Pamplona en favor del terrorista Patxi Ruiz. PABLO LASAOSA
Fermín Sánchez Agurruza durante una de las protestas ilegales llevadas a cabo en Pamplona en favor del terrorista Patxi Ruiz. PABLO LASAOSA

El pico de actos de protesta, manifestaciones, pintadas y concentraciones protagonizadas por la izquierda radical abertzale en el último mes es el más alto desde el final de la violencia de ETA en 2011. La huelga de hambre del preso pamplonés Francisco Ruiz ha servido de catalizador de una amalgama de grupúsculos disidentes que hasta ahora habían funcionado casi siempre de forma independiente, hasta enfrentada, y que han visto en la protesta de Ruiz la ocasión para unirse a una oleada de movilizaciones que se ha revelado más fuerte y con más capacidad de convocatoria de la esperada.

En esa amalgama hay unas siglas fuertes: ATA. Amnistia Ta Askatasuna (Amnistía y Libertad) surgió en 2014 asida a la bandera de la amnistía generalizada para los presos y el regreso de los etarras huidos. Se trataba de una reivindicación histórica de la izquierda abertzale que, a ojos de ATA, se había dejado de lado tras el final de la violencia de ETA y, sobre todo, después de que el sector reformista encabezado por Otegi se hubiera hecho con la dirección política. El ejemplo quizá más claro fue la autorización de la dirección abertzale a los presos para que se acogieran a beneficios penitenciarios individuales, una línea roja que ETA nunca había cruzado en favor de una “solución” en bloque para todos sus presos.

ATA, que se unió a un tablero en el que ya existían otras marcas como IBIL, creada por el expreso pamplonés Fermín Sánchez Agurruza (en la imagen), tuvo la perspicacia de aferrarse a uno de los elementos más transversales y aglutinadores de la izquierda abertzale: los presos. En su manifiesto fundacional señalaban que la movilización popular, el “ganar la calle”, era la clave de su estrategia. De hecho, la falta de movilización popular era otro de los reproches que ATA achacaba a Sortu, heredera de la ilegalizada Batasuna e incapaz de generar una dinámica sostenida de reivindicaciones por los presos, más allá de la habitual, y multitudinaria, manifestación de enero en Bilbao o las concentraciones semanales habituales, cada vez más escuálidas.

En los últimos años, la disidencia con ATA como marca fuerte y la izquierda abertzale oficial han librado una batalla casi siempre soterrada en barrios, asambleas locales, círculos sindicales y estudiantiles o gradas donde se concentran las facciones ultras de los principales equipos de Navarra y País Vasco. De hecho, Herri Norte (Athletic de Bilbao), The RSF Firm (Real Sociedad), Iraultza 1921 (Deportivo Alavés), Indar Armagina (Eibar) e Indar Gorri (Osasuna) convocaron el diciembre una marcha a la cárcel francesa de Mont-de-Marsan que algunos reclusos etarras fieles al colectivo de presos (EPPK) rechazaron por ver detrás a ATA. La batalla en las gradas, aparentemente, la habían ganado los disidentes. En la calle, ATA también tuvo un papel clave en los distrubios que ocurrieron en Pamplona en 2017, por los que la Audiencia Nacional condenó a cuatro jóvenes guipuzcoanos por desórdenes públicos terroristas en 2018.

La disidencia agazapada ha encontrado en Patxi Ruiz el detonante que necesitaba para sacar a la luz su trabajada capacidad de movilización. ATA ha capitalizado la oleada reivindicadora erigiéndose como portavoz del preso y organizando las protestas. Patxi Ruiz ya había mostrado su cercanía a estas siglas cuando en 2016 publicó en el blog de la organización una carta crítica con la dirección de ETA, que lo expulsó al año siguiente. Sin embargo, nunca ha sido un líder dentro de las filas disidentes, sino más bien un preso de perfil bajo con antecedentes de problemas psiquiátricos, que provocaron que la propia ETA lo expulsara temporalmente del comando Ekaitza tras el asesinato de Tomás Caballero. Sin embargo, su huelga de hambre, la más prolongada de las protagonizadas por sus presos afines, ha avivado las redes disidentes afianzadas en los últimos años, con Pamplona y la comarca de la Barranca como principales focos. 

El resto de grupúsculos no ha dejado pasar la oportunidad de sumarse a la corriente y hacer una demostración de fuerza. En las protestas, que también se han extendido a distintos puntos del País Vasco, se ha visto a miembros de organizaciones juveniles, grupos ultras e incluso a Fermín Sánchez Agurruza, primer cabecilla de la disidencia etarra.

Entretanto, la izquierda abertzale oficial intenta capear una situación que la sitúa en una posición incómoda. Mientras expresa su “solidaridad” con Patxi Ruiz, insta a su “entorno político” a actuar “con responsabilidad”. Mientras en el Parlamento Europeo expresa su “preocupación” por “un preso político vasco en huelga de hambre”, ATA la acusa de “tapar sus miserias”, después de que el propio recluso ya hubiera tachado sus manifestaciones de solidaridad como “un paripé”.

Mientras continúa el pulso, Navarra vuelve a emerger como el epicentro de los grupos disidentes de ETA. Las dos organizaciones que en los últimos años se han postulado para encabezar la disidencia se han fraguado en suelo navarro y han tejido en él sus principales redes. Primero fue IBIL, que pareció desinflarse, y ahora es ATA la que saca músculo aprovechando una capacidad de movilización que, de nuevo, despunta en Navarra.


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