• miércoles, 24 de abril de 2024
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Opinión / Ha trabajado en los principales medios de comunicación del país, desde Cadena SER o Cadena Cope, así como Telecinco, Canal Sur o Agencia OTR/Europa Press entre otros.

Turquía, mal socio

Por Julia Navarro

Los últimos acontecimientos políticos fechados en Turquía vienen a justificar las reticencias de muchos observadores europeos respecto del talante político del presidente Recip Tayip Erdogan.

Hace unas semanas este mandatario con fama de autoritario interfería en la vida política de Alemania exigiendo apoyo de Ángela Merkel para procesar  a un cómico alemán que en la televisión germana se había atrevido a ridiculizarle. Ahora la iniciativa que le convierte en noticia tiene más calado. Como se sabe, Bruselas, desbordada por la presión que apareja la crisis de los refugiados se entregó en manos de Turquía y, amén de compensaciones dinerarias multimillonarias, pactó la supresión del visado que se exige a los ciudadanos turcos que pretenden acceder a los países de la Unión Europea. Un triunfo para Ankara que lleva a Erdogan a mirar por encima del hombro a Bruselas no sintiéndose obligado a contrapartidas "quisquillosas" como las que se derivan del respeto a los Derechos Humanos.

Un ejemplo es su negativa a modificar una legislación antiterrorista que estigmatiza como terroristas a algunos de los grupos kurdos que están en la  oposición. Los planes de Erdogan van más lejos. Tras presionar hasta conseguir la dimisión del primer ministro (Ahmet Davutuglu), ahora maniobra  para cambiar la Constitución. Quiere convertir a Turquía en un régimen presidencialista a la manera de Francia o Rusia. Islamista activo, va en dirección contrario a la doctrina política de Kemal Ataturk el padre fundador de la moderna Turquía. Ataturk consiguió implantar un Estado laico aconfesional en el que islam se sumergió en el ámbito de la vida privada, la igualdad entre hombres y mujeres estaba garantizada por las leyes y en la vida civil no había discriminación de las mujeres ante los tribunales como era práctica  habitual en el desaparecido Imperio Otomano o sigue siéndolo en nuestros días en aquellos países (Arabia Saudí, Irán, Emiratos, Pakistán, etc.) en donde rige con mayor o menor rigor la ley islámica.

Durante años, Erdogan ha seguido un plan que pretendía despistar a los observadores occidentales. Se presentaba ante sus interlocutores europeos como el líder de un partido político conservador vagamente confesional a la manera de cómo en Italia o Alemania operaban los partidos democristianos. Pero se ha quitado la careta. Lleva tiempo maniobrando para disputar a Egipto el liderazgo  regional y ahora aprovecha la atroz guerra civil siria para machacar a la disidencia kurda y apuntalar ese objetivo hegemónico. De Europa  aprovecha la crisis de los refugiados para obtener concesiones. Juega sucio favoreciendo el comercio ilegal de petróleo que exporta clandestinamente el Daesh (dos periodista turcos están en la cárcel por denunciar semejantes prácticas) pero Occidente hace como que no se entera porque Turquía forma parte de la OTAN. Mal socio.


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