• jueves, 28 de marzo de 2024
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Opinión / Director del Observatorio Internacional de Estudios sobre Terrorismo (OIET).

Tropas en mentes y corazones

Por Juanfer F. Calderín

Nuestros días han vuelto a poner de moda un concepto no tan nuevo al que ya se han agarrado personajes tan dispares como Barack Obama o Ayman Al Zawahiri.

Yihadista. EFE Archivo
Yihadista. EFE Archivo

Al primero le conocemos por presidir Estados Unidos. El segundo, por liderar Al Qaeda. Los dos han reclamado la necesidad de “ganar las mentes y los corazones” de la población, bien para construir un mundo bajo el paraguas de la versión más fundamentalista y belicosa del islam, bien para blindarlo de la radicalización violenta.

La frase no es de ninguno de ellos. De hecho, el propio concepto tiene la misma edad que el egipcio Al Zawahiri –65 años– y tenía cerca de una década cuando Honolulu vio nacer a Obama. Los derechos de autor corresponden al mariscal inglés Gerald Templer, que en 1951 se hizo con las riendas de una campaña militar en la que su país se enfrentó a una insurgencia comunista en la colonia británica de Malasia. El mariscal quería evitar a toda costa que los insurgente nutriesen sus filas con población local para evitar así el reclutamiento y la dilatación de la campaña de contrainsurgencia. Y así lo verbalizó: “La respuesta no está en introducir más y tropas en la jungla, sino en los corazones y mentes de la población”, dijo.

Aunque Templer no pensaba en términos de comunicación pública –su plan fue desplazar forzosamente a 500 mil personas a poblaciones aisladas de la influencia de la insurgencia comunista, pese al sufrimiento que eso generaría–, su idea acertó en el fondo, no en las formas. Lo explicó el teniente coronel  de Infantería José Luis Calvo en 2010: “En realidad, su esencia (el idea de Templer) consistía en demostrar a la población malaya, incluida la marginada comunidad china, que su futuro se mostraba más prometedor en manos de las autoridades británicas, y del posterior gobierno autóctono, que del régimen que pretendían imponer los insurgentes”.

La propaganda es y sigue siendo uno de los mecanismos más eficaces para generar identidades colectivas alrededor de una causa concreta. Es importante hasta el punto de que en torno a la propaganda se ha construido una de las mayores amenazas a las que se ha enfrentado nuestra civilización. El terrorismo internacional de corte yihadista ha dejado de concebir la comunicación como una herramienta de promoción de la violencia. Ahora comienza a utilizarla para convertir el terrorismo en un producto que, ya hoy, puede estar de moda.

Así lo evidencian los números. Daesh, organización de referencia en el mundo del salafismo más radical, ha logrado convertir el terrorismo en un producto cultural “popular e imitable”. El análisis no es propio, sino del periodista navarro e investigador de la Universidad de Navarra y de la George Washington University Javier Lesaca. Esto expuso el experto en comunicación pública en una reciente conferencia celebrada en la Casa Árabe de Madrid: en 24 meses –hasta enero de 2016– Daesh ha promovido 1065 campañas audiovisuales, de las cuales solo el 15% mostraron asesinatos. Es más, solo el 2% de esas 1065 campañas giró en torno a la religión de forma exclusiva. “El terrorismo de Daesh es más cultural y social que religioso”, zanjó Lesaca.

El argumento es llamativo. También lo es el aportado por Fernando Reinares, catedrático de Ciencia Política de la Universidad Rey Juan Carlos y una de las mayores autoridades en la materia. En un seminario celebrado recientemente en Bruselas se preguntó cómo es posible que los países con mayor población de musulmanes en términos porcentuales –Bulgaria es el mejor ejemplo– no estén teniendo los problemas de radicalización que sí tienen países como Francia. La clave, añadió, no es el musulmán de primera generación, sino las segundas y terceras generaciones que tienen problemas para encontrar una identidad. Ahí es donde la ideología yihadista entra en juego, ofreciendo identidad mediante una violencia justificada a ojos de quienes la imparten y la blindan con propaganda.

La pretensión del terrorismo es ganar la batalla de la opinión pública, nacional o global, utilizando herramientas de comunicación estratégica y de marketing político. En otras palabras, ganar “las mentes y los corazones” de cientos de miles. En este punto, surge una pregunta clara: ¿debemos desarrollar una contranarrativa o una narrativa? El camino no es el de desarrollar una narrativa que contrarreste mensajes propuestos desde el mundo de la radicalización violenta. La clave reside en crear una narrativa que deba ser contrarrestada por los terroristas y por su mundo.

Desde el terrorismo etnonacionalista de ETA hasta el desplegado por organizaciones como Al Qaeda o el Daesh, las agrupaciones terroristas intentan diluir sus acciones criminales en un mar de violencias, colocan la cultura de la violencia ilegítima ejercida por grupos terroristas al mismo nivel que una cultura fundamentada en la libertad y la democracia. Si hoy entidades como el Daesh son más culturales y sociales que religiosas, es de vital importancia, mediante herramientas propias de la comunicación estratégica y el marketing digital, generar identificación no entre ciudadanos y la mera oposición a la violencia, sino entre ciudadanos y una identidad cultura que aborrezca el ejercicio ilegítimo de la violencia y a quienes la disculpan, justifican o apoyan; una identidad cultural fundamentada en la libertad y en los valores democráticos.


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