• jueves, 18 de abril de 2024
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Opinión / Director del Observatorio Internacional de Estudios sobre Terrorismo (OIET).

Terrorismo y medios de comunicación

Por Juanfer F. Calderín

El mediático atentado contra el semanario Charlie Hebdo en Francia, el perpetrado contra el Museo del Bardo en Túnez o el ataque contra la Universidad de Garissa, en Kenia, no solo enseñaron los dientes de organizaciones como Al Qaeda, ISIS o Al Shabab.

También generaron preguntas cuyas respuestas tienen una importancia vital en la lucha contra el terrorismo. Esta es una de ellas: ¿cuál es el papel de los medios de comunicación ante el fanatismo? Antes de proponer algunas claves, es necesario citar algunos de los problemas que hoy roban el sueño a verdaderos colosos de la prevención de la radicalización violenta, radicalización que hoy se produce a un ritmo vertiginoso, mediante cauces difícilmente controlables y tremendamente contagiosos.

Como dato, un informe realizado por el centro de estudios estadounidense Brookings Institution desveló que en plataformas como Twitter, ya en diciembre de 2014, ISIS contaba con 46 mil cuentas afines. Para tomar conciencia de lo que eso significa y de lo que puede suponer la viralización de consignas difundidas por agrupaciones como esta, imaginemos que cada una de esas cuentas tiene un alcance efectivo de 100 usuarios. En la práctica, supone que contenidos concebidos para ser redifundidos podrían tener un impacto inicial, sin filtros, de más de cuatro millones y medio de usuarios. Esto dijo recientemente el director de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos, John Brennan: “Lo que hace que el terrorismo sea tan difícil de combatir no es solo la ideología que lo alimenta o sus tácticas. El poder de las modernas comunicaciones también juega su papel”.

¿Cuál es ese papel? Las herramientas multimedia son utilizadas fuera y dentro de nuestras fronteras por grupos terroristas y agrupaciones afines que encuentran en ellas la posibilidad de conectar con sus audiencias de forma directa y sin filtros. Hoy el mundo del extremismo no busca promover impactos únicos en sus públicos, sino fidelizarlos y fomentar retroalimentación, para, más tarde, proponer una y otra vez marcos interpretativos en los que planteamientos fanáticos son plenamente válidos.

Ahí es donde deben entrar en juego estrategias de prevención de la radicalización que planten cara a los marcos propuestos por agrupaciones terroristas. Que lo hagan desde el mundo de las ideas y desde una perspectiva estratégica. Todo ello sostenido sobre ejes de enunciado sencillo pero de aplicación tremendamente compleja. Son dos: llamar a las cosas por su nombre y hacerlo de un modo atractivo.

Las palabras, de forma automática, invitan al lector o al oyente a encuadrar la realidad de un modo determinado. De este modo, se puede hablar de represaliados de ETA que quieren ser tenidos en cuenta en un proceso de reconciliación tras el conflicto vasco o, sin embargo, se puede hacer referencia a terroristas huidos de la Justicia que quieren ser tenidos en cuenta en el proceso de regeneración moral en Euskadi y Navarra tras décadas de asesinatos selectivos.

Uno de los once principios de Joseph Goebbels era el de orquestación. Es este: “La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas repetidas incansablemente, presentadas una y otra vez desde diferentes perspectivas pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas”.

Si quienes repiten una mentira constantemente esperan que esta se convierta en verdad, debemos repetir verdades constantemente esperando que estas no dejen de serlo jamás. Que un terrorista de hoy siga siendo un terrorista mañana depende del lenguaje y de los marcos cognitivos que los medios de comunicación construyen a diario. Esto es relevante porque si alguien que antepone un proyecto político o religioso al derecho a la vida acaba siendo percibido por las nuevas generaciones como un ciudadano comprometido, ¿qué dique moral impide a esas nuevas generaciones seguir un mal ejemplo?

Hoy combatir el fanatismo supone formar en valores democráticos, pero de la mano del entretenimiento y de las nuevas tecnologías. Si generar empatía es el primer paso y provocar identificación entre individuo y víctima es el segundo, el tercero gira en torno a un verdadero reto. También para los medios de comunicación. Hoy el desafío es construir una identificación global que renuncie a concebir a las víctimas del terrorismo como entes aislados.

Eslóganes como “Estamos con las víctimas” son tremendamente humanos, pero la lucha contra la radicalización exige no hacer distinción alguna entre sociedad civil y damnificados por el terrorismo. Implica construir un discurso en el que el Estado de derecho sea la primera víctima del terrorismo. Concebir la Justicia o la memoria como derechos exigibles tanto por las víctimas directas del terrorismo como por quienes no lo son es uno de las armas más efectivas contra la radicalización. También en manos de los medios de comunicación.

Quizá por esto hoy la izquierda abertzale, por boca de sus portavoces, entona frases como esta: “El hecho de ser víctima del conflicto no legitima para ser parte activa del proceso de resolución del conflicto”. Efectivamente, silenciar a las víctimas, sus testimonios vivos, implica quitarle cara, nombre y apellidos al terrorismo. Y eso va en detrimento de la necesaria identificación entre sociedad civil y damnificados. No podemos sentir una ofensa como propia si no nos ponemos en el lugar de quien sufre la ofensa. Y mucho menos, si quienes sufren la ofensa han sido totalmente deshumanizados. Si no me siento víctima del terrorismo que sufre otro, no instaré a la acción a mis gobernantes.

En definitiva, destruir cualquier nexo entre asesinados y sociedad civil es una maniobra vital para evitar que esa sociedad civil se rebele contra una agresión que debería sentir como propia. En este punto, de nuevo, también entran en juego los medios de comunicación.

Fuera de nuestras fronteras expertos en la lucha contra la radicalización proponen generar contenidos en los que afectados por la violencia fanática narren su calvario. Proponen también que esos contenidos sean sensibles de ser difundidos por la prensa en virtud de la fuerza de esos testimonios y de una cuidada edición. No obstante, este tipo de iniciativas han quedado desfasadas con la llegada de grupos terroristas que utilizan de forma magistral la comunicación estratégica. Grupos que no solo son capaces de explotar al máximo el terrorismo mediatizado, sino que ya han conseguido generar una sólida retroalimentación con sus públicos, algo que convierte un atentado en una verdadera campaña de comunicación.

Hoy los medios de comunicación son agentes clave en la lucha contra el fanatismo. Pero también son concebidos por los fanáticos como una herramienta sin la cual no podrían difundir terror. El reto es inmenso.


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