• sábado, 20 de abril de 2024
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Opinión / osasuNAvarra

La Romareda, como en las grandes tardes

Por José Mª Esparza

La visita a Zaragoza dejó un punto de oro, no tanto por seguir encaramdo en el liderato como por las sensaciones que dejó con su juego y su capacidad de sobreponerse al marcador adverso.

El entrenador rojillo Diego Martínez durante el Zaragoza - Osasuna LFP
El entrenador rojillo Diego Martínez durante el Zaragoza - Osasuna LFP

Buen partido, bonito, intenso, con idas y venidas, y ocasiones, lucha, duelos tácticos. Podría decirse que resultó un partido de Primera. Poco le faltó al encuentro de La Romareda para responder a cuantas expectativas había creado. La visita a Zaragoza es de las marcadas con una X en el calendario y no ha decepcionado. El empate es bueno, sobre todo porque deja mejores sensaciones.

Los maños demostraron ser un potente rival, que apostaba algo más que los tres puntos, pero las tablas hacen justicia a uno y otro. Ninguno de los dos puede irse disgustado, aunque ambos gozaron de ocasiones para desequilibrar el electrónico. No obstante, a Osasuna hay que darle en este caso un plus, el de sobreponerse al gol en contra y hacerse dueño del partido en la segunda mitad, en la que imprimió un ritmo vivo al juego.

La Romareda, las fiestas del Pilar, el liderato, la segunda mejor entrada de la temporada en Segunda, la prueba de fuego para el enrachado equipo de Diego Martínez, las ganas mañas de reivindicarse en una oportunidad más que propicia.

Todos estos ingredientes y más hervían en la coctelera de las emociones cuando el balón entró en juego, cuando Osasuna salió a por todas, como gusta verlo, como más conecta con su afición, con el balón en los pies, conduciendo hacia arriba, pisando área rival, generando ocasiones. Tan fluido se le veía en tales lides que costó verlo ir de más menos y poder asimilar la transformación sufrida al cuarto de hora de juego. Dejó su fútbol alegre y pasó al más oscuro.

Viendo al Osasuna del primer cuarto de hora cuesta entender cómo dejó que los maños se hicieran dueños de la pelota el resto de la primera parte. Los rojillos pasaron a aguantar, a contener en el centro del campo, a dejar pasar los minutos con su maraña de contención. No obstante, dos detalles rompían el duelo táctico disputado en la parcela ancha.

El primero, la presión del Zaragoza, traducida en empuje cuando se hizo con el balón. El segundo, la dificultad de Osasuna para mantener el balón en los pies, incapaz de articular tres pases seguidos. En tales circunstancias, los maños insistieron más y mejor, y obtuvieron el premio buscado. Osasuna también había perdido una de sus mejores virtudes, ese posicionamiento táctico que les permite jugar el balón de cara.

El fútbol de aguante que tanto gusta a Diego Martínez tiene riesgos. Una mala acción tira por la borda toda la estrategia. El penalti en contra dio alas en el Carranza, pero trajo malos augurios en La Romareda, porque el equipo había perdido la iniciativa y… la frescura inicial. Sin embargo, el equipo espabiló tras el descanso. Volvió a rearmarse anímicamente, tomó la iniciativa, y ya no la dejó.

Pese a que la batalla siguió delimitada en el centro del campo, las llegadas más frecuentes llevaban color rojo. Cambiaron las tornas y los maños se estrenaban en la contención, labor en la que no obstante parecían sentirse cómodos. Pese al centrocampismo, el partido no perdía intensidad para nada. Continuó vistoso, vivo.

Había que mover piezas. Los maños reforzaron su estrategia posicional, mientras que Diego Martínez cambió piezas, pero con secretas intenciones. Quitó a Sebas Coris, que  a veces resulta difícil entender por dónde andan sus pensamientos, y a Quique Gonzalez, que cuando el partido se le tuerce cuesta encontrarlo en el campo. 

El míster apostó por la velocidad y verticalidad de Mateo, y por la labor impagable de Xisco, merecedora de un punto y aparte. Faltó el consabido trueque de Roberto Torres por De las Cuevas, a quien se le echó en falta para dar fluidez al balón entre líneas, pero la lesión de Torró obligó al cambio de cromos por Arzura como escolta de Fran Mérida, alrededor de quien Osasuna articula el juego y que pagó caro en el penalti el desgaste que sufre a lo largo y ancho de todo el campo.

Si Osasuna pagó caro su repliegue en la primera mitad, el Zaragoza resultó el pagano de la segunda, esta vez en forma de un afortunado cabezazo de Oier a balón parado. Difícilmente podría llegar el gol en jugada elaborada, dado el posicionamiento táctico de unos y otros. Los rojillos extrajeron petróleo de un córner que, además, castigó anímicamente al cuadro maño. Debía empezar de nuevo y carecía la fuerza para ello.

El cuadro aragonés quedó muy tocado, incapaz de recuperar la presión inicial, y por ende del empuje que tan buen resultado le dio media hora antes. Lo más que consiguió fue romper el partido al final con su último cartucho en el campo, Gaizka Toquero. No obstante, los dos equipos sabían que un gol en cualquier portería decidiría el encuentro, y ninguno de los estaba dispuesto a que sucediera en la suya. Ambos dieron el empate por bueno, y ciertamente a Osasuna le sentó mejor.


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La Romareda, como en las grandes tardes