• viernes, 19 de abril de 2024
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Opinión / osasuNAvarra

El liderazgo político en Navarra (I): Un pasado rico, un presente pobre

Por José Mª Esparza

Juan Cruz Alli, Patxi Zabaleta, Jaime Ignacio del Burgo, Miguel Sanz o el mismísimo Gabriel Urralburu… Navarra ha tenido un montón de líderes de primer orden, realidad que contrasta con la sequía actual.

Pleno en el Parlamento de Navarra. MIGUEL OSÉS
Pleno en el Parlamento de Navarra. MIGUEL OSÉS

La crisis política del Viejo Reyno tiene mucho que ver con la ausencia de liderazgos solventes

En Navarra existen Partidos, demasiadas siglas, tantas que casi a la carta. Aunque hay politólogos que echan en falta un UPN de izquierdas, a los ciudadanos no les cuesta demasiado encontrarse relativamente cómodos en cualquiera de las existentes, sabedor de que el Partido diseñado a su imagen y semejanza resulta imposible.

Sin embargo, según las circunstancias y salvo sorpresas, que también caben, dado que el fenómeno nacionalista duplica opciones, el votante medio tiene claro hacia dónde dirigir su papeleta.

Las formaciones políticas que operan en Navarra han consolidado sus planteamientos con los años, tanto que en ocasiones no dedican al líder la importancia que merece. La marca asentada reduce su capacidad de engañar, pero si no renueva caras y mensajes poco enganchará a los indecisos.

Con las señas identitarias de cada Partido más o menos acotadas, los resultados de unos comicios a otros poco o nada cambiarían cada cuatro años. Sin embargo, influyen más factores, entre ellos la figura del líder.

La historia de la democracia enfatiza la figura del líder a lo largo del tiempo, hasta aglutinar en él la imagen y mensaje de los Partidos, que le confían depositan la agitación de los mercados electorales, la creación de mayorías.

Los norteamericanos nos lo venden así. El 'cuatripartito' lo sabe bien, y más todavía Geroa Bai, a quien ha correspondido vertebrar la entente gracias al tirón personal que en su día tuvo Uxue Barkos. Pero los tiempos cambian y, seguramente, hoy no pasaría lo mismo.

A las dudas fundadas de Barkos de volver a concurrir amagaron los 'geroas' con María Solana, que no es lo mismo...     

No es fácil encontrar un líder. Si en España escasean en estos momentos, qué diremos de Navarra, con la actividad política igual de denostada y dimensiones más reducidas, aunque sea por puro cálculo de probabilidades.

No obstante, aquí hemos gozado de abundantes líderes de referencia desde la Transición. Además, aunque no sea el tema, también abundaron referentes sociales, económicos y hasta académicos de nivel dentro del arco parlamentario o del Gobierno. Quizás sea una visión demasiado romántica, pero la política gozó de otra categoría, diferente imagen, más altura que la de hoy.

Sus protagonistas, con sus aciertos y miserias, dieron peso a la cosa pública. Un repaso rápido no puede olvidar a Juan Cruz Alli, Patxi Zabaleta, Jaime Ignacio del Burgo, Miguel Sanz o el mismísimo Gabriel Urralburu.

Claro que en la relación también debe figurar Gabriel Urralburu, el líder incuestionado durante más de una década, dentro del socialismo navarro y de la política foral, entonces un jeroglífico más complicado todavía que el actual y que él supo resolver. Porque, claro, hay líderes en positivo y otros que no tanto.

Por poner un ejemplo gráfico, Adolf Hitler, de quien su infausto recuerdo no puede obviar su condición de mayor líder de la historia alemana.

Todavía hoy, en Navarra ganan los primeros, incluido el caso de Urralburu, protagonista del mayor caso de corrupción aquí conocido, que acabó con su liderazgo, pero al que no afectó mientras ejerció el poder.

En fin, el caso es que mirando al pasado reciente no cuesta mucho encontrar referentes de altura en la política navarra, y de los signos más variados. Otra cosa es lo que ocurre ahora.

No es lo mismo ser líder que mandar en un partido, aunque porten el mismo nombre. La jefatura de una formación política recae en un elegido, que a partir de ese momento pasa a ostentar la jefatura, el liderazgo nominal, lo cual no significa que ostente el liderazgo real, algo así como que la 'autoritas' lo mismo que la 'potestas'.

La primera hay que ganarla, la segunda simplemente la regala el cargo. En estos momentos, en Navarra, hay jefes de Partido, no líderes de referencia social. Alguno llega a destacar en su liderazgo dentro de su formación política, pero nunca fuera de ella.

La presidenta Barkos sigue siendo la más visible, pero como a Yolanda Barcina por distintas razones, el Gobierno le pasa factura. No logra aunar melodías a la 'jaula de grillos' gubernamental y su imagen se diluye fuera de ella.

Para entendernos, podemos repasar la bancada estatal para saber de qué hablamos. Con un mínimo de exigencia, no cuesta concluir la ausencia de líderes en cualquiera de los Partidos representados en el Congreso.

Emergen los nombres de Mariano Rajoy y Pablo Iglesias, seguidos de Albert Rivera.

Se quiera o no, guste o no guste, el primero concita adhesiones inquebrantables en su Partido y también una buena dosis de respeto y credibilidad dentro de la derecha sociológica española que le han aupado a repetir presidencia del Gobierno.

Sus muchos detractores deben admitir que es el líder más solvente. El rechazo social que le achacan resulta más cualitativo que cuantitativo.

En Podemos seguirá abierta una guerra por el poder. La pugna entre Pablo Iglesias e Iñigo Errejón va más allá de una confrontación por un liderato que parecía en propiedad del primero.

Demuestra que el auténtico liderazgo no solo se basa en el marketing sino también en la asunción de planteamientos estratégicos y conceptuales. Luego, y más en una formación como la ‘podemita’, resulta difícil burlar a la dinámica del ‘aparato’. Veremos qué ocurre una vez impuesta la megalomanía de Iglesias sobre el discurso más lógico de Errejon, que no se conforma con ser un buen segundo.

Lo que sí ha hecho Podemos es acabar con el último líder romántico de los restos del naufragio de la izquierda marxista, Alberto Garzón.

En cuanto a Albert Rivera, claro que trajo aire fresco al centro derecha nacional, pero todavía no ha logrado soltar la imagen de líder por hacer. Ha demostrado ser quien mejor sabe pactar, pero a costa de sembrar dudas supraestructurales sobre el funcionamiento de su formación al respecto, y que le han diluido entre las dos marcas históricas.

Quizás como fruto de ello, ya le ha nacido una corriente interna para recortarle atribuciones.

Falta por hablar del PSOE, donde Pedro Sánchez quedó de ejemplo paradigmático de cómo un hombre con madera de líder se cae por el precipicio sin siquiera llegar a la mitad del camino. Ni supo medir los efectos al exterior de su cabezonería, ni al interior los de sus oscuras maniobras con Podemos y los separatistas.

Tampoco acertó a unificar los reinos de Taifas que forman hoy el PSOE, visibles en los candidatos y candidatas que surgirán hasta su congreso. Y es que no es fácil ser líder. Susana lo es en Andalucía, pero ¡ay! de Despeñaperros para arriba. Además, el viento en contra derriba antes de tiempo al aspirante que flaquea en el intento.


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