• jueves, 28 de marzo de 2024
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Opinión / osasuNAvarra

La Romareda no decepcionó

Por José Mª Esparza

Partidazo. Intenso, vibrante, de menos a más, con alma. La segunda parte entusiasmó. Creció el equipo, se revolucionó alrededor de Fran Mérida, y pudo ganar con claridad.

Partido entre el Zaragoza y Osasuna en La Romareda LALIGA 123 (19)
Partido entre el Zaragoza y Osasuna en La Romareda LALIGA 123.

Respondió La Romareda en ambiente, fútbol vivo, sin un minuto de descanso, con ritmo frenético, ganas a raudales, y emoción hasta el final. Lo de menos fueron los goles, es decir, cómo llegaron o podrían haberlo hecho, caso del penalti fallado por Brandon, gracias a regalos impagables, demasiados errores aprovechados o no, pero la mayoría de ellos fruto del desgaste, de la tensión vivida. Más que en la finalización, la salsa estuvo en otro lado, en las tácticas desplegadas, en la mirada puesta en los tres puntos, en cómo se rompió el partido. En fin, la visita a Zaragoza dejó la pasada campaña un partido a recordar, curiosamente con el mismo resultado de 1-1. La historia se ha repetido.

Jagoba Arrasate planteó un partido de contención en la primera mitad, cuyo resultado adverso le obligó a cambiar en la segunda. Propuso novedades iniciales en cuanto al once, dejando fuera a David Rodríguez, y sobre todo en el planteamiento, reforzando la medular con Luis Perea, de tal manera que armó dos líneas defensivas de cuatro hombres muy juntas, con Oier en medio de ellas y Brandon por delante, con la misión de impedir que el cuadro de Imanol Idiakez saliera con el balón controlado. El 4-1-4-1 se hizo con el control del juego.

La consigna consistió en esperar a los maños, cerrándoles todos los huecos, atascándoles, sobre todo en la medular, hasta hacerles perder el balón. Lo lograron. El Zaragoza lo intentó de todos los modos, especialmente por bandas, pero se atascó. Quiso pero no pudo. El equipo local llevó el peso del partido en esa primera mitad, pero sin más, sin el control. El resultado habría sido un cero-cero sino le regalan a Osasuna uno de esos penaltis que solo le pitan en contra a él, y que marró, o si un cabezazo puntual, tan certero como aislado, no encuentra su destino glorioso.

Dadas las coordenadas de juego, un gol en cualquier dirección debía cambiar la dinámica, y vaya que sí lo hizo. El técnico rojillo se vio obligado a dar un paso adelante y, además, a modificar el once por la lesión de Iñigo Pérez. No tuvo más remedio que sacar a Fran Mérida, que derrochó ganas y fútbol. Cargó con el equipo y metió el balón en campo maño. No fue la única modificación. Los laterales subieron con más alegría, y tanto como Kike  Barja como Rubén García descansaron de tareas defensivas para ejercer de extremos natos. Además, el valenciano, muy encorsetado en la disciplina de equipo hasta entonces, cogió más libertad en sus acciones.

Osasuna metió al Zaragoza en su campo, pero seguía adoleciendo de cierta fluidez en la conducción. Hacía falta un nuevo impulso y, esta vez sí, Arrasate acertó con la salida de Roberto Torres sacrificando a Perea. Recompuso el doble pivote con Oier-Mérida y el de Arre jugó por delante de ellos con la consigna obligada de tender puentes hacia el área zaragozana. No sólo fue clave en el gol, sino que Osasuna pudo hacerse con los tres puntos, que habría sumado con todo merecimiento. A falta de mejor resultado, quizás sean más importante las sensaciones que dejó el encuentro. La Romareda no decepcionó.

Dicen que la avaricia rompe el saco, y este empate no es malo, pero con el partido roto, los rojillos siguieron  con el mayor y mejor control del balón y del juego. Suyas fueron las mejores jugadas y ocasiones, tiro al palo incluido. No obstante, el cuadro técnico rojillo bendijo el resultado con el último cambio, poniendo a un tercer central. No se trata de un punto cualquiera. Es el primero a domicilio, con el primer gol fuera de casa, en un escenario de campanillas y ante un equipo que lo engrandece. Misión cumplida, y con nota.

Un último apunte. Al igual que hace un año justo, el equipo rojillo gustó como bloque, como comportamiento colectivo. Demostró personalidad, tuvo carácter y, pese a las adversidades,  no perdió la cara en ningún momento a un partido tan duro. En tal sentido, es preciso destacar a un jugador que este año cuenta menos para el míster, pero que es de esos que mejor porta la idiosincrasia rojilla. En La Romareda volvió el mejor Lillo, el que se faja con todo lo que haga falta, que sube y baja, que cuando mira al balón que cae del cielo no se fija si para llegar a él se romperá la cabeza en unr choque. Manuel Castellano Castro puede fallar una, no ser tan técnico como otros o pasarse de revoluciones. Sin embargo, en su corazón cabe todo lo que le echen y más… Un imprescindible.


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La Romareda no decepcionó