• sábado, 20 de abril de 2024
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Opinión / osasuNAvarra

El liderazgo en Navarra (V): Esparza, ¿problema o solución para UPN?

Por José Mª Esparza

José Javier Esparza llegó en el momento oportuno. Significó el cambio dentro de UPN, ya que además del relevo a Yolanda Barcina, inauguró oposición al Gobierno. A partir de ahí casi todo se complicó.

El presidente de UPN, Javier Esparza. PABLO LASAOSA
José Javier Esparza, presidente de UPN. PABLO LASAOSA

José Javier Esparza llegó en el momento oportuno, cuando el barcinismo daba sus últimos estertores, pero nadie sabía cuánta vida le quedaba todavía. El mundo era suyo y lo tenía por montera, pero pronto se le encadenaron los problemas (listas al Parlamento que no eran suyas, pérdida de las elecciones y del Gobierno, portavocía cuestionada), de tal forma que su indiscutible triunfo en el X Congreso de UPN no logró despejar las dudas que suscita su liderazgo.

Y ahí seguimos. Tampoco resulta fácil coger un partido bajo mínimos, romper con todas las inercias adquiridas en años de bonanza, y reconducirlo por la ingrata y mal pagada travesía del desierto opositora.

Además, lo peor que le puede ocurrir a un líder es que le busquen relevo casi nada más llegar. A partir de ahí resulta difícil la remontada. En medio de la zozobra crece la desconfianza de los demás hacia uno y, lo que es peor, también de uno hacia sí mismo. Quien sabe imponerse, saca fuerzas de flaqueza para convencer a defensores y detractores de que es el elegido, quizás no de los dioses, pero sí de los afiliados, que le confirmaron con su voto. Sabe vencer y convencer. Democráticamente hablando, el liderazgo de José Javier Esparza en UPN no admite ninguna duda. Es el presidente, el que manda. Sin embargo no supera el cuestionamiento permanente. Todo un problema en el partido mayoritario de Navarra.

José Javier Esparza llegó a la política desde la alcaldía de Aoiz, donde destacó por su defensa enconada de la construcción del pantano de Itoiz. Su paso por el Instituto Navarro del Deporte y, seguidamente, por el departamento de Administración Territorial le dieron una imagen de hombre de consenso, trabajador, sensato, dialogante, de lealtad al superior, y hasta de apagafuegos.

Buena persona, cercano, convencido de qué es lo mejor para Navarra, aunque excesivamente prudente a la hora de dar pasos. Y siempre sin decir una palabra más alta que otra, huyendo de cualquier confrontación, alejando  fricciones, sobresaltos o malos rollos. Mejor sin hacer ruido. Quien no crea problemas no tiene que solucionarlos después. Dado su talante eminentemente discreto, sorprendió el día en que dio un golpe encima de la mesa.

En el ocaso del barcinismo, afloraron dos afiliados medio díscolos. El primero, cuya historia retomaremos después, Iñigo Alli, se postuló puertas adentro. “Yo, por el partido lo que haga falta”, vino a decir bajo la mirada de la presidenta, que le fulminó en el acto. El segundo, José Javier Esparza, se postuló candidato en público y dejó al aparato sin capacidad para maniobrar con cualquier otra alternativa. Bingo.

Solo Amelia Salanueva y María Kutz le opositaron, pero tarde. La inercia del aparato ya era suya. Él era el aparato, si bien con voz pero sin voto. Luego, las elecciones se perdieron y, como la vida de la oposición es dura, al X Congreso llegó entre críticos y críticas. El partido había perdido el Gobierno y poco a poco se perdía más a sí mismo.

Esparza siempre fue consciente de una disidencia soterrada. Ni siquiera pudo cerrar una candidatura al X Congreso, ya que al nombre de Yolanda Ibáñez, la alcaldesa de Milagro, de momento todo un fiasco como secretaria general, solo pudo unir el de Óscar Arizcuren como vicepresidente, que ni siquiera iba en su lista, algo que tampoco le importó porque pasó desapercibido.

Sin embargo, es un hecho, que nadie le disputó la presidencia al ya líder. Hubo movimientos en busca de un candidato alternativo, pero ninguno cuajó. En UPN también pesó la inconveniencia de una enésima guerra fratricida, y menos en un momento de extrema debilidad.

También ahora se busca un candidato a la presidencia del Gobierno, y no solo por parte de UPN, sino también desde el centro derecha sociológico navarro que tiene en UPN su partido referente. La razón no puede ser otra que la falta de confianza en el liderazgo de José Javier Esparza. Lo ven sin tirón, demasiado comedido, con talante discreto, dubitativo, sin poder de convicción ni de liderazgo.

Como María Chivite, tiene demasiado miedo a equivocarse, y eso no se recupera precisamente visitando a los comités locales para hacer amigos. Unas veces hay que dar un golpe encima de la mesa, y otras tres seguidos y que retumben de Tudela hasta el Roncal y Bera. El terreno de juego de un líder de UPN se llama Navarra. Todavía no lo ha entendido, o no actúa en consecuencia.

EL RECUERDO DE JESÚS AIZPÚN

Por otra parte, la tradición oratoria de UPN en el Parlamento se ha esfumado. El teórico portavoz aparece de vez en cuando, y rara vez entra a matar.  Ha reducido su discurso al aplauso fácil de los suyos con las cuestiones identitarias o referentes al terrorismo. No construye, ni supera con propuestas alternativas. No descuella ni arrasa. Tampoco se ha erigido en voz referente más allá de la marca de partido.

Puede hablar y hablar, pero sin abrir camino o  desbrozar un discurso de futuro para Navarra, exigible a todo aspirante a Palacio. Parece más bien sentirse superado, que no llega… Quienes así concluyen también analizan la evolución interna de UPN bajo su mandato, que tampoco invita precisamente a la ilusión. Esparza debe entender por qué le cuestionan. Nadie dice que permanezca de brazos cruzados, todo lo contrario, pero sigue sin convencer.

Pese a las carencias del líder, al igual que en el PSN prima la estabilidad, en Unión del Pueblo Navarro nadie desea rebelión alguna. Prima la calma, y todo lo demás se fía a la convocatoria de unas primarias. Ahí trabaja precisamente el presidente Esparza, y también el otro que asoma la cabeza, Iñigo Alli.

El primero visitando pueblos y el segundo a través de su feudo ribero y una apretada agenda de contactos. No parece que hoy por hoy sea capaz de traicionar a su jefe, pero es un hecho que Esparza ha pasado con él de una estrecha entente a un prudente distanciamiento, además de a un claro marcaje.

Iñigo Allí, decíamos, se ofreció internamente a Barcina para lo que hiciera falta. Para que no confluyeran después los intereses de uno y otro, Esparza se quedó con la presidencia a costa de premiar generosamente a Alli con la cabeza de lista al Congreso. La respuesta que entonces transmitía Alli no varió: “Por el Partido, lo que haga falta”, decía como aceptando con resignación. Luego desveló secretas intenciones luchando denodadamente en las primeras primarias de UPN  cuando se repitieron los comicios estatales.

Para el futuro, Iñigo Alli sabrá cuáles son sus planes, pero un ligero empujoncito bastaría para conocerlos los demás. ¿Sería un recambio solvente? Su perfil son las antípodas del de Esparza. El griterío frente a la voz baja. El paso decidido frente al paso comedido. La arrogancia o la discreción.

En un mitin, el Alli hablaría mucho más y con más entusiasmo que el agoisko, pero en lo que es decir decir… seguramente le ganaría el medio montañés  Su discurso político también levanta serias dudas. Más allá de las discapacidades, poco o nada se le conoce. En UPN tiene sus defensores, pero también quienes avisan del “guatemala y guatepeor”.

UPN necesita un candidato solvente, con capacidad de arrastre, cualificado para liderar Navarra, para unirla y no empequeñecerla más. Hurgando entre sus filas mencionan a Enrique Maya, pero tampoco. Ya está en política y no rompe como político. No aceptó el cargo de vicepresidente de UPN para el X Congreso, y basta ver cómo tiene a su grupo municipal.

La búsqueda del perfil idóneo se centra fuera de la afiliación, en un independiente de prestigio, algo que además se aplaudiría por la sociedad navarra, pero tampoco resulta fácil en esa travesía del desierto llamada oposición.

De una u otra forma, en UPN se abre una senda para regresar a la bicefalia de los primeros tiempos, con un presidente del partido, entonces Jesús Aizpún, y otro a la presidencia del Gobierno. De Esparza depende, y también de la aparición de esos candidatos alternativos que hoy no se vislumbran. En tal tesitura ¿resulta José Javier Esparza un problema o una solución para UPN? En cualquiera de las dos respuestas, todo un ejercicio de responsabilidad para él.


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