• miércoles, 24 de abril de 2024
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Opinión / osasuNAvarra

Una historia verdadera

Por José Mª Esparza

Nuestro sistema educativo regala historias que superan la ficción. En un Instituto han aparecido este curso en la ESO alumnos que no saben leer ni escribir. Uno de ellos se llama Kevin.

Miles de personas protestan en Pamplona en contra de la ley de Educación conocida como “Ley Celaá” que ataca a los colegios concertados y a los centros de educación especial. PABLO LASAOSA
Miles de personas protestan en Pamplona en contra de la ley de Educación conocida como “Ley Celaá” que ataca a los colegios concertados y a los centros de educación especial. PABLO LASAOSA

Kevin se ha criado en la calle de un pueblo cualquiera de esta Navarra que engrosa estadísticas para presumir. El protagonista de esta historia aparece este curso en clase de Primero de la ESO, obligado a integrarse en un sistema educativo al que ha sido ajeno toda su vida. Debió intentarlo mucho tiempo atrás, pero los años pasaron de largo y hasta el día de hoy nadie evitó el abandono.

De hecho, Kevin ya debió acudir el pasado curso en el mismo lugar y a la misma hora. Sin embargo, una nueva deserción repitió respuesta en su enésima llamada a filas. Batió registros de absentismo. Por fin, Kevin se ha decidido a entrar en un aula ante la sorpresa de sus amigos, suspicacias de sus nuevos compañeros, la incertidumbre de sus profesores, y el escepticismo generalizado de todos.

El primer día lectivo le resultó pesado a Kevin. Aguantó relativamente bien, hasta que al final de la mañana inauguró la estadística que le encamina a batir récords de expulsiones. En el primer mes ya agotó el primer ciclo, con la consiguiente salida temporal del centro. A la entrada de clase de la segunda jornada lectiva, Kevin esperaba a quien firmó su primer parte de expulsión. "Quiero hablar con ti", le dijo mientras miraba alrededor asegurándose que nadie más le escuchaba. "No sé leer ni escribir", añadió con los ojos hundidos en el suelo. "No te preocupes, no puede pasar este curso sin que lo consigas", le animó el profesor.

Tiene mérito que Kevin aguante una hora de clase sin rechistar, de hecho rara vez lo logra. A su condición real de analfabeto une la educación recibida. Resulta comprensible que no distinga "aprender" de "enseñar", o que al director del centro le llama “el dueño”. Sin embargo hay otros comportamientos consecuentes de los derroteros por donde le han llevado sus catorce años de vida. Kevin ha vivido fuera de toda norma, sin otras que las suyas. Y ahí sigue. De continuo se encara, provoca, o amenaza, también a los profesores. Obviamente, los compañeros respiran cuando no está en clase.

Está claro que el sistema educativo, plagado de servicios sociales, psicólogos, o sesudas directrices para casos atípicos no ha funcionado con Kevin. Pero es que ahora tampoco está preparado para hacerlo. Un Instituto es lo que es, y por mucho que lo desee no puede responder a casos como el de Kevin. Las horas de apoyo escolar, prácticamente la mitad de su horario, no son suficientes porque solo una pequeña parte de ellas son destinadas específicamente para él. La mayoría son junto a otros alumnos que nada tienen que ver con él. Kevin carece de recursos que solucionen su problema, que se le agudiza en las clases de Biología, Inglés, Lengua o Geografía que comparte con su curso. En tales coordenadas, interesarse por el teorema de Pitágoras, las funciones de un semantema o las capas de la corteza terrestre resulta francamente complicado, imposible si las tres horas de una asignatura le tocan a última hora de la mañana. Pobre curso.

Por otra parte, cualquier profesor que quiera dedicar horas libres a enseñarle a leer y escribir no puede. La norma establecida le impide desarrollar actividad docente. El apoyo prestado con clases específicas es alto, pero Kevin no tiene ni libros. ¿Para qué, si no sabe leer? Su horario está en tres colores, según el aula donde deba acudir. Definitivamente, el caso de Kevin es un parche del sistema para tapar su deficitario funcionamiento, pero un parche que en realidad lo agrava, porque le impide funcionar correctamente para los demás alumnos. El sistema educativo se fagocita a sí mismo.

Finalmente, Kevin sufre otro problema grave. Sabedor de sus limitaciones, no de deja de llamar la atención para reclamar un rol imposible de líder, de outsider. La norma de todo centro escolar indica que conductas como la de Kevin deberían ser sancionadas, algo que tampoco funciona. Permite impartir clases a los demás con normalidad, pero agrava el problema de Kevin, primero porque él no lo entiende, y después porque la acumulación de partes disciplinarios le alejará del centro temporadas cada vez más largas.

¿El futuro? Nuestro amigo Kevin capeará este curso como pueda, si es que por suerte lo consigue. Cada día que acuda al centro escolar ya será todo un éxito y, si el año próximo decide continuar en él, posiblemente irá a una clase especial de Programa Curricular Adaptado. Otra cosa es que sepa escribir una frase. Si no,  habrá que continuar esta misma historia, obligatoria hasta que como pronto a los 16 años, cuando el sistema le permita iniciar una vida en otros centros escolares. Entre tanto, aguante mutuo. Casi nada. ¿Para qué habrá servido? Nadie es profeta, pero… ojalá que para algo.

P.D. Cualquier semejanza con la realidad de los hechos aquí narrados es pura coincidencia. ¿El porqué del título? Un homenaje a la inolvidable película de David Lynch sobre la profunda y emotiva odisea de Alvin Straight.


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Una historia verdadera