• martes, 23 de abril de 2024
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Opinión / osasuNAvarra

Por favor, que acabe la temporada

Por José Mª Esparza

El osasunismo sintió pena de sí mismo viendo a su equipo en el Camp Nou, y consumó a continuación el anunciado descenso a Segunda división

El centrocampista portugués del FC Barcelona André Filipe Tavares (d) y el centrocampista del Osasuna Miguel Olavide durante el partido de la trigésima cuarta jornada de liga en Primera División que se disputa esta noche en el estadio del Camp Nou. EFE/Alejandro García
El centrocampista portugués del FC Barcelona André Filipe Tavares (d) y el centrocampista del Osasuna Miguel Olavide durante el partido de la trigésima cuarta jornada de liga en Primera División que se disputa esta noche en el estadio del Camp Nou. EFE/Alejandro García

Nada más triste en deporte que salir derrotado a un terreno de juego, con el ánimo encogido, el espíritu pequeño, las piernas pesadas y las ganas de pasar el trago cuanto antes. Nada peor que tratar de competir con el convencimiento del fracaso inevitable, de la misión imposible, del ridículo asegurado. El deportista deja de ser tal, pasa a convertirse en el actor principal de una tragedia irremediable representada ante millones de espectadores que clavan en él sus miradas para reírse una y otra vez con su fracaso. Nada más demoledor, nada más cruel, nada más despiadado, inhumano. Nada ni nadie puede justificar semejante trance.

Por eso, lejos de hacer sangre de inicio, mejor mirarse en esos jugadores que llevaron el escudo del club en su pecho y comprender cómo sintieron más que nadie su peso en horas tan bajas, tan dolorosas. Si en la última visita al Vicente Calderón hubo quien reconoció la superioridad estratosférica del equipo colchonero, en el Camp Nou esas mismas sensaciones se multiplicaron hasta el infinito, ante un cuadro blaugrana de circunstancias, que jugó al paso, que disfrutó de un plácido entrenamiento, sin ejercitar siquiera la concentración, que se permitió todo tipo de licencias hasta el punto de menospreciar involuntariamente al rival.

Osasuna ya había recibido ocho goles en el Camp Nou, pero fue distinto. Cabía la posibilidad, pero nunca estuvieron tan anunciados como estos siete. No exagero al relatar que más de cuarenta personas me preguntaron por la mañana cuántos goles nos metería el Barça, y que quien más quien menos se conformaba con que no pasaran de cinco. No sorprende. También desde el equipo solo se transmitía derrotismo. Imperdonables las declaraciones del entrenador previas al partido, no tanto por el contenido, que también, como por el tono de ji-jí, ja-já en el día llamado a certificar el descenso a Segunda División. Un presidente con autoridad debería sancionarle con ejemplaridad.

Pero bueno . ¿un equipo que no es ganar al Sporting en casa qué puede hacer en el Camp Nou? Muy sencillo, contar los minutos que restan para llegar al noventa y tratar de aguantar el tipo entre tanto. Nada más. En la primera parte solo subieron dos goles al marcador, ambos de sonrojo,  y no hubo más porque el Barça no quiso. No los buscó, sabedor de que llegarían siempre que hicieran falta. Al comenzar la segunda sucedió lo peor posible, que una falta lanzada por Roberto Torres llegara a la red en el mayor fallo de la carrera deportiva de Ter Stegen. La réplica no pudo resultar más contundente. En un abrir y cerrar de ojos Osasuna recibió otros cuatro con una facilidad escandalosa.

Con seis goles en contra,  Vasiljevic-Alfredo decidieron quitar a los hombres de la vanguardia, Jaime y León, para establecer una línea de cinco atrás con otra de cuatro bien pegada, y Kodro por delante. Se trataba de evitar la goleada más vergonzosa del campeonato. La sangría siguió con un nuevo gol, pero el Barcelona tampoco puso mucho más énfasis en ahondar en la herida. Para entonces, las caras de los futbolistas del equipo navarro ya eran un poema. Expresaban otra cosa que desconsuelo o impotencia, rabia o vergüenza, y todavía quedaba un mundo, porque cada minuto tardaba una eternidad. Es lo mismo que ocurre a los aficionados. Cada partido añade otro sufrimiento más, y multiplica las ganas de que llegue el final de temporada.

Dicen que Osasuna salió vestido de naranja por imperativos de la retransmisión televisiva. Quizás sea verdad, si bien sorprende porque nunca había sucedido nada semejante. Ahora bien, a quien tuvo la idea de poner en la camiseta la inscripción “Osasuna nunca se rinde”, algún jugador todavía le andará buscando. No se traba precisamente del día indicado para hacer gracias en tales circunstancias, ni de ir de graciosos con semejante eufemismo. Cada jugador que mirara su camiseta cada vez entendería menos el camino por el que le han conducido al desolladero. Tiempo habrá de analizar de la temporada, pero no cabe duda que Osasuna recoge la cosecha sembrada en julio y agosto, y a la que tampoco supo aplicar tratamiento adecuado durante el tempero invernal.

Para colmo de males, el partido no terminó con el ‘siete’ que hizo el Barça a Osasuna. Faltaba el partido de Leganés, la victoria pepinera que certificó el anunciado descenso a Osasuna a Segunda División. Sin duda, aumentó el dolor, pero en el atropello de sensaciones previas hasta pareció una anécdota, e incluso supuso una liberación. ¡Ya está!, ¡al fin! A ver si ahora son capaces de ofrecer algo diferente, de empezar a elaborar otro discurso, de regalar un consuelo. Por ejemplo, no acabar colistas.


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