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Opinión / osasuNAvarra

3 de diciembre, ¿Día de qué Navarra?

Por José Mª Esparza

Hay quien afirma, con diversos argumentos sociogeográficos o los políticos más obvios, que Navarra no existe. A un conocido periodista navarro en Madrid le oí razonar tal aseveración hace diez años. ¡Qué diría hoy, con esta Navarra rota por sus cuatro costados!

Bandera de Navarra en el homenaje al Reino de Navarra en 2015.
Bandera de Navarra en el homenaje al Reino de Navarra en 2015.

Al tradicional sesgo de la sociedad navarra entre nacionalistas o no se unen los aportados por la entente en el poder. Nunca se había visto una segregación tan injusta de los navarrros por motivos ideológicos, religiosos o políticos, además de los económicos, en detrimento de los desfavorecidos. En Podemos, por ejemplo, califican de "nava-ricos" a los votantes de UPN. El ejercicio del poder camina a base de exclusiones con la finalidad de desvertebrar esta tierra, dejando solo en pie la Navarra políticamente correcta con arreglo al nuevo orden que quieren imponer.

En este Día de Navarra de 2016 la mayoría de los nubarrones que acechan al Viejo Reyno vienen de la mano del nacionalismo, la particular yihad oficial de por aquí. Su último paso ha sido declarar la festividad de San Francisco Javier, Día de Navarra en honor a su patrón, la fecha de exaltación del euskera, estandarte de su nueva religión laica disgregadora, azote de sus disidentes. Antes era la raza quien sustentaba la construcción de la utopía, ahora es la lengua. El navarro que no habla euskera es medio navarro, imponen los rectores del nuevo status político. Como en la antigua Roma, no merece los derechos de su ciudadanía.

No extraña, por tanto, que un problema de la mayoría de los navarros sigue siendo el de su identidad como pueblo. El problema viene de lejos, en cierto modo desde hace doce siglos, desde el momento en que dejamos de llamarnos vascones para ser primero pamploneses y luego navarros. ¿Qué sentido tiene hablar ahora de vascones? La palabra suena hoy a entelequia histórica. No se trata de recuperar el mito de Aitor, ni de echar unas risas, ni de volver a la caverna o retroceder más de mil años en el tiempo, los pasados desde que la palabra se perdió, si bien no tanto su concepto, siempre latente en Navarra. Lo mismo ocurrió con várdulos, caristios , autrigones ... o berones, en beneficio, grosso modo, de guipuzcoanos, vizcaínos, alaveses... o riojanos. La historia, sobre todo la más indemostrable, se estira o encoge hasta donde los intereses políticos requieran.

La realidad vascona protohistórica quedó diluida en la entelequia nacionalista sustentada por el vocablo “vasco”, relacionado con cuanto Humboldt y Chao calificaron de “basque”, y del concepto vascongado acuñado en el XIX en el intento de limpiar el pasado castellano de lo que hoy es Euskadi, sin afectar a Navarra. Lo vascongado, es decir, lo vasco, suplantó a lo vascón, que no es exactamente lo mismo, dando paso a la ceremonia de la confusión actual. Confundir lo vascongado o vasco con lo vascón además de una torpeza resulta una mentira. En el afán imperialista de nuestros días, lo mismo ocurrió con la lengua, unificando bajo el paraguas del euskera cualquiera de nuestros vascuences  con otros ajenos.

Y es que el imperialismo nacionalista necesita ideas unívocas, pocas y bien definidas, para imponer su discurso a la ciudadanía. Lo dejó bien claro Alain Finkielkraut  en “la derrota del pensamiento” con su descripción del “Volks geist” (espíritu del pueblo), término que  unificaría aquí los conceptos de lengua y territorio, de la misma forma que el Daesh identifica lo musulmán con la tierra de sus ancestros, y Hitler quiso extender la raza aria en su espacio vital. Se quiera o no, el nacionalismo vasco impone la lengua para asociarla a un territorio después.

De todas formas, el problema de la identidad de Navarra no deriva solamente del sueño nacionalista. También desde Madrid los navarros son sometidos a un continuo bombardeo político que nada va con ellos. Dentro del sentimentalismo que manipula la acción política en pro de unos intereses, tampoco embarga excesivamente lo españolista, pese a los cinco siglos de convivencia con él. No les queda otra que admitir el estado de las cosas recogido en el carnet de identidad. El punto de partida, por tanto, sería algo así como: Navarra, capital Pamplona, forzosamente dependiente de Madrid y nunca adscrita a Bilbao. Dicho de otra forma, que nos dejen en paz.

En el día de san Francisco Javier su Navarra se ve acosada desde Bilbao de una forma, y desde Madrid de otra. ¿Cómo reacciona ante unos y otros?  ¿Por qué Bilbao? Muy sencillo, porque allí está el poder económico vasco y, por ende, el político. En Ajurianea vive el lendakari, pero las decisiones se toman en Sabin Etxea. En Vitoria albergan las instituciones, pero en manos de los bizkaitarras, inventores e impulsores del montaje nacionalista, está el control. La ascensión de la izquierda abertzale ha diversificado este mapa y dado mayor protagonismo a los vecinos guipuzcoanos, pero las grandes líneas de actuación, desde el entendimiento entre el PNV y el PSE hasta el reparto del dinero, siguen siendo las vizcaínas. El ejemplo del fútbol ayuda a entenderlo. Como dijo su presidente Javier Uría, el Athletic es el equipo de Euskadi. Su nuevo estadio se lo regalan entre todos, comenzando por el Gobierno Vasco. Con ningún otro club pasa igual.

¿Por qué tampoco Madrid? Madrid es España, es decir,  desde Ciudadanos negando los Fueros a la Generalitat Valenciana cuando pidió la supresión del convenio económico navarro. ¿Cuánto durarán los últimos vestigios de aquel Reyno que fue el de Navarra? Lo que a Madrid le apetezca. ¿De qué depende? De lo que los votos digan, y los navarros apenas cuentan. Son muy pocos. Si crecen las voces contra lo que queda de la foralidad, convertirán a Navarra en una más. Desgraciadamente, al Viejo Reyno poco o nada se le entiende desde Madrid. Simplemente le piden que no moleste, como se demostrará con la nueva entente entre PP y PNV.

A Navarra le toca navegar entre unos y otros, entre los ‘comepatrias’ y los ‘vendepatrias’, en una permanente guerra de banderas, pese a ser suya la más antigua y no precisamente la que más se ve gracias a los nuevos conquistadores. La Constitución refleja fielmente la bipolaridad a que se ven sometidos los navarros desde los dos lados. La disposición transitoria cuarta es una humillación, además de una chapuza. Así juegan con Navarra los partidos españoles y los vascos. No sorprende por tanto, el nacimiento de UPN en 1979 para dar respuesta a ese sentimiento diferenciado de tantos navarros. Sin embargo, y pese a gozar de mayor implantación que la del PNV en Euskadi, no ha sabido profundizar en ese sentimiento desde entonces. Nunca pasó del regionalismo. Más aún, el paso de los años le han llevado a la deriva que ahora sufre. Ha rebajado las grandes líneas de su riqueza política, las ha empequeñecido. Ha dado por perdidas las esencias vasconas de este pueblo. Como reacción a su lado más españolista, las ha entregado a los vascos, y como Partido recae en las garras del PP.

La crisis política que sufre UPN, no obstante, se suma a la que también azota a Navarra, que revive el caos de siglas de sus peores tiempos, y lleva los problemas identitarios a sus cotas más altas, a su imagen más baja. El espectáculo del Parlamento Foral no lo habrían podido soñar los mayores depredadores de la democracia, de Navarra. El Parlamento no es la herriko-taberna. La debilidad de Navarra resulta manifiesta. Aquí ya no une ni Osasuna.

Españoles, vascos y vascones somos navarros. Sin embargo, lejos de una cohexistencia pacífica, las diferencias se enconan y pesan más que los lazos. Impera la ley del  griterío. Unos que gritan y los demás siguen a la defensiva. Navarra se difumina entre dos o más facciones, como hace quinientos años se desangró entre beamonteses de arriba y  agramonteses de abajo, mientras Francia y Castilla   se frotaban las manos.  Con menos votos que Carabanchel, hoy importamos un bledo a Madrid, mientras para los vascos estamos a punto de caramelo.

“Navarra debe caer por lo cultural” decían hace treinta años en Bilbao los más inteligentes, sabedores de que era una cuestión de tiempo y dinero. La falta de perspectiva de  gobernantes  navarros les ha allanado el camino. Han levantado puentes y trazado autopistas, pero se han olvidado de la política, la han reducido a un mecanismo de defensa y no se han dedicado a superar por elevación al invasor. Desde el otro lado, es tal la debilidad de Navarra que las encuestas anuncian la implantación de Ciudadanos, que ataca abiertamente lo poco que nos queda del Viejo Reyno.  

Otro peligro es la desafección política de tantos navarros, ajenos a la necesidad de reconstruir de esta tierra desde sus raíces más profundas. Y desde luego, con las mimbres existentes, no parece posible. Navarra necesita reinventarse. Tiene muchos problemas, el de su identidad permanece en la base de casi todos.

P.D. Una precaución. En Navarra existen todas las sensibilidades posibles. Hay nacionalistas amantes de la libertad por encima de todo, o españolistas que sienten el euskera como patrimonio de la humanidad. Seguramente la generalización a que obliga un artículo periodístico no les hace justicia. Mis más sinceras disculpas.


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