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Opinión / Tribuna

Encuentro en el Pardo de dos viejos generales

Por José Ignacio Palacios Zuasti

Hace ahora cincuenta años, el lunes 8 de junio de 1970, se celebró en el Palacio del Pardo un encuentro completamente privado entre los generales Franco y De Gaulle. 

Se cumplen cincuenta años de la entrevista de Franco y De Gaulle.
Se cumplen cincuenta años de la entrevista de Franco y De Gaulle.

Hacía poco más de un año que este había abandonado la presidencia de la República francesa tras haber perdido un referéndum, en el que se puso a votación una reforma constitucional, que él había convertido en plebiscitario después de haber dicho que votar «No» significaba el caos y supondría su retirada de la vida política si el resultado no le era favorable.

Georges Bidault, el que fuera ministro del general francés, cinco años después de esa entrevista dijo que la razón por la que De Gaulle quería ver a Franco era porque consideraba que las cartas más conmovedoras que había recibido cuando dejó el poder fueron dos: la de la viuda de Churchill y la del general Franco.  

Cuando se celebró el encuentro, De Gaulle tenía 79 años de edad y faltaban tan sólo cinco meses para su fallecimiento, mientras que Franco tenía 77 y más de cinco años de vida por delante. Por eso, cuando Gregorio Marañón Bertrán de Lis dice que De Gaulle les comentó esa misma noche a su padre, Gregorio Marañón Moya, a su tío, Tom Burns, y a él, en el cigarral toledano «Los Dolores», que pertenecía a la familia Marañón y en el que se alojó, que Franco “es un anciano”, y añade Marañón que “Él fue a ver a este militar ilustre y se encontró con un anciano decrépito que no hablaba”, sería bueno conocer cuál fue la opinión que el entonces jefe del Estado español sacó de su visitante, cosa que no tenemos.

Gregorio López Bravo era el ministro de Asuntos Exteriores y dejó escrito que ese encuentro tuvo dos partes. La primera fue una entrevista en el despacho de trabajo de Franco a la que asistieron el embajador francés y él para, a continuación, pasar al comedor donde se celebró un almuerzo al que se incorporaron las mujeres de todos ellos y los hijos de Franco. López Bravo dice que «Desde el primer momento De Gaulle trató a Franco con un enorme cariño. Recuerdo que su gesto al entrar en el despacho, fue abrir los brazos como, para darle un gran abrazo, y el Generalísimo se anticipó a extender la mano en un saludo cordial, pero no tan íntimo como el que aparentemente había concebido eI general De Gaulle.

De Gaulle estuvo, en todo momento, haciendo elogios de la labor de Franco como estadista, y la comparaba con lo que él había sido capaz de conseguir en Francia, considerándolo siempre inferior a lo logrado por Franco en España, y al ir aludiendo a temas concretos añadía siempre (y se veía que era algo que tenía muy meditado) la razón por la que sus logros en Francia habían sido inferiores a lo realizado por Franco en España.» A lo que añade: «Tengo que decir, porque es rigurosamente cierto, que cuando se marchaba el general De Gaulle y su mujer, salí con la mía a acompañarles hasta el automóvil y, ya dentro del mismo, bajó el cristal de la ventana después de haberme despedido, cogió mi mano entre las suyas Y me dijo: “Están ustedes en el buen camino. No lo abandonen, no lo abandonen.” Recuerdo que me llamó mucho la atención esta manifestación suya, que adquiría un patetismo especial porque se veían sus ojos, muy al fondo de unas gafas que correspondían, sin duda, a muchas dioptrías, y que daban a su mirada profundidad singular.»

Por su parte, el diplomático Máximo Cajal, que fue el encargado de hacer de intérprete entre ambos generales, cuenta en sus memorias que el francés le dijo: “Él es el general Franco, es mucho; yo era el general De Gaulle, era suficiente”. Y añadió: “Pero era otra época”.

El hecho es que con la visita de De Gaulle, Franco vio cumplida una vieja aspiración porque, tras haberse visto sometido al aislamiento y a la retirada de embajadores después de la II Guerra Mundial, logró recibir en Madrid a los dos generales de ésta que llegaron a presidentes de sus respectivas naciones. En 1959 acogió al que fuera generalísimo de las fuerzas aliadas en Europa durante la guerra y en ese momento presidente de los Estados Unidos, Eisenhower, que le abrazó como vencedor de Ia guerra civil española. Once años después, en 1970, lo hizo con De Gaulle, que no se atrevió a tanto siendo presidente de Francia, pero vino a visitarle como en un viaje de cordial despedida.


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