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Opinión /

Siempre útiles a la sociedad

Por Javier Remírez

Poco o nada en la historia del PSOE ha sido fácil. El Partido fundado por Pablo Iglesias Posse en 1879 ha vivido y sufrido la historia contemporánea de España.

El PSOE tuvo su primer diputado en Cortes en 1910 en la persona de su fundador, fue el protagonista de los momentos más esperanzadores de la II República pero en la que también sufrió la peor crisis de toda su historia al verse prácticamente escindido entre la línea socialdemócrata de Prieto o Besteiro y la revolucionaria de Largo Caballero, con un partido debilitado y acomplejado ante la fascinación que ofrecía a la población un partido comunista fuerte, disciplinado y unido… así como profundamente hostil a cualquier disidencia. Nos suena la historia…

En 1974 nacía otro PSOE. En Suresnes se pusieron las bases de un partido con vocación de gobierno, de transformación social, de ofrecer esperanza con realidad, alejándose de la nostalgia y el (lógico) dogmatismo que impregnaron a los heroicos dirigentes en el exilio. De la mano de Felipe González y Alfonso Guerra, el PSOE pasó de conformarse con liderar la izquierda a la titánica y apasionante tarea de liderar España desde la izquierda pero abierta a la mayoría social de progreso. Y de su mano, la mayor etapa de convivencia democrática y transformación social de nuestro país, entre 1982 y 1996, con políticas que cambiaron para siempre España, y en muchas ocasiones, con la incomprensión puntual de parte de su base pero aunando entorno a este proyecto a la mayoría social de progreso.

Así con visión y liderazgo se afrontó, por ejemplo, la renuncia al marxismo como dogma para pasar de liderar la izquierda a liderar el país; o la reconversión industrial para que nuestra economía se modernizara, atrajera inversión y volviera a crear empleo; o el referéndum apostando por la permanencia en la OTAN, clave para nuestra entrada en la actual Unión Europea y todo lo que ello supuso en términos de progreso y modernización.

En las citas de diciembre y junio pasado, nos presentamos con un programa de cambio y regeneración política. Articulamos un proyecto coherente con nuestra historia, principios y trayectoria. De alternativa a una política que dejaba de lado a las personas. Que profundizaba en su dolor. Competíamos en un contexto político nuevo y complejo, con una sociedad altamente movilizada y deseosa de cambio, parte de la cual responsabilizada al PSOE de la mala situación económica, social e institucional. Con rivales a izquierda y derecha de nuestro espectro (cosa que el PP no tuvo más que a uno de sus flancos) se obtuvieron unos resultados que si en diciembre podrían explicarse por el contexto señalado en junio ya plasmaron la existencia de un déficit en nuestra oferta política que nos tendría que haber obligado a reflexionar.

Además, el pasado 26 de junio surgió un bloque de centro derecha (PP-Ciudadanos) reforzado y un bloque de centro izquierda (PSOE-Podemos) debilitado debido especialmente a la pérdida de más de un millón de votos de la formación morada que marcharon a la abstención por la estrategia cortoplacista y de interés partidista de Iglesias Turrión que prefirió tener una segunda oportunidad para lograr su anhelado sorpasso (adelantamiento) al PSOE, ofreciendo una nueva oportunidad a Rajoy antes que permitir la opción que más necesitaba nuestro país: un gobierno de carácter progresista y reformista de la mano de las fuerzas que apostaron por el cambio para el conjunto de España.

Y es partir de junio cuando en el seno del PSOE debiéramos haber pisado el freno en vez el acelerador cuando el semáforo político se nos puso en ámbar. Todos tenemos aquí nuestra parte alícuota de responsabilidad cuando planteamos, admitimos o permitimos una trinidad de imposible sostenibilidad: No a Rajoy, no a las terceras elecciones y no siendo posible un gobierno alternativo con los resultados de junio. Las dos primeras por convicción propia, la tercera de ellas por la imposibilidad de conjugar una mayoría estable debido a las vetos mutuos que se lanzaron Ciudadanos y Podemos (la opción deseada y deseable), y la imposibilidad de reposar la gobernabilidad de España no tanto en los nacionalistas sino en aquellos que hoy día plantean opciones de ruptura insolidaria y reaccionaria independentista.

La lógica política en éste escenario no deseado para un partido serio y con vocación de Gobierno como es el PSOE es la que se ha expresado públicamente estos días: si no se puede formar gobierno hay que dejar formar gobierno. Explicándolo y haciendo pedagogía, sin miedo y con liderazgo y valentía política, confiando en la madurez del pueblo. Y dejar gobernar con condiciones o sin ellas.

Si se hubiera llegado a ésta serena reflexión semanas atrás por la anterior dirección federal, lo lógico hubiera sido condicionar incluso la persona que pudiese encabezar dicho gobierno dentro de la formación política más votada. Pero ahora quizás sea tarde para dicho condicionante y sólo queda permitir que en España haya un Gobierno. Pero un gobierno que rendirá cuentas permanentes ante un Congreso que mayoritariamente ha de erigirse en oposición tan contundente como constructiva y propositiva, algo que por cierto ya estamos empezando a ver.

Y a partir de ahí, los socialistas iniciaremos un debate sereno para volver a constituirnos como alternativa viable y atractiva, a través del debate de las ideas (previo al de las personas, por favor) y que culmine con la elección directa por las bases de un liderazgo sólido, creíble y, especialmente, referente para la mayoría social de progreso.

¿Hay otra alternativa? Sí que la hay: la tercera cita electoral en menos de un año. Unas terceras elecciones que profundizarían el periodo de provisionalidad, la paralización de la vida política de nuestro país en una actitud profundamente irresponsable que solo el PSOE tiene al parecer la voluntad de evitar. Y terceras elecciones que con toda seguridad reforzarían una mayoría política que no rectificaría ni una coma sino que profundizaría la línea política que se ha mantenido durante la última legislatura del Partido Popular. Cualquier persona con una mínima sensibilidad progresista que busque el interés general debe hacer lo que esté en su mano para impedir dicho escenario.

Ser socialista en España es escoger la opción difícil del compromiso político. Ha sido una historia jalonada de cárceles, exilios, extorsiones terroristas, pero la base de unos principios sólidos, la vocación de servir no solo a los propios sino al conjunto de la sociedad española, y el afán de sobreponerse a las dificultades han sido la garantía de ser percibidos por la población como un instrumento útil para su progreso y bienestar. Continuemos por dicha senda con liderazgo, valentía y sin complejos.


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