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Opinión /

¿Y si probamos otra cosa?

Por Javier Medrano

Lo que no es “compatible” es mantener un estilo de vida de trabajo y responsabilidades cotidianas con cierres nocturnos propios de tiempos de guerra.

Una terraza en la plaza Consistorial de Pamplona EFE/ Jesús Diges
Una terraza en la plaza Consistorial de Pamplona EFE/ Jesús Diges

De 1786 a 1789, Gaspar Melchor de Jovellanos escribió acerca de la policía de los espectáculos y diversiones públicas. En aquel tiempo, “la mala policía de muchos pueblos” había establecido la restricción de las diversiones en muchos puntos de España y la alegría y bullicio habían sido reemplazados por un  “triste silencio y perezosa inacción”. 

”El pueblo se acobarda y entristece, y sacrificando su gusto a su seguridad renuncia la diversión pública e inocente, pero sin embargo peligrosa, y prefiere la soledad y la inacción, tristes [...] pero al mismo tiempo seguras”, escribía Jovellanos sobre un ambiente en el que cualquier alboroto traía prisiones, multas, molestias y vejaciones forenses. 

Doscientos treinta años más tarde, en un momento en que las fiestas vuelven a estar prohibidas y son motivo de sanción me pregunto si esta persecución está dando resultados. El pasado viernes 15 de enero España batió el récord de contagios por coronavirus con 40.197 nuevas personas infectadas. La cifra más alta registrada —oficialmente— desde que comenzara la pandemia.

Una plusmarca a escasos dos meses de que se cumpla un año del primer estado de alarma y que evidencia que estamos sumidos de lleno en la tercera ola: 40.197 nuevos contagios, 19.657 pacientes ingresados en hospitales por Covid y 237 fallecidos.

Viendo estos datos, de lo que no hay evidencia y se puede dudar es de si los esfuerzos comunes e individuales dan resultado. De si esa “prohibición de las fiestas” está salvando vidas. Constantemente los políticos apelan a que las restricciones “son necesarias”, “adecuadas para frenar los contagios” o “merecen la pena”. Una ristra de adjetivaciones y opiniones subjetivas más propias de un artículo de opinión que de un plan de emergencia sanitaria.

Este discurso, que pudo funcionar al comienzo de la pandemia como llamada a la responsabilidad individual, hace tiempo que quedó obsoleto. Y no se trata de adiós mascarillas y vuelta a las discotecas hasta que se hayan apagado las farolas por la mañana. Lo que quiero es que cerrar los bares a las 21  no sea una limitación “sensata” y que estar obligado a estar en casa a las 23 no sea “una acción eficaz”. Lo que quiero es que, de verdad, estén solucionando algo.

Porque el foco está en esas “fiestas” de Jovellanos, pero quizá debería centrarse en vacunar ininterrumpidamente, en que los test rápidos estén a disposición de la población o en que los recursos se destinen a que los grupos de riesgo puedan estar atendidos en sus casas sin exponerse a contagios. O a que en las fronteras sea “obligatoria” una prueba PCR. Porque lo que no es “compatible” es mantener un estilo de vida de trabajo y responsabilidades cotidianas con cierres nocturnos propios de tiempos de guerra.

“Se dirá que todo se sufre, y es verdad; todo se sufre, pero se sufre de mala gana; todo se sufre, pero quién no temerá las consecuencias de tan largo y forzado sufrimiento? El estado de libertad es una situación de paz, de comodidad y de alegría; el de sujeción lo es de agitación, de violencia y disgusto; por consiguiente, el primero es durable, el segundo expuesto a mudanzas.

No basta, pues, que los pueblos estén quietos; es preciso que estén contentos, y solo en corazones insensibles o en cabezas vacías de todo principio de humanidad, y aun de política, puede abrigarse la idea de aspirar a lo primero sin lo segundo”. Meritorio que el mejor análisis de la situación actual lo escribió Jovellanos en 1786.


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