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Opinión /

Qué ha pasado en las elecciones

Por Javier Horno

El autor es presidente de la comisión gestora de Vox en Navarra y candidato a la presidencia del Gobierno foral por la formación. 

GRAF3457. PAMPLONA, 07/02/2019.- El presidente de VOX, Santiago Abascal (c), presenta esta tarde en Pamplona el proyecto de su formación política. EFE/Jesús Diges
El presidente de VOX, Santiago Abascal, durante uno de los actos políticos celebrados en Pamplona. EFE/Jesús Diges

Vox ha irrumpido en el panorama político, pero no tanto como se esperaba. En los corrillos, la izquierda más benévola da la enhorabuena, disimulando educadamente su alivio; el PP lo disimula peor o directamente se pasa, como Pablo Casado, al remoquete de la “derecha radical”. De ahí a que Vox sea responsable de los males de este mundo hay un paso.  

Entre los comentaristas políticos está de moda hacer valoraciones sobre qué es lo que ha pasado: si los del PP se fueron a Vox, si el miedo engrosó al PSOE, y toda esa yenka del politiqué, mientras nos quedamos en la superficie de las cosas.

Para empezar, saber qué ha pasado no es fácil en España. Olvidamos, por ejemplo, que han tenido que pasar 80 años para tener un estudio riguroso de las elecciones de 1936 (Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular, de Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa García). Y no lo digo maliciosamente -tentador es- para sugerir que haya habido tongo, ni para advertir que Vox ha presentado una denuncia en la Junta Electoral. Quiero decir que lo que ha pasado en estas elecciones, más allá de que en alguna mesa haya habido algún intento de pufo, es que la izquierda sigue teniendo una máquina de propaganda gigantesca a su favor.

El cine y la televisión llevan 40 años deformando la imagen de España. Si el citado estudio hubiera revelado que las elecciones del 36 no fueron un fraude, Álvarez Tardío y Villa García se hubieran hecho de oro paseándose por las televisiones. Pero no. Yo he visto en una obra de teatro a la Inquisición condenando a un indígena americano: nunca hubo Inquisición en América. Y así , desde la leyenda negra, pasando por la Segunda República, la mochila de Vallecas llegamos al fascismo de Vox. En el mismo Vox no terminamos de calibrar la fuerza de la propaganda de la izquierda: hemos pensado que más vale que se hable mal de nosotros mientras se hable, pero es que se ha hablado muy muy muy mal. Medios digitales y televisivos acusaron al historiador Fernando Paz de negar el holocausto nazi. Es mentira, es una pura calumnia: este señor dijo que en caso de ser exclusivamente defensores de la ley positiva los nazis, conforme a las leyes de su país, cumplieron la ley; es decir, que los crímenes de lesa humanidad se pueden juzgar gracias a que existe una cosa que se llama el derecho natural. Aquí, digámoslo, los manipuladores de asunto tan grave no son unos maliciosos, sino unos hijos de mala madre. Yo espero que a la Sexta le caiga un puro similar al que ha querido quemar en el honor del Sr. Paz.

La educación cristiana nos ha formado a muchos españoles en la tolerancia y la humildad, virtudes que para serlo deben ir unidas a la justicia y la verdad. Si no, producen una suerte de metamorfosis colectiva: la derecha española parece, todavía en una buena parte, un rebaño al albur de los pastores de izquierdas. Vox, en su lucha contra el borreguismo, no se ha parado en mientes al plantear los conflictos más incómodos. Que la natalidad, por ejemplo, sea un problema gravísimo que amenaza no sólo a España es para la mayoría de los partidos una anécdota. La derecha renunció hace ya años a plantearse que algo ocurre en una sociedad en que se producen más de 100.000 abortos al año y en que se devalúa el concepto matrimonio, equiparándolo a uniones civiles de todo tipo. Esto mismo se advierte perfectamente en el plano educativo, donde ha primado un discurso en el que el epicentro es el mimo al alumno, como si así se le hiciera un gran favor. Damos mimos a los alumnos como damos subvenciones al colectivo de última hora, para nuestra futura desgracia. Ser el profesor duro es incómodo e impopular.

La deriva centrista, acomplejada, masónica, o como queramos llamarla, del PP fue la causa primera del nacimiento de Vox. Evidentemente, podemos pensar que el PP, en el fondo, no ha hecho cesión de sus valores y que Casado, como buen católico, abriría el debate sobre el aborto, pero se sacrifica creyendo que ésta es la única manera de no dejar a España en manos de la izquierda. Pero entonces la política se convierte en una fábula en torno a la bola de cristal: no hay libertad en la condición humana ni esperanza, todo depende de un destino inexorable. Es el mismo sofisma que justifica, por ejemplo, las negociaciones con el terrorismo. Manejo una hipótesis de futuro que amilbaro a mi gusto para “quitar” un problema de en medio. La realidad es que añado otro y que tampoco me quito ese problema del todo: el delincuente, tarde o temprano se aprovecha de la debilidad de la ley. Si las cosas siguen con el rumbo que parecen tener, los golpistas serán indultados y tendremos en breve nuevos episodios de separatismo.

A fuerza de dejar de ser de derechas, el PP ha desaparecido de Cataluña y del País Vasco, y va camino de hacerlo de España. En Navarra, baluarte de cierto conservadurismo moral, todavía se guardan las formas y se anuncia la derogación de Skolae. Pero con la política lingüística y educativa de UPN los institutos públicos seguirán trabajando a tiempo completo para crear nuevos votantes abertzales: ni más ni menos que lo hicieron cuando gobernó. Y en esa estrategia están Podemos, PSOE e Izquierda Unida; de Bildu y Geroa Bai no hace falta hablar. Por eso Navarra Suma no suma y Vox aumenta su coro de voces.


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