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Opinión / A mí no me líe

Txema Mauleón o el arte de vivir de la política

Por Javier Ancín

En política si quieres durar, no hay que hacer nada, que si haces algo alguien se puede fijar en ti y quitarte del sueldo público. Ese mandamiento Txema lo cumple a raja tabla.

Txema Mauleón, en una comparecencia en el Parlamento de Navarra. ARCHIVO

Cuando desperté, el dinosaurio Txema Mauleón volvía a encabezar la lista de otro partido político del que seguir mamando dinero público. Es un poco más largo que el cuento de Monterroso pero el personaje merecía el bordón en la coplilla.

El caso es que desde que tengo uso de razón política, Txema Mauleón siempre ha estado ahí. Nunca se sabe muy bien para qué, como ese trasto que había en casa de los abuelos en el pueblo, olvidado en una estantería, pero que nadie se decidía a preguntarse qué hacía eso ahí.

Seguramente alguien se lo dejó olvidado en algún momento y perdida su función -no recuerdo qué función primera pudo tener Txema Mauleón en la política, confieso-, solo sobrevivía porque era parte del paisaje, como los molinillos de café de manivela o los trillos convertidos en mesas rústicas en el porche.

En política si quieres durar, no hay que hacer nada, que si haces algo alguien se puede fijar en ti y quitarte del sueldo público. Ese mandamiento Txema lo cumple a raja tabla.

Creo que ahora mama de jefe de gabinete de algún consejero del gobierno de Navarra, practicando el intrusismo profesional en una función habitual de los periodistas, que en esta comunidad todos empiezan de plumillas deportivos de regional preferente, pasan por el Sadar  y ascendiendo por el escalafón propagandístico, una temporada en el parlamento, alternando con la fauna y flora que ahí se reúne, acaban colocados en el gremio, con sus 60.000€ al año, un cuarto de millón de euros por legislatura, o más, por algún político afín con el que han hecho buenas migas.

Su mayor logro que le recuerde fue cuando le cazaron borracho al volante siendo concejal de Pamplona por el peneuve, etiquetado con la marca blanca Nafarroa Bai, y en vez de irse a su casa, mantenerse en la política dando ejemplo de que si bebes no dimitas. Saca el paraguas, que ya dejará de llover.

De aquello ha pasado ya más de una década. Es decir, a 50.000€ tirando por lo bajo que habrá sacado de la política cada año, su medio millón de euros metidos en el colchón. Como para dimitir. Como para no aguantar un chirimiri.

No creo en la política. El desencanto viene de lejos. No le encuentro ninguna utilidad social o ciudadana, pero como a los contribuyentes nos cuesta una pasta todo este tinglado, me gusta ver políticos cuando me los cruzo por la calle, para observar su comportamiento fuera de su burbuja, como quien se queda mirando los ciervos de lo fosos del parque de la Taconera.

Hace una temporada me crucé unas cuantas veces en unas losas de barrio pijo con Txema Mauleón -si quieres ver un político autodenominado progresista, jamás te acerques de safari a barrio popular-. Y llegué a una conclusión que ya venía barruntando hace años, cuando coincidí con Uxue Barkos en un restaurante estrecho, de esos que casi no hay espacio de mesa a mesa, y me dieron la cena la cantidad de mamarrachos que se le acercaron a hacerle la rosca pasando a mi lado, pegándome en el codo cada vez que intentaba llevarme el tenedor a la boca: un político vale la capacidad que tiene de generar pelotas a su alrededor. Y Mauleón, sorprendentemente, tenía un grupo rodeándole cada día que era para verlo... de la vergüenza ajena que daba la escena del peloteo. Ay.

Tenemos Txema para rato. A por el millón de euros, si no lo ha conseguido ya en su vida política, que esa es otra. Y eso es todo.


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