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Opinión / A mí no me líe

'Tiempo ordinario', el antídoto contra la impostura de Eduardo Laporte

Por Javier Ancín

Cómprenselo, léanlo, en esta obra hay un escritor que se despoja de la máscara y mira de frente y desnudo y eso, créanme amados lectores, no es nada habitual.

Una imagen de Eduardo Laporte junto a la portada de su nuevo libro, 'Tiempo ordinario'.
Una imagen de Eduardo Laporte junto a la portada de su nuevo libro, 'Tiempo ordinario'.

Cuando a los amigos les da por el mundo artístico hay que disimular, casi siempre, en ese fatídico momento en el que te enseñan sus creaciones para que les des tu opinión. Con Eduardo Laporte, compañero también de fatigas articulistas en esta casa, me ocurre lo contrario; soy yo como lector el que le pide más de sus cosas literarias para no parar de disfrutar nunca. Acaba de publicar nuevo diario, ’Tiempo ordinario’, en la editorial madrileña papeles mínimos y eso siempre es una gran noticia, sobre todo para él, ya que durante un tiempo podré dejar de darle la murga como un yonki de que me suministre más de su mandanga.

Con Eduardo me pasa que no es solo que escriba bien, es que cuenta bien, que es lo jodido, y cuando esas dos fuerzas convergen en un texto, se produce algo tan perfecto, que avanzas sin esfuerzo por sus párrafos, con una suavidad más próxima a deslizarse por la barandilla como un niño que a subir escalones buscando un piso que no existe como cuando lees otros autores empeñados en sabe Dios qué tortuosos peregrinajes adultos.

Esta nueva entrega de sus diarios son un disfrute. Me gusta el fondo, claro, y la forma. La forma física de encontrarte con el mensaje me gusta mucho. No se limita a entradas sin sentido, sino que todas tienen su lugar, su motivo, ese ir retomando temas, entrelazarlos como los dientes de dos partes de un engranaje que te lleva más lejos. Una entrada que dentro de varias volverá al presente como esa biela de los trenes de vapor que desplaza las ruedas por la vía hacia atrás para ir siempre hacia adelante. 

Se queja Eduardo de que le faltan palabras, palabras como dardos que signifiquen todo, pero en realidad eso es solo una obsesión suya. A mí lo que me faltan como lector son frases, y él me ha dado unas cuantas en este libro para comprender un poco mejor cosas que aún no era capaz de asimilar. Amores, deseos, sueños, frustraciones... miedos, felicidades, yo que sé, vida, toda, se cuela entre los dedos de estas páginas como cuando metes las manos en un río para atizarte una buena rociada de agua en la cara. Plas. Duele y divierte este diario como estos tiempos de muerte en los que no hemos dejado de vivir tampoco. Todo revuelto, todo por dentro, que por fuera estaba como estábamos empantanandos, estancados, quietos, enjaulados. 

He tenido la misma epifanía que cuando a Henry Jones le confiesa su hijo Indiana el punto de arranque desde donde emprender la búsqueda del grial. Alejandreta, pues claro... esa sensación tengo yo leyéndole a Eduardo, estaba ahí y no había sido capaz de ver la senda.

Cuatro años de vida que van desde 2017 a finales de 2020 concentrados para obtener la esencia de su vida, y por extensión de las nuestras, es lo que encuentras en este libro.

Lo escribí en mis notas incluso antes de toparme con la frase que aparece en una de las reflexiones de Laporte: la escritura como reducción de Pedro Ximénez. Destilar la vida, reducir la salsa para que quede toda la intensidad del sabor sin distracciones, eso hace Eduardo. 

Cada detalle tiene su explicación, hasta el color de la obra. El sacerdote se viste de verde en las misas del tiempo ordinario y Eduardo nos acerca el misterio de su escritura y nos lo da de comulgar con ese color en la portada, sin trampa, ahí está todo, concentrado en una forma de hojas encuadernadas que da gusto verlas. Merece la pena sumergirse en su libro tan extraordinario en estos tiempos que corren, tan mediocres. 

Cómprenselo, léanlo, en esta obra hay un escritor que se despoja de la máscara y mira de frente y desnudo y eso, créanme amados lectores, no es nada habitual en general ni en los diarios en particular, siempre tan mentirosos, siempre con una pose tan estudiada, siempre tan falsos, siempre tan miserables. Eduardo es un antídoto perfecto contra la impostura que hoy nos rodea. Y eso es todo.


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'Tiempo ordinario', el antídoto contra la impostura de Eduardo Laporte