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Opinión / A mí no me líe

Sí hay tregua

Por Javier Ancín

Le leí, hablo de memoria, a Jean Louis Valenciane, que la vida tiene mucho de guerra. De guerra no como el estereotipo, donde parece que se están repartiendo estopa meses sin dormir. Día y noche.

El Drogas, en concierto en la Ciudadela.8
El Drogas, en concierto en la Ciudadela.

La guerra es eso que pasa entre batalla y batalla y que suele ser de caminar mucho y aburrirse como una ostra, más que pegar cebollazos como si no costara. En la guerra uno se traslada todo el rato, acarreando material, y pelea en realidad poco. Y en esas estoy hoy, trasladándome. Comienzo a escribir esto en una terracita donde acaba la calle Huertas y se hace plaza del Ángel, en el barrio de las letras de la ciudad que más me gusta del mundo.

Escribo desde donde vi hace meses a mi Lady Macbeth particular y hoy, cuando lo recordaba, somnoliento -en la ciudad no se está para dormir demasiado-, alguien me ha sacado de mi recuerdo llamándome por mi nombre... Joder, enfoco sobre las gafas de sol y era Silvia, una compañera de colegio a la que en 20 años no habré visto ni tres veces. Oye, qué alegría más... impactante. Esta mesa tiene poderes, pienso, se me aparece gente del pasado, por seguir con Shakespeare, siempre que me siento en ella.

Hoy venía aquí en realidad, a darle a los artículos dedicados, que a dos conocidos en concreto hace meses que se los debía, pero se me amontonaban las batallas y no ha habido manera.

Tengo dos colegas que siempre me preguntan si la columna de hoy es dórica, jónica y corintia. Tocacojónica, les digo a veces, algunas, no todas. Hoy no es el caso, creo... o yo qué sé. Seguro que alguna colleja se me escapa.

Uno de ellos de vez en cuando me sube mi bici al porta del techo de su coche y me lleva a subir puertos a golpe de riñón. Puertos de los chulos, de los de categoría especial, de los que siempre había querido subir pedaleando pero que no había tenido oportunidad. Puertos de los de decir, colega, súbete bien el culote, acomódate bien los tirantes, ajusta los guantes, casco, que hoy vamos a subir muy despacio y bajar, felices, como putos kamikazes.

Enrique es un chalado de Osasuna y me lo cuenta todo de los rojillos. Es muy generoso conmigo porque siempre le gorroneo toda esa información que anoto en mi libreta, en código morse, para luego, a veces, cascarla por aquí. Hace poco coincidimos a la segunda parte de las copas de una boda, UEFA del ochentaitantos, Martin subido en valla celebrando un gol contra el Glasgow. Así nos solemos saludar últimamente.

No soy un tipo fácil y me importa una mierda no serlo, por eso valoro bastante a la gente que me soporta, sin tener ninguna necesidad de hacerlo además. Y estos dos no tiene ninguna necesidad de hacerlo, por eso los aprecio tanto.

¿Dónde estaba? Anotando. Comí en Chueca. Me pasee en la Vespita (una duda que me surgió metiéndole gas subiendo por Princesa. Cuenca, el nuestro, el de las camisetas de Spiderman y que usa los muertos para hacerse fotos con ellos, ¿tiene carnet de conducir?

A ver si alguien me la resuelve, es para una pequeña maldad que habrá que escribir de él algún día). Visité el Thyssen, esa puta joya de museo, por vigésima vez. Me tome el gintonic bajo la cúpula de cristal de la Rotonda del Palace -25 pavetes una Martin Miller's por sentirme Hemingway por el Madrid de los espías de los años cuarenta-.

Seguí de noche en un garito donde nos dejaron una tablet destrozada con el cristal hecho un puzzle para que pusiéramos la música nosotros en el Spotify. Por provocar planté el No hay tregua, la de Barricada, y se la sabían todos, el tiro me salió por la culata, pero allí nadie se acordó de meter a eta cuando lo de tirar del gatillo.

La pasta que han hecho los de la Chantrea con esta canción tan ambigua. Para que luego digan que no ha habido gente que se ha forrado con el ‘conflicto’. Ahí tienes a unos. Su vida va en ello, en lo de que la pela es la pela.

Y aún hubo tiempo al día siguiente para un dulce vermut, de los de quedarse el regusto en la comisura de los labios semanas. En esta ciudad la vida se te viene encima, caminando, sin hacer mucho más.

Me he pillado un ordenador portátil, por cierto, hacía tiempo que no tenía ordenata, que he plantado en mi escritorio, para empezar ese libro que tengo que escribir desde hace demasiado. Basta ya de hacerse el adolescente por los bares con el iPad bajo el brazo, rociándolo de alcohol y cafeína.

Quizás hasta me retire luego, que ya tengo una edad para marcarme un Salinger con todas sus letras y desaparecer. Sea lo que sea, necesitaba al menos una tregua, una como esta que me acabo de pegar. Y eso es todo.


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