• viernes, 29 de marzo de 2024
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Opinión / A mí no me líe

Sánchez quiere ser el rey

Por Javier Ancín

La realidad que subyace en todo esto es que Sánchez aspira a ser jefe del estado y que nadie le pida responsabilidades concretas. 

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez en su llegada a la XXI Conferencia de Presidentes, recibido por la presidenta del Senado, Pilar Llop(i), la ministra de Política Territorial, Carolina Darias(cd) y la presidenta de La Rioja, Concha Andreu. PABLO LASAOSA
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez en su llegada a la XXI Conferencia de Presidentes, recibido por la presidenta del Senado, Pilar Llop(i), la ministra de Política Territorial, Carolina Darias(cd) y la presidenta de La Rioja, Concha Andreu. PABLO LASAOSA

Aunque el viento es aún cálido ya arrastra bastantes hojas que al pisarlas crujen como el pan duro. Las ramas cuando se agitan, amenazantes, suenan igual que una sartén con aceite hirviendo. Desde que leí que la primera causa de muerte en la selva no es que te coma o te pique un bicho sino que te caiga una rama en la cabeza, miro con aprensión este espectáculo de la naturaleza.

Aprieto mi paso de cuarentón hasta los 5 minutos el kilómetro, quiero salir de este tramo tan arbolado cuanto antes, y comienza a ascender el ritmo cardiaco desde las 150 pulsaciones, mi velocidad cómoda de crucero, hasta que llegue a las 165 e intente fijarme lo que pueda en ese nuevo escalón. Hace calor, el móvil me chiva la temperatura: 29°C.

El relojito, que también registra mi ruta, por GPS, con la que me entretengo después analizando la carrera -aquí podía haber arañado unos segundos si hubiera mantenido el ritmo en aquel repecho para mejorar la marca en este tramo-, me dice que llevo 7.800m. Me quedan casi 2 kilómetros para los 10 planificados y en un rápido cálculo mental fijo la meta allí, a lo lejos, cuando me vibre la muñeca dentro de más o menos 11 minutos. Me entra hasta un WhatsApp que leo en la muñeca, sin aflojar la marcha.

Datos... la cantidad de datos que tenemos para cualquier actividad chorra que hacemos en el siglo XXI está a la orden del día. Si algo nos sobra a cualquiera son datos, para lo que sea. El coche, por ejemplo, me informa hasta del consumo de gasolina utilizado para el climatizador. Si a algo tendríamos que estar acostumbrados hoy es a los datos, cientos de estos, miles.

Pensaba en ello recordando cuando Sánchez volvió morenito de sus vacaciones -qué color trajo de la playa, parecía Julio Iglesias a punto de iniciar gira- y les soltó a su Ministro de Sanidad y a Simón, que no sé qué es, desganado, moviendo un pequeño taquito de folios, que vaya cantidad de datos que me habéis mandado. Lo dijo como si no estuviera acostumbrado a recibir o leer o analizar o estudiar datos, como si despreciara el trabajo técnico. Sonó a la típica queja de los iluminados: yo no soy un técnico, joder, soy un ideólogo.

A cualquier gobernante sensato que le tocara decidir sobre vidas ajenas en una pandemia que se ha llevado ya por delante a 50.000 almas, todos los datos que le proporcionaran le resultarían escasos. Yo pediría constantemente más datos, por favor, dadme más datos, algo estamos haciendo mal, copón, tenemos que encontrar la clave de por qué somos el peor país en número de muertes por millón del mundo para ponerle remedio.

Pero Sánchez tiene otras preocupaciones, por eso siempre se muestra perezoso ante el avance de la enfermedad, porque él concibe la política solo como un tablero de juego de mesa donde el único fin es conservar el poder, su poder, su estatus: su palacio, su avión, su helicóptero... y únicamente para ello trabaja.

Su fin es el poder, tengo el poder, ya puedo descansar tranquilo. En una sociedad sana es obvio que el poder tendría que ser un medio: tengo poder para solucionar los problemas de la gente, tengo todos los datos del mundo para estudiarlos, ver dónde falla la sociedad y poner remedio, diagnosis y tratamiento, cambiar el rumbo, girar el timón, hacer los cambios en este equipo que está atascado y no encuentra el camino del gol.

La realidad que subyace en todo esto es que Sánchez aspira a ser jefe del estado y que nadie le pida responsabilidades concretas. La gestión no le interesa nada, por eso estamos donde estamos, liderando los rankings mundiales del desastre causado por un virus que no entiende de ideología y sí de tomar decisiones técnicas. A Sánchez, en su megalomanía, los datos le molestan. Eso es de pringados ejecutivos, yo no estoy para estas mierdas, yo quiero ser el rey, y a Dios pongo por testigo, que no voy a parar hasta conseguirlo. Y eso es todo.


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Sánchez quiere ser el rey