• martes, 16 de abril de 2024
  • Actualizado 12:44

Opinión / A mí no me líe

San Sebastián no es la capital de Guipúzcoa

Por Javier Ancín

Hay en la ciudad un muro invisible de contención contra la barbarie y la turra que la aísla incluso de la provincia.

Una trainera entra en el puerto donostiarra en la segunda jornada de la bandera de la Concha de remo. EFE/ Gorka Estrada

San Sebastián es una ciudad tranquila, agradable, burguesa, en la que se vive muy bien. Yo vivo muy bien cuando vivo en ella, que cada vez son más días al mes. No hay carteles, ni pintabas y el tono arenisca de sus edificios empasta perfectamente con el azul del mar, tranquilizando el ambiente, serenando el animo, dando un sentido a la existencia de placidez que a mí, al menos, me sienta de lujo.

Normalmente está llena de gente, turistas sobre todo, extranjeros y españoles. Mucho francés que cruza la frontera para alegrarse un poco el cuerpo y el alma. Y mucho nacional, claro. Este verano se escuchaba además del tradicional acento madrileño, también bastante acento andaluz, va bien Andalucía, y riojano, que con la Autovía del Camino desde Logroño por Pamplona están en un ratito pequeño en la playa.

Mezclan bien visitantes y habitantes. A veces se llena demasiado pero con una sorprendente concordia. Cada uno sabe comportarse, sin dar la matraca. Unos disfrutan de la ciudad, sin adueñársela, los otros son de su ciudad, compartiéndola. Hay una armonía perfecta entre esas dos capas porque comparten un territorio común, un estatus social similar, una forma de estar en el mundo, que básicamente es el hedonismo urbanita, la burguesía de pintura flamenca: un matrimonio Arnolfini del siglo XXI.

Aquí la identidad se acaba pronto, la muga del termino municipal. Apenas hay ikurriñas en los balcones y cuando hay que sacar una bandera la mayoría opta por los símbolos de la ciudad: la blanca con el rectángulo azul o la de la Real Sociedad de Fútbol. El donostiarra es donostiarra y punto. Si pudieran, optarían por ser un Distrito Federal en Guipúzcoa. Juntos pero no revueltos. A mí no me impongas tus monsergas porque crees que somos lo mismo, porque no es así.

Un ejemplo. Cuando surgió la tabarra del rock funcionarial radical vasco, en San Sebastián, espontáneamente, contra el criterio oficial, institucional, brota lo que se denominó el Donosti Sound, un pop alegre y despreocupado, luminoso, amable y sin mensaje político, como revolución cultural, como contestación sin contestación articulada a tanto feísmo planificado aberchándal. Le Mans, Family, La Buena vida...

Pero a veces se les llena de boronos autóctonos, como este fin de semana con las regatas de traineras, que altera el ecosistema, el equilibrio vital. A estas hordas se les nota demasiado, vociferan excesivamente, van incluso vestidos diferente, más dejados, con más goteras, con más quincalla reivindicativa encima. Y piensan que San Sebastián es suya, su mayor pecado.

Hay en la ciudad un muro invisible de contención contra la barbarie y la turra que la aísla incluso de la provincia. La provincia no está cómoda en su capital, se les siente perdidos, buscan una identidad común que no encuentran cuando la visitan porque la ciudad no quiere ser capital de nada, se le ve confortable en su papel de isla. Ni te cuento cuando son los de la otra provincia, la vizcaína, los que toman las calles, buscando una complicidad que no hallan salvo en rincones remotos contados.

El domingo pasado, tomándome una cerveza por donde el río, al otro lado de la jarana de la Concha, vi pasar a un grupo numeroso de boronos de Urdaibai, supongo que camino del autobús de vuelta a Bermeo. Dentro del garito sonaba un disco entero de Calamaro, al otro lado en el Hotel María Cristina estaban montando los cárteles del festival de cine, yo leía un libro del poeta local Karmelo C. Iribarren, la tarde era apacible y calurosa, y estos desentonaban como un pulpo en un garaje.

Celebraban que habían ganado la bandera de la Concha y a lo que se parecían es  como cuando una afición alemana gana un título de fútbol en una ciudad italiana, por decirte algo. Era todo extraño, distópico, completamente fuera de lugar. La gente los miraba como quien mirara a un astronauta en un torneo del medievo. A ver si se van ya y nos dejan en paz. Luego me enteré de que su capitán dedicó el título a un asesino aberchándal. Pues eso, a ver si se van ya y nos dejan en paz. Y eso es todo.


  • Los comentarios que falten el respeto y que no se ciñan al tema de la noticia, podrán ser eliminados.
  • Cada usuario será el único responsable de sus comentarios.
San Sebastián no es la capital de Guipúzcoa