• martes, 23 de abril de 2024
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Opinión / A mí no me líe

Quien tiene un trol tiene un pedorro

Por Javier Ancín

Tengo un «hater» que es un primor. Un odiador de primera, vamos. No me lee mucho, pero cuando se acuerda de mi existencia se le hincha la vena y me da tal chapa en su Twitter que me deja temblando.

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De eso me entero porque pese a tenerlo bloqueado desde hace más de tres años, insistentemente me enlaza para que todos sus amables seguidores pasen por mi perfil a desearme un próspero Año Nuevo.

Pichón, le llamaremos así a mi trol de aquí en adelante por preservar su verdadera falsa identidad, coge un artículo que hayas escrito, dice que es una mierda y comienza el jolgorio «ad hominem». Siempre es así, te señala con el dedo y se acabaron los párrafos, ya no se habla más de lo que hayas escrito. Comienza el linchamiento.

Ver cómo se juntan diez o doce perfiles anónimos delante de tu foto a contarte las arrugas que tienes en la frente es algo que asusta y fascina. Te ves como una especie de Menocchio con su queso y sus gusanos, y eso para los que hemos estudiado Historia es un regalo. Un viaje al medievo sin quitarte las zapatillas de casa. Pura arqueología experimental, pienso, y gratis.

Te cogen, te suben al burro, te cuelgan el sambenito y, hala, a ver los trigales de Twitter para descubrir quién te mete el flemazo mayor en la cara. Porque de eso se trata, de las caras, de vértela, que para eso te la buscan y te la retuitean y te la glosan, cada grano, cada parecido, cada fantasía que les produce tu rictus o tus pelos.

Quizás por eso Pichón nunca quiere mostrar la suya, porque sabe que lo que hace, colocarte en medio del corro de los pifos como un matón de instituto para que la manada se divierta, bien del todo no está. Entonces, para justificar que no le gusta dar su jeto, se monta unas películas sobre el poder y la vida proletaria y los señoritos y las luchas clandestinas y las revoluciones, colocándote a ti, parado de larga duración, inadaptado social que estás tirado en la cama con pijama de Alonso (y sus tiendas familiares), entre los poderosos del mundo.

No sé si él es consciente de que lo exagera todo tanto, se pone tan intensito, que aún crea más curiosidad su identidad entre la gente. «¿Quién es ese?» son los únicos mensajes que me han llegado por privado de la peña que me lee después del último follón. Y yo qué sé, pregúntaselo a él. Desconozco si alguno se lo habrá preguntado, la verdad, yo soy muy vago hasta para esas curiosidades.

La libertad de expresión es dejar a mi persona, a mis pelos, a mis circunstancias vitales, a mis parecidos tranquilos. Si yo escribo sobre la mierda que me parece el amanecer escribe tú un artículo sobre la maravilla que es ver salir el sol, pero no me des la brasa con lo feo que soy o si las canas que tienes en tu barba son más de las que tengo yo.

Blasfemar, en este caso contra una ciudad que me espanta, sigue estando prohibido. Y todo por un artículo que estaba hecho para sonreír. En fin, ya he aprendido que las manadas no tienen sentido del humor y que de descojonarse de las batucadas tampoco se puede vivir.


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