• viernes, 29 de marzo de 2024
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Opinión / A mí no me líe

La poesía, la noche, la familia y los amigos

Por Javier Ancín

Una vez tuve tuiter y se me amontonaron 4000 inconscientes. Ahí empezaron todos mis males. 

Poermas a la luz de la luna
Poemas nocturnos.

Desde aquellos días de vino, que ya se fue, y redes de nudos, porque algún tuit cayó en el mundo analógico, la pregunta que más he contestado en la realidad de los lugares sólidos es si yo era yo. No lo sé, respondía siempre. Supongo que sí, aún hoy lo respondo, aunque vete tú a saber, añado.

Cerré la cuenta cuando llegué a la conclusión de no saber ni quién era, enfermo de angustia, desquiciado de irrealidad, cuando todo fue una escombrera llena de ecos de un derrumbe que aún retumba. De lo poco que saqué de bueno en las redes sociales fue un trabajo que me puso durante unos años en contacto con el mundo de la cultura.

En ese lugar conocí a un tipo extraordinario, Enrique Cabezón. Editor, músico, diseñador, dibujante, poeta del riesgo y osado poeta. Siempre cordial, de formas inmensas, inabarcable humanista de barrio y curioso eterno. Un artista.

También más rojo que el pacharán sin hielo (nadie es perfecto), liante activista, revolucionario de acera y amable utópico que pelea a favor de lo que cree, nunca contra lo que no cree. Uno de esas personas fascinantes a las que observar que la vida te regala. Enrique también va por libre, no te pide el carnet para adoptarte, por eso me gustó desde el principio. Es mucho más pamplonés que yo, y eso que es de Logroño.

A veces le vacilo con eso, tú eres un pamplonés encerrado en el cuerpo de un riojano, le digo, y él me responde para halagarme que algún día me van a sacar de esta ciudad a gorrazos.

El caso es que Enrique con unos cuantos locos más montan en Logroño desde hace 13 veranos unos encuentros de poetas y poesía que son una maravilla única en España. Lo llaman Agosto Clandestino y meten ahí lo que les da la gana, sin límite, con absoluta libertad. Les gusta la poesía y quieren disfrutar con la poesía que les gusta y lo llenan todo, calles y librerías y bibliotecas de versos.

200 poemarios llevan publicados en su editorial ‘4 de Agosto’. A principios de este año se pusieron en contacto con una autora navarra apellidada Ancín, Itziar Ancín, a la que querían publicar y Enrique me preguntó si la conocía. Ni idea, chico, seguro que es familia pero no tengo ni idea. Ya preguntaré en casa, pero nunca pregunté. Y ahí quedó la cosa.

A Itziar, escritora delicada de trazo muy fino, casi capilar, la conocí meses después (me conoció en realidad ella a mí), esta primavera en el Bar Nicolette a una de esas horas en las que cierran los garitos los munipas.

Mi relación con la poesía, confieso, se limita a leer a unos pocos amigos y a ir algunas madrugadas hecho un poema. Yo estaba con dos cervezas, una en cada mano, saltando rimas y metiéndome a pares las metáforas y ella se plantó delante de mí.

Me dijo si yo era yo. De nuevo la aterradora pregunta, a bocajarro, sin esperarla, que me devolvió mil fantasmas a los ojos, tensándome los párpados. Itziar tiene una mirada que es un mar de tranquilidad, pensé, y me relajé al instante. A ella escribir le hace bien, concluí. A mí la escritura me ha vuelto un ácido corrosivo. Ya no soy Anakin, ya he terminado, abrasión incluida, la metamorfosis hacia el reverso tenebroso de la vida y de las frases.

¿Y tú de quién eres?, le pregunté, que es como preguntamos en navarra por la familia, buscando nexos, deseando encontrar territorio amigo. Y sé que habló pero yo ya estaba en otra cosa, se me había metido en la cabeza el final de una peli de Isabel Coixet, "Nadie conoce la noche", y me distraje, componiendo un poema en prosa, que suelto ahora aquí para no perderlo, mientras ella buscaba nuestra conexión.

“—Dejaron atrás la oscuridad y volvieron a la luz y a la vida, pero cruzando el enorme glaciar de vuelta a su casa supo que nunca encontraría refugio para la larga noche a la que su alma se asomaba—.

Durante la noche fuimos pero cuando la noche pasó fuera, a algunos la noche se nos metió dentro, para siempre, y dejamos de ser. Hay lugares a los que llegas, no precisamente físicos, de los que nunca lograrás escapar.

Cuando conoces el sabor salado o el desierto o la tristeza depresiva ya nunca más puedes decir que no sabes ni qué es la arena, ni el sabor de las rocas en la boca ni a qué huele la tristeza hiriente. Nunca regresas de esos lugares a los que has llegado sin querer, rebotando contra las paredes en una caída a peso muerto. Conocer demasiado es un peligro. Como se te meta la noche dentro ya nunca saldrá el sol entre tus costillas. Y ahí te quedas, atrapado para siempre, encadenado a ese silencio negro entre los pulmones”.

Y ya no recuerdo más de aquel encuentro, porque cuando puse el punto final ella ya se había ido. ¿Y tú, Itziar Ancín, de dónde vienes?, quizás fuera la pregunta que tendría que haberle hecho aquella noche. No sé realmente cuál es su historia pero al leer sus versos la intuyo. La intuyo en realidad porque es la misma historia por la que todos tarde o temprano atravesamos: frustraciones, decepciones, derrotas, derrumbes, rupturas, devastaciones, miserias, muertes...

Pero ella es de las valientes que ha regresado a la luz interna, a la serenidad del epicentro iluminado, al ojo tranquilo del huracán, a un punto de paz con una respiración de palabras que clarean, sencillas, para contarlo con sosiego. Su escritura es como cuando extiendes una sabana con la mano para alisar las arrugas tras un encuentro con la furia, y con ese pequeño gesto, pones en orden de nuevo todo el caos del universo.

Me gusta su forma de enfrentarse al desastre, tan de suave brisa, tan de tarde de invierno azul en un balcón del Mediterráneo, porque para mí resulta imposible, tan dado como soy siempre a las tormentas y a las galernas del Cantábrico. Quizás por eso me gusta cómo mira cuando escribe y cuando no escribe y te mira.

Hace unos días Itziar me envió un WhatsApp para contarme que este viernes 20, Enrique Cabezón le presenta su poemario, “Me desharé en palabras”, en Pamplona, a las 19:30 h en la librería Katakrak.

Ver en casa de Cuenca, efectivamente amados lectores, en la librería de nuestro Spiderman ciclista de camelo, una okupación de Ancines me da un morbazo bestial. Pura poesía. A lo mejor salgo de la gruta de la gran ciudad, me hago unos cuantos contaminantes kilómetros con el coche revolucionado y me acerco para disfrutar del espectáculo. Para eso y para saludar a los amigos y a la familia, claro. Y eso es todo.


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La poesía, la noche, la familia y los amigos