• martes, 16 de abril de 2024
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Opinión / A mí no me líe

¿Cuando se nos jodió Pamplona?

Por Javier Ancín

La foto es real. Un vendedor ambulante de gallinas con el pescuezo retorcido y aún sin desplumar mirando a cámara sin mirar, curioso pero no cotilla.

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Fotografía Inge Morath durante los Sanfermines de 1954.

Llevaba encontrándome por Twitter varios días seguidos con una foto elegantísima de lo que decían era la Pamplona de 1954. Al principio no le hice mucho caso porque en Twitter casi todo es mentira: yo... tú, aquella foto de un Hemingway ciego puto, berreando en la terraza del bar Txoko de la plaza del castillo que siempre la venden como si fuera Cuba.

Me caí en la marmita de la melancolía histórica, como Obelix, de pequeñito, cuando en vez de cómics me dio por no salir durante meses de los tomos de ‘Pamplona calles y barrios’ de José Joaquín Arazuri. Escudriñaba cada fotografía para reconstruir en mi imaginación la Pamplona que ya no era más que una escombrera, como aquella casa Emeterio a la que me llevaba mi tío abuelo a jugar a la rana, mientras Iturrama, alrededor, ya era otra época.

Casa Emeterio fue, cuando aún no tenía edad ni para ir al parvulario, mi casita de Up pero sin filtros ni coloreada por Disney. Sepia, oscura, desconchada y llena de polvo... desvencijada, a punto de hundirse rodeada de edificios modernos y aceras con esas grecas verdes por las que tantas veces volvía a casa, serpenteando sin salirme del camino, sin caer en el abismo del blanco, que es para mí siempre la nada, donde hoy sé que habitan los cocodrilos de la existencia.

Desde entonces solo me he dedicado a ir curándome de esa enfermedad, por eso no sigo con la asiduidad que debiera a ese Arazuri con barbas que tenemos hoy en Pamplona, que no solo rescata fotos sino que las hace hablar, y que se llama Pachi o Patxi Mendiburu. En su blog Desolvidar me topé con la foto, la fotógrafa y la historia.

La foto es real. Un vendedor ambulante de gallinas con el pescuezo retorcido y aún sin desplumar mirando a cámara sin mirar, curioso pero no cotilla.

La fotógrafa, Inge Morath, que se vino a Pamplona en el 54 a fotografiar los Sanfermines.

La historia. Morath volvió a Pamplona en el 97 porque el ayuntamiento le compró la colección de fotos de aquel San Fermín de su juventud. Vino con su marido, el dramaturgo Arthur Miller, el ex de Marilyn... qué cosas, todos por la Pamplona de antes del 2000 que si te fijas bien, tampoco ya existe.

¿Cómo puede ser que fuéramos tan distinguidos? Una elegancia que no surge de la ropa sino que brota de forma natural. Una pose ante la vida, cuerpo recto pero no tenso, mirada directa pero sin ser inquisitiva, un qué pasa sin estridencias ni chulerias. Mano izquierda en el bolsillo del pantalón, mano derecha con cigarro entre los dedos apoyada en el pecho, brasa hacia abajo, palma semi abierta hacia arriba, como si más que soltar humo, tuviera un reloj de los de cadena abierto y que cada tic nos fuera recitando en morse los versos de Jorge Manrique, como se pasa la vida como se viene la muerde, tan callando.

Un encuadre tan perfecto que es imposible que fuera preparado. Un vendedor detrás de su carro, a las puertas del mercado de Santo Domingo, mirando a la cámara con su pañuelo rojo anudado al cuello porque era san Fermín. Aunque nadie más lo lleve, aunque el nudo es de los que ahora solo usan los guiris, con la lazada muy subida, con los picos muy largos. Somos tan así, que hoy nos reiríamos de él porque no sabe, diríamos, el pañuelo nunca se ha llevado de esa forma. Detrás, el circular de gente, y cada uno podría ser el protagonista si hubiera querido apuntar la fotógrafa hacia ellos. No cabe más dignidad ni más atractivo en esa escena.

Si entorno los ojos y subo mis gafas de miope y me acerco mucho a la pantalla, puedo ve a mi abuela, que vivía en la calle del Carmen, ahí, con su eterno bolso Kelly de Hermès, que ni sería el modelo Kelly ni muchísimo menos de Hermès pero que llevaba colgando del codo como esa mujer que se quiere escapar hacia la izquierda de la imagen.

Todos los de la foto, que son de una elegancia exquisita, seguramente ya no existen. No sé cuándo se nos jodió Pamplona como a Zavalita se le jodió el Perú... pero, señor, qué tiempos más cutres nos han tocado vivir a los que estamos vivos este ratito. Y eso es todo.


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¿Cuando se nos jodió Pamplona?