• jueves, 28 de marzo de 2024
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Opinión / A mí no me líe

No tenéis ni puñetera idea

Por Javier Ancín

Confieso que me divierte. Otra vez me ha llamado mi madre preocupada para decirme si el artículo de Logroño que escribí la semana pasada era mío.

Exposición en la Ciudadela
Exposición de Carlos López en la Ciudadela.

Le he contestado que sí, pero le he tranquilizado diciendo que la gente solo se ha fijado en el titular, porque el artículo de marras no se lo ha leído nadie. Si se lo hubieran leído no habría pasado de ser el típico artículo de columnista de tercera escrito con mucho cariño, porque hablaba de personas, pero que pasa completamente desapercibido entre cientos de párrafos diarios.

Hablaba también de libros y de sofás y de la libertad de que cada cual hiciera y tuviera los gustos que le diera la gana, pero eso nadie me lo ha comentado. A la gente le explicas que su gusto no es el tuyo y ya te quieren prohibir la entrada no a nuestro restaurante, porque también es el mío, sino a todos. La pulsión por la censura y la prohibición que flota en la sociedad políticamente correcta en la que vivimos es de dar terror, pero esa es otra historia.

Hoy, como ya me he dado cuenta de las reglas que rigen todo esta sociedad internetera, estoy por meterle un titular potente, o sea, polémico, a este texto y dedicarme a contar la receta de la tortilla de patata que tan bien me sale. Me encanta cocinar. Me relaja mucho. A lo mejor como experimento lo hago: no tenéis ni puñetera idea, y que cada uno se enfade por lo que considere que no tiene ni puñetera idea.

Y hala, a explicar con calma cómo frío la patata para que luego, cuando la vuelco en la fuente donde tengo batidos los huevos, se empape de forma correcta para que al pasar la mezcla a la sartén, se cuaje lentamente. Jugosa y un poco líquida. Como yo le echo cebolla, había pensado al principio en este otro titular: los que no le echáis cebolla a la tortilla no tenéis ni puñetera idea.

Pero centra demasiado el conflicto en algo real y seguro que no genera tanto correr del texto de muro en muro con cientos de personas echando humo por el camino. Es mejor algo donde quepan indignados de todos los colores, algo etéreo, para que todo el mundo pueda aportar su granito de arena a la desesperación de mi madre y que consigamos, por fin, un mundo mejor, un mundo como el del chiste que contábamos de pequeños y que era así. Un camionero recoge a un autoestopista. El pasajero sube y para romper el hielo una vez acomodado dice, pues sí, sí. El camionero indignado le contestas pues no, no y como este es mi camión ahora mismo te bajas y te vas.

La gente por lo que voy viendo piensa que la libertad de expresión es meterse con el que escribe cuando no le gusta lo que escribe. Pero en realidad es otra cosa, la libertad de expresión es que tú escribas tu propio artículo contando las cosas que te vengan en gana: tus gustos, tus fobias, tus sensaciones, tus miedos, tus recuerdos... como hago yo y dejarme a mí persona en paz. Y ya está, que tampoco es tan difícil de asimilar.

El ataque ad hominem es feo y hace llorar a las madres, joder. Si es que la gente no tiene corazón. Y ya de paso, a ver si en el 2017 lo conseguimos y pasamos del "pues si no te gusta Pamplona, te vas" al "pues si no te gusta Pamplona a ver cómo la mejoramos entre todos para que nos guste a cuantos más mejor".

Por cierto, y lo he dejado para el final deliberadamente para ver cuántos llegan a este párrafo, hasta el día 22 de enero hay una exposición maravillosa en el Pabellón de mixtos de la ciudadela de Pamplona, "Paisaje y materia", de un pintor que se llama Carlos López. El otro día, este flaneur (cuajadeur o mejor, mamieur para la cuadrilla de la boina a rosca), entró a verla y me impresionaron sus cuadros muchísimo. Mares, montañas, ciudades, desiertos, incluso noches con texturas rugosas se presentaban con una gama ascendente y descendente de colores perfecta.

Disfruté mirando esos cuadros, como escalas de música, acordes armónicos de una melodía siempre suave, serena, en el que todo encajaba sin estridencias. Fluía. Una narración perfecta de técnica, tema, color y espacio. La atmósfera que ha creado con esas obras, con la ayuda inestimable del recinto, porque la ciudadela y sus salas son un privilegio que tenemos en Pamplona, es de una serenidad y tranquilidad tan grandes que daban ganas de quedarse a vivir allí.

Tranquilos, esto no se hará viral, y la gente de la ciudad que se indigna cuando te metes con ella, se perderá a un pintor que es fabuloso y que lo tiene tan cerca haciendo, este sí, una ciudad mejor y más habitable. Dato: el pabellón estaba vacío, y en la casi media hora que pasé en él no entró nadie.

Aunque para mí fue estupendo saborear el silencio en mitad de esas texturas tan vivas, donde solo oía mis pisadas y mi respiración acatarrada, me dio un poco de pena. A ver si conseguimos con el titular que he colocado llamar la atención y difundir a este gran artista. Se lo merece mucho más que cualquiera de mis artículos. Aún quedan cuatro días para el cierre de la muestra. Hay tiempo para quien quiera vaya a verla. Y eso es todo.


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