• martes, 16 de abril de 2024
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Opinión / A mí no me líe

Muerte en Venecia en septiembre

Por Javier Ancín

La hipoxia es una brusca disminución de oxígeno en tu cuerpo producida, por ejemplo, por el deporte a ritmo alto, que te sume en un estado de serenidad y tranquilidad mental, mientras estás sudando, sorprendente.

Imagen de un atardecer en la ciudad de Venecia.
Imagen de un atardecer en la ciudad de Venecia.

A esos niveles de intensidad tan elevada el cerebro deja de bullir, que es precisamente lo que se persigue desbocando el ritmo cardiaco: la ausencia de pensamientos y la tranquilidad que de ello se deriva. Luego puedes aprovechar ese rato de beatitud para leer durante mucho más tiempo que antes, reposando en el mar de la tranquilidad lunar del sofá. El deporte y la literatura combinan muy bien, por mucho que parezca una contradicción. Cuanto más cansado, más leo.

Hoy me he subido hasta el faro con el cambio de los piñones roto de la bici. El podcast de pelis y libros que iba escuchando estaba demasiado interesante como para darme la vuelta y volver a casa. Y también para, en seco, ahogarme.

Luego me he ido a terminar a morro el Marqués de Riscal que ha sobrado de la cena sentado en la orilla donde mansamente rompen las olas, destrozado. Ya no tengo ganas de escribir más mensajes, así que he dejado el corcho en la encimera de la cocina para no tener la tentación de meter una nota dentro de la botella y lanzarla lo más lejos que pudiera.

Me cuesta acordarme de la cara de tanta gente... y de su voz. Hay personas a las que echo de menos a diario, y ya no sé realmente ni cómo hablaban. Es una jodienda tener la certeza de que cuando no recuerdes nada será precisamente ahí el momento en el que más notes su ausencia.

Miro la noche. Está tibia, con unas cuantas farolas al fondo, con un par de focos de coches subiendo por el monte para ver la ciudad, el cielo, la bahía, con algunas estrellas arriba, con luces y risas melancólicas, a mi espalda, de últimas cenas de verano en unos cuantos balcones.

Miro la noche. Más. Es inmensa. Hace algunas horas estaba yo arriba junto al faro con mi bici viendo cómo el atardecer pasaba de rosa a morado y de morado a azul marino, bajando luego sorteando baches a toda velocidad para que no me pillara la oscuridad sin luces ni casco. Y ahora todo se ha hecho negro. El oxigeno acaba por volver al cuerpo... Los ataques de ansiedad, curiosamente, son productos de una hiperoxigenación del cerebro que suele ocurrir cuando estás quieto, en un lugar que se supone tranquilo. El oxígeno es nuestro aliado y nuestro verdugo, dependiendo la dosis nos hace sentir vivos y también nos hace sentir muertos.

Me he sacudido la arena del pantalón y zapatillas y me he ido cuando tenía ya frío a escuchar el mar y las ausencias desde la cama, como una nana triste, echando de menos, sin recordar ya nada, como el muerto en Venecia que aún no ha muerto en un balneario cerrado que aún no ha cerrado, en septiembre, que tiene algo de morir sin estar muerto, en mitad de una epidemia de cólera que ninguna autoridad quiere reconocer.

Los años hace mucho que mueren y vuelven a nacer en este mes tan extraño, eternamente colegial. Los recuerdos no resucitan jamás, quizás porque no mueren ni cuando ya no están vivos. Les escribiría una carta, para saber de ellos, pero como dice Thomas Mann, un escritor es alguien para quien la escritura es más difícil de lo que es para otras personas. Y eso es todo.


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Muerte en Venecia en septiembre