• martes, 16 de abril de 2024
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Opinión / A mí no me líe

Mil muertos al día

Por Javier Ancín

¿Por qué esa manifestación se tenía que celebrar a toda costa? ¿Por qué era tan indispensable? Ya nadie se acuerda de ella pero sí de sus consecuencias.

Los trabajos de mantenimiento y custodia de cadáveres de las víctimas de coronavirus en el Palacio de Hielo continúan sin descanso al término de la segunda semana de confinación por el Estado de Alarma decretado por el Gobierno con motivo del COVID-19, coronavirus. EUROPA PRESS
Los trabajos de mantenimiento y custodia de cadáveres de las víctimas de coronavirus en el Palacio de Hielo continúan sin descanso al término de la segunda semana de confinación por el Estado de Alarma decretado por el Gobierno con motivo del COVID-19, coronavirus. EUROPA PRESS

20 días de encierro, sin toros, subiendo por la Estafeta la de la guadaña segando vidas a ambos lados de la calle. 20 días de los, siendo optimistas, 60 que vamos a estar encerrados viendo caer gente a nuestro lado. Cifras industriales, despersonalizadas. La magnitud es angustiosamente desoladora.

Hace unos días la cifra de muertos fue de 848. Ochocientos cuarenta y ocho. ¿Y eso cuánto es, me dije, en dimensiones que podemos manejar de forma más concreta?

848 metros tiene el recorrido del encierro. Imaginaos una cola de personas desde el corral de Santo Domingo hasta el callejón de la plaza de toros. Una cada metro. Cuando la visualices en tu mente olvídala, porque ya estarán todas esas caras muertas y habrán formado una fila igual otras nuevas personas que volverán a estar muertas antes de que acabe el día.

Este jueves fueron casi mil muertos. Mil ataúdes diarios hacen una montonera descomunal, si los apilas, un edificio de medio kilómetro de altura cada veinticuatro horas, con sus historias personales que se van, para siempre. Hoy volverán a ser otros tantos... y mañana y pasado y sabe Dios -que no existe-, hasta cuándo. Es todo insoportable. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

No se podía saber, nos repiten machaconamente el gobierno y sus publicistas, pero las evidencias de que Sánchez e Iglesias y su banda lo sabían se amontonan hasta una altura tan similar a la de los ataúdes que es imposible hacer como que no están ahí. La última, un vídeo que circuló por todos los lados menos por las teles sobornadas con 15 millones de euros por ese gobierno inútil, de una señora que se pasea por delante de la pancarta de la marcha del contagio del 8M que les recuerda a las ministras y demás ‘participantas’ que no se besen, que sin besar, por favor, que nada de contacto, joder. Sabían que aquella marcha era un error y aún así, la mantuvieron. ¿Por qué?

Irene Montero, que vive en y de su chiringuito que pagamos todos y que no está dispuesta a desmontar para ceder su presupuesto a cientos de nuevos científicos que podrían ser contratados mañana mismo, se desgañita con la mentira de que atacamos la manifa del 8M porque somos unos machirulos. Ruido... humo, a ver si así nadie se hace las preguntas esenciales y todo queda sepultado.

¿Por qué esa manifestación se tenía que celebrar a toda costa? ¿Por qué era tan indispensable? Ya nadie se acuerda de ella pero sí de sus consecuencias. Al no tomar medidas hasta que pasara, cientos de otras aglomeraciones, partidos de fútbol, conciertos... fueron permitidas de facto durante días, multiplicando aún más los contagios. ¿Para qué dejaron que todo esto ocurriera? Espero que estas preguntas no se olviden y las respondan delante de un juez.

Una vez leí que una guerra es cuando hay tal cantidad de cadáveres que no te da tiempo a particularizar cada muerto, a ponerle nombre y apellidos y contar su historia, y solo son una cifra en una hoja de cálculo, una curva en un gráfico. Hace ya muchos días que nuestros muertos ya solo son estadística: 10 000 puntos diseminados entre un eje de abscisas y ordenadas.

Ya tiene nuestra generación su guerra... y si no fuera suficiente drama, ya tiene nuestra generación su guerra con dos generales, Sánchez e Iglesias, que son de lo peor que ha dado la historia. Ni test de detección del coronavirus saben comprar, que ya les ha timado dos veces el mismo vendedor. Y falta la posguerra... con millones de parados sin esperanza de volver de nuevo a la vida, empobrecidos hasta la muerte. Yo, qué soy ateo, estoy por empezar a rezar, porque el desastre no parece tener fin. Y eso es todo. 


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